febrero 23, 2025

Romero Deschamps: Los barrotes de la política

Compartir

 

Los petroleros siempre fueron un hueso rudo de roer.  Son uno de los sindicatos más poderosos del país y durante las últimas décadas han apoyado al PRI, al grado de que sus dirigentes han sido diputados y senadores por esos colores.

Pragmáticos, también se mostraron una lealtad institucional a los gobiernos del PAN y a los distintos directivos de la empresa. Esta convergencia no es gratuita y significó amplios márgenes de impunidad y no pocos desencuentros.

Aprendieron la lección de que no se pueden enfrentar al poder presidencial y menos sin consecuencias. Joaquín Hernández Galicia “La Quina” lo vivió en carne propia, en enero de 1989,  y no solo perdió la secretaría general del sindicato, sino que terminó en prisión acusado de homicidio y de acopio de armas.

En realidad su desgracia provino, o se precipitó, por ciertos coqueteos hacia el entonces abanderado del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

El control o el apoyo del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) es indispensable para impulsar cualquier proyecto y para garantizar el funcionamiento de Pemex.

La apuesta más importante del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador es la petrolera, ya que ella centra las ahora dudosas esperanzas de crecimiento económico y eventualmente de financiamiento de los programas sociales.

Bajo esta lógica, Carlos Romero Deschamps, el longevo dirigente sindical, era un estorbo. Desde diciembre se empezó a operar para que se apartara y para permitir la llegada de corrientes y grupos que respondan a las nuevas coordenadas del poder político.

Romero Deschamps nunca acudió a un evento con el presidente de la República y ni siquiera fue invitado al aniversario de la expropiación petrolera el 18 de mazo. La frialdad era evidente.

El dirigente petrolero tenía todas las marcas del antiguo régimen y en particular con su élite. Trabajó, inclusive al margen de la ley, para dotar de recursos a la campaña de Francisco Labastida, quien perdería la elección presidencial.

500 millones de pesos fueron trasladados a los operadores electorales, en un procedimiento que significó uno de los escándalos más grandes de la transición: El Pemexgate.

Como con La Quina, la desgracia de Romero Deschamps tiene más que ver con la agenda política que con las barandillas de los juzgados, aunque ahí tenga que ocupar el tiempo en los próximos años.

Terminar con su influencia no será una empresa sencilla, porque cuenta con arraigo entre los trabajadores petroleros, en donde los liderazgos se construyen a lo largo de décadas.

El desafío será todavía mayor si se cumplen con las recientes reglas laborales y se da paso a la elección de un comité sindical por medio del voto secreto y en una contienda trasparente y democrática.

Autor