Ha transcurrido un año desde el inicio de la llamada “operación militar especial” que anunció el presidente de Rusia, Vladímir Putin, contra Ucrania, a partir de argumentos muy debatidos. Lo que se perfilaba como un conflicto bélico de corta duración con una rápida victoria de Moscú sobre Kiev, devino en una resistencia férrea de parte de los ucranianos, problemas de inteligencia, operativos y de táctica y estrategia en el bando ruso, una condena amplia de parte de la comunidad internacional a la embestida bélica de Putin, el fortalecimiento de las relaciones trasatlánticas en el seno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la renovación de la amenaza nuclear global. El mundo, que no bien trataba de recuperarse de la pandemia del SARSCoV2 -hoy ya en su cuarto año- vio con estupefacción el desarrollo de las hostilidades a partir del 24 de febrero de 2022, en seguimiento de un conflicto de larga data, cuyos antecedentes se pueden remontar a la Rus de Kiev, el primer Estado eslavo creado al final del siglo IX cuando tribus vikingas se asentaron en la llanura sarmática y se mezclaron con los pueblos nativos de la zona. Hoy subsiste la disputa sobre las naciones que heredaron ese “patrimonio cultural”, base de la identidad eslava y que tanto Rusia como Ucrania consideran que les pertenece.
Rusia y Ucrania: un conflicto complejo
El conflicto entre Rusia y Ucrania es sumamente complejo y constituye una guerra de proximidad o proxy entre Rusia -y aliados- y EEUU -y aliados de OTAN y otras naciones occidentales. En Ucrania se libran batallas cruentas entre rusos y ucranianos, pero donde intervienen EEUU y la OTAN de manera “indirecta” a través de recursos financieros, pertrechos militares, asistencia humanitaria a favor de Kiev, mientras que del lado ruso se observa el apoyo, sobre todo militar de Corea del Norte e Irán y se sospecha también de cierta condescendencia -que se habría materializado de distintas formas- por parte de la RP China. El país que más reciente la guerra de proximidad es Ucrania, que enfrenta la destrucción de infraestructura, la pérdida de vidas humanas y de soldados -en este último caso se habla de unos 100 mil muertos- millones de refugiados y desplazados forzados y una creciente polarización social. Rusia es el segundo país más afectado por el conflicto, puesto que experimenta sanciones de la comunidad internacional, la condena de gran parte de las naciones del mundo, la muerte de unos 200 mil soldados en combate y el éxodo de talentos, mujeres y otras personas que no desean residir más tiempo en el país más grande del planeta. En ambos casos, la caída del producto interno bruto (PIB) es una realidad, en el caso ruso en un – 11. 2 por ciento, y en el ucraniano de un -45 por ciento, según los cálculos del Banco Mundial para 2022. Las rutas fundamentales para las exportaciones ucranianas en Mariupol y Odessa no son operativas actualmente lo cual es muy desafortunado porque antes del conflicto el 90 por ciento de las ventas de sus productos al mundo partían de ahí. La exportación de granos básicos ha sido prohibida por Zelensky para garantizar la seguridad alimentaria de los millones de desplazados internos como producto de la contienda. Los organismos internacionales abocados al desarrollo consideran que los índices de pobreza alcanzan ya a un 30 por ciento de los ucranianos.
Ucrania era, antes de este conflicto, el país más pobre de Europa y lo será aún más considerando los impactos financieros de la guerra. Con un producto interno bruto (PIB) de 588 mil millones de dólares, es la 48ª economía a nivel mundial y posee un ingreso per cápita de 14 330 dólares -medido en términos del poder adquisitivo. Ucrania ocupa la 77ª posición en los índices de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con un desarrollo alto. Figura en el 85° lugar -en un listado de 141 países- en el índice de competitividad global del Foro Económico Mundial correspondiente a 2019. En el índice de libertad económica de 2022 de la Fundación Heritage, Ucrania se encuentra en la 130ª posición. En el índice de percepción de la corrupción de Transparency International, el país europeo se ubicó en el 122° lugar en 2022. En el índice de paz global de 2022, Ucrania está en el escaño 153° en un listado de 163 países. En el índice de seguridad en salud global está en el 83° lugar entre 195 países. En el índice de felicidad ocupa la 98° posición mundial entre 146 países evaluados.
El conflicto entre Rusia y Ucrania también ha transitado de ser una guerra convencional que Moscú anticipaba como breve, a una guerra basada en la estrategia del conflicto asimétrico, donde Rusia sabe que difícilmente podrá ganar, pero intenta asegurar que no será derrotada en el mediano y largo plazos. La apuesta rusa es al alargamiento del conflicto para desgastar a su contraparte. Ucrania no depende de sí misma para repeler la amenaza rusa. Requiere cada vez más del apoyo financiero y militar que le otorga Occidente, por lo que su estrategia se mantiene en la línea de una guerra convencional que ha recurrido de manera intermitente también a la estrategia de conflicto asimétrico, aunque parece difícil que obtenga la victoria.
El conflicto entre Rusia y Ucrania es igualmente un caso de guerra híbrida en donde intervienen las operaciones de información y desinformación, juegan la propaganda y la manipulación de los acontecimientos, además de acciones ciberbélicas empleadas sobre todo por una Rusia que también las ha ejecutado en conflictos previos contra Letonia y Georgia. En esta guerra híbrida, ambas partes dan su versión de los hechos, a menudo para minimizar las pérdidas y maximizar sus logros. Es sabido que, siendo un régimen autoritario, el ruso se las ha arreglado para evitar que la opinión pública reciba información que pudiera generar descontento hacia Putin. Del lado ucraniano, el conflicto ha disparado la popularidad del comediante devenido en mandatario, e incluso ha llevado a que el presidente de EEUU -contra quien conspiró Zelensky por instrucciones de Trump, quien le pidió en 2020 que le proporcionara información sobre Hunter Biden, hijo del hoy mandatario, para incriminar al pre candidato demócrata y ganar la elección de noviembre- lo arrope y le dé un decisivo espaldarazo. A pesar de ello y de la consigna occidental de que “Putin no puede ganar”, si el conflicto se extiende a lo largo de este año y se prolonga hasta 2024, quienes apoyan de manera tan decisiva a Ucrania podrían reducir la colaboración que le brindan, considerando que hay prioridades que deben atender en casa, contribuyentes a quienes rendir cuentas, loa comicios presidenciales en Estados Unidos y por lo tanto se vaticina una fatiga de los donantes, animada igualmente por la pregunta de cómo pagará el país más pobre de Europa todos los préstamos y recursos recibidos con una economía destrozada que en 2022 perdió la mitad de su PIB. Ante un escenario de guerra prolongada, Occidente presionaría a Zelensky para que negocie con Putin, lo que también permitiría a éste plantear condiciones para llegar al cese al fuego y eventualmente al fin de las hostilidades. En este sentido, todo parece indicar que Ucrania no podrá ingresar, como lo desea, ni a la Unión Europea, como tampoco a la OTAN.
Principales causas del conflicto
Siguiendo a Gregory O. Hall, quien en su libro Autoridad, ascenso y supremacía. La búsqueda de China, Rusia y Estados Unidos de la relevancia y el poder (New York, Routledge, 2014), los tres son protagonistas en la política mundial tras el fin de la guerra fría, si bien con distintos perfiles. Destacan el reacomodo de una Rusia que vivió una caída estrepitosa tras el colapso de la URSS; de una República Popular China (RP China) que en virtud de su dinamismo económico, sus capacidades tecnológicas y su poder militar se ha venido posicionando como el principal antagonista de un Estados Unidos cuya supremacía declina. Estos son factores subyacentes al conflicto entre Rusia y Ucrania, donde contienden esa tríada de naciones señaladas por Hall en una suerte de three to tango, en que se observa una confrontación entre EEUU y Beijing, como también entre EEUU y Rusia. Los esquema triangulares son inherentemente inestables, dado que dos de los tres podrían coaligarse contra el tercero. Una vez derrotado éste, los dos supervivientes se enfrentarían entre sí para definir al ganador. En este triángulo -no amoroso-, dos de los tres –i. e. Beijing y Moscú- mantienen una importante alianza que enfrenta a Washington. Estados Unidos, por su parte, ha abierto dos frentes, uno contra Rusia y otro contra la RP China, lo que lo debilita y es considerado un gran error estratégico de parte de la Unión Americana. Biden, de hecho, no ha modificado sustancialmente el trato que Trump instituyó contra Beijing y en cambio, tanto en su postura nuclear como en sus relaciones comerciales con el gigante asiático, el veterano demócrata lo identifica como amenaza estratégica. Esto no hace sino hermanar y acercar a Moscú y Beijing, por más que Xi Jinping trate de mantener una sana distancia respecto a su homólogo Putin en la crisis ucraniana.
En este three to tango Rusia buscará afianzar la relación con la RP China a quien percibe como capaz de contener a Estados Unidos y a Occidente. Así como Putin forjó una enorme dependencia energética de Europa hacia Rusia en la era de Angela Merkel, Beijing ha sembrado una gran dependencia comercial en el mundo entero respecto a la RP China desde su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), por lo que no es tan sencillo que se pueda soslayar o pasar por alto el papel cada vez más preponderante del gigante asiático en los asuntos mundiales.
El conflicto entre Rusia y Ucrania, es de larga data. Hoy se habla del primer año de una guerra frontal, pero la realidad es que esta es una nueva fase de un complejo conflicto plagado de desencuentros entre los protagonistas. Se remonta, como se explicaba, a la Rus de Kiev en el siglo IX, y ya en el siglo XX a la creación de la URSS, a los excesos de Stalin, a la incursión de Alemania en territorio ucraniano en la segunda guerra mundial y a la desintegración soviética. Las garantías de seguridad que Rusia dijo que daría a Ucrania en el Memorándum de Budapest del 5 de diciembre de 1994 para que ésta entregara su arsenal nuclear a Moscú -entre ellas, no atentar contra su soberanía ni integridad territorial-, no fueron respetadas por el gigante eslavo. Tampoco la OTAN honró la promesa hecha al entonces mandatario ruso Boris Yeltsin -ojo, no por escrito- de que no se extendería al espacio post Pacto de Varsovia ni postsoviético. Ninguna de las partes cumplió sus promesas, lo que abonó a tensiones crecientes entre ellas que han terminado por materializarse en la guerra de proximidad en Ucrania.
El declive de la Europa comunitaria -o, al menos, su aletargamiento- tras la crisis de 2008, las consecuencias del BREXIT, la pandemia del SARSCoV2 y el retiro de Angela Merkel como canciller germana, han mermado notablemente la capacidad de interlocución europea con Rusia y no se observa liderazgo alguno en el viejo continente, que pudiera coadyuvar a la gestión de esta crisis. Antes bien, la defenestrada Turquía, a quien la Europa comunitaria le ha negado el privilegio de la membresía, ha logrado, por momentos, acercar a los contendientes, si bien estas maniobras de Ankara claman por un reforzamiento y apoyo de parte de Occidente, no visto a la fecha.
Diversos especialistas coinciden en afirmar que para Rusia, Ucrania es clave en su asentamiento como potencia europea. El Estado pivote de Harold Mackinder cobra especial relevancia como elemento explicativo de los arriesgados movimientos de las piezas del ajedrez de Putin. Quien controle al pivote geográfico de la historia, dominará el mundo. Putin lo sabe. Sin Ucrania, Rusia debería conformarse con pretender ser una potencia asiática donde enfrenta las aspiraciones de liderazgo dominante de su hasta hoy aliado, la RP China. De ahí que, para contrarrestar el ascenso de Beijing, Putin busque un reforzamiento en el flanco europeo que le permita maniobrar.
A los ojos de la RP China, el conflicto entre Rusia y Ucrania reduce la presión que enfrenta Beijing en sus relaciones con Moscú en torno a la creciente ascendencia que tiene en Asia y que pretende extender no sólo en Asia Central sino incluso en el Ártico. La guerra también tiene un efecto de “distracción benigna” donde Occidente está más necesitado de responder a una confrontación que se desarrolla en el corazón de Europa y, por lo mismo, reduce su atención a la “amenaza china.”
En cierta forma, la guerra entre Rusia y Ucrania es una resaca producto de la era de Donald Trump. La política exterior de este personaje debilitó considerablemente la concertación con sus aliados, además de que marginó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de su rol como garante de la paz y la seguridad internacionales. Trump además privilegio la atención al déficit comercial que el país mantiene con buena parte de sus socios importantes, al que caracterizó como una de las principales amenazas a la seguridad nacional estadunidense. La guerra comercial, por ejemplo, con los aranceles al acero y el aluminio, dañó profundamente las relaciones de EEUU con el mundo. Curiosamente, sin embargo, en los encuentros que sostuvo con Putin, siempre lo hizo a puertas cerradas, lejos del escrutinio público, generando la sensación de que era impotente para interponerse a las prioridades de Moscú. Así como se culpa a Merkel de haber permitido que Europa dependiera del gas ruso, a Trump se le culpa de dejar crecer a un Putin de suyo empoderado y resuelto a reclamar un lugar destacado en la política global del siglo XXI.
Las principales consecuencias del conflicto
La centralidad de la guerra frente a la solución pacífica de las controversias es el impacto más visible del conflicto. Ello da al traste con la premisa, muy extendida tras el fin de la guerra fría, de que la guerra ya no era la continuación de la política por otros medios. Naciones Unidas, no obstante el enorme consenso en la Asamblea General para condenar a Rusia, vive en su órgano ejecutivo, el Consejo de Seguridad, una frustrante parálisis para mantener la paz y la seguridad internacional. No ayuda, por supuesto, la crisis de las instituciones que se acentuó desde 2008 a la fecha y de la que la ONU no ha podido escapar.
La destrucción de Ucrania que antes de la guerra de 2022 ya era el país más pobre de Europa no es un tema menor. Cuando el conflicto termine, independientemente de las condiciones en que se negocie la paz, Ucrania estará devastada, endeudada, sin infraestructura ni capacidades productivas y con una sociedad polarizada y fuertemente armada. La población, que en gran medida apoya la defensa del territorio ante los embates rusos, ha dado también un espaldarazo a su presidente quien, cuando pase la tormenta seguramente será llamado a cuentas por las numerosas medidas tomadas al amparo del estado de excepción justificado por la confrontación y que lo ha llevado a “reservar” información sobre prisioneros de guerra; a obstaculizar el trabajo de los periodistas; y a acelerar reformas económicas neoliberales que en tiempos no bélicos habrían sido casi inaceptables. Hoy, por ejemplo, los desarrolladores inmobiliarios se desenvuelven con total impunidad, sin que las autoridades ucranianas ejerzan mayores controles sobre ellos.
Con la guerra, la debacle demográfica en ambos países se acelerará y no sólo por la muerte de los combatientes y de la sociedad civil. La tragedia demográfica se contabiliza en 7. 9 millones de ucranianos que han salido de Ucrania más 5 352 000 personas desplazadas forzadas, lo que significa que un tercio de la población ha debido abandonar su lugar de residencia por el conflicto armado. La diáspora ucraniana, al menos en parte, podría regresar al país, pero las condiciones económicas, laborales y políticas podrían actuar como disuasores.
La salida de rusos de la Federación Rusa en un éxodo para evitar el reclutamiento o bien para vivir en mejores condiciones en otro país es otro efecto más de la guerra. Diversas empresas y mano de obra calificada rusos han decidido probar suerte en otras latitudes. El caso de las mujeres embarazadas rusas que viajan a la Argentina para dar a luz en esa nación y adquirir la residencia y nacionalidad es de llamar la atención, de nuevo, ante la debacle demográfica que lleva a que el país más extenso del planeta se encuentre cada vez más deshabitado. Se estima que entre 500 000 y 700 000 rusos han abandonado el país incluso desde antes de que comenzara el conflicto armado con Ucrania.
El fortalecimiento de la opción nuclear, tanto por parte de Rusia -más su entendimiento con Bielorrusia para emplazar misiles nucleares en ese país- como por parte de la nueva doctrina nuclear de Estados Unidos con Biden de 2022, quien contempla desarrollar mini nukes que tendrían el efecto de disuadir a adversarios como Moscú y Beijing, marca un retroceso en materia de desnuclearización. El reloj del juicio final se encuentra a 90 segundos de la media noche en estos momentos. Rusia anunció el 21 de febrero su retiro del nuevo tratado START que tendría que renovarse en breve para reducir el stock de armas nucleares estratégicas, lo que, de nuevo, transita en sentido contrario a la desnuclearización. En agosto del año pasado, en la Conferencia Revisora del Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares en Nueva York, Rusia evitó que se produjera una declaración final de consenso por parte de los participantes, argumentando las intenciones de Ucrania de hacer una bomba sucia con combustible nuclear de la central de Zaporiya. Lo más grave es que se considere hoy como en los peores momentos de la guerra fría, que se puede recurrir a las armas nucleares en combate.
Lo anterior también hace su parte para que ciertos países intensifiquen la nuclearización. La postura de Corea del Norte de no desnuclearizarse para que no le pase lo que a Ucrania, es una lamentable y peligrosa derivación de la guerra entre Moscú y Kiev. Pyongyang no ha dejado de ensayar artefactos nucleares ni de lanzar misiles que han surcado los espacios aéreos de Japón y Corea del Sur en los últimos años. Podría pensarse que forma parte de una estrategia de distracción para que Occidente reduzca su atención en torno a Rusia. Después de todo, Corea del Norte ha estado apoyando el esfuerzo bélico ruso. Sin embargo, las tensiones en la península coreana están llegando a niveles sólo comparables a los vistos en la Guerra de Corea.
Otra consecuencia de la crisis ruso-ucraniana es el empoderamiento de Irán, quien ya tiene la capacidad, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) de enriquecer uranio en un 84 por ciento (se necesita 90 por ciento para hacer armas nucleares). Irán, al igual que Corea del Norte, ha proporcionado drones a Rusia para apoyar su poder aéreo contra objetivos ucranianos.
Escenarios posibles
La popularidad de que gozan tanto Putin sobre todo dentro de Rusia, como Zelensky dentro y fuera de Ucrania, es un factor que podría influir en la duración del conflicto armado. En 2024, Rusia celebrará elecciones presidenciales y Putin querrá contar para entonces con victorias en este guerra para afianzarse en el poder. Que a la fecha haya tenido descalabros ha significado que Rusia está reagrupando sus esfuerzos, relevando comandos y preparando una poderosa embestida más ordenada, aprendiendo de los errores cometidos. Del lado ucraniano, el fin de las hostilidades podría operar en contra de los intereses de Zelensky dado que, sin la guerra como telón de fondo, aflorarían temas que la población ha visto suprimidos en aras de sostener la contienda -por ejemplo, la represión contra las comunidades LGTBIQ, más las condiciones laborales del personal de salud, que lo ha pasado muy mal en la pandemia y ahora más con las víctimas del conflicto armado. No se olvide que ambos personajes han sido señalados en los Panama Papers, entre los más corruptos a nivel mundial.
Se advierte que una guerra de alta y mediana intensidad se mantendrá entre ambos países. Es muy preocupante este escenario por la invisibilización de otros conflictos graves que acontecen en el mundo –i. e. Yemen, Malí, Somalia, República Democrática del Congo, Haití, Colombia, etcétera, mismos que reclaman atención y recursos materiales y humanos para gestionar la paz sostenible y consolidar ahí y en el mundo en desarrollo en general, los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
En 2024 habrá comicios presidenciales tanto en Rusia como en Estados Unidos, tema relevante dado que tanto Putin como Biden, en el caso de que se confirme que contenderá para la reelección, enfrentarán un fuerte escrutinio del electorado respecto no sólo a este conflicto, sino a múltiples agendas de carácter interno que demandan atención.
Es previsible un aletargamiento de la integración europea al tener que aumentar las erogaciones a la esfera militar y restringir los recursos que debería recibir propiamente la citada integración. Un desafío para la integración europea adicional a lo expuesto es el nacionalismo exacerbado que deriva en racismo, xenofobia, el rechazo a la otredad y la discriminación.
En principio, la OTAN se fortalecerá ante la ampliación ahora en el flanco escandinavo, con la adhesión de Suecia y Finlandia, país, este último, que mantiene una frontera física con Rusia, lo que genera vulnerabilidades para su flota del norte. Con todo, parece difícil extender la OTAN al espacio postsoviético y, en particular, a Ucrania, dado que esta crisis se ha fundamentado justamente en la abierta oposición rusa a que así suceda. Ciertamente Ucrania tiene derecho a decidir sobre su política interna y exterior. Empero, como se ve, no es una decisión que dependa por completo de ella.