A falta de una voz institucional que ponga orden y concierto, se ha disparado una pertinaz cacofonía alrededor del monto que debe aumentar el salario mínimo en el año que viene. Todos toman una cifra al vuelo y la colocan en la discusión como propuesta sin más elemento que el propio, ronco pecho. Vean si no.
El Senado de la República propone un salario mínimo de 172 pesos. La Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) lo ubica en un rango de entre 117.72 y 127.76 pesos. Acción Ciudadana Frente a la Pobreza lo coloca en 133 pesos, y la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI) propone otro rango entre 128 y 132 pesos.
Podemos seguir con los ejemplos, pero la verdad es que tenemos muchas cifras, argumentos, no tantos, ¿por qué esta cifra es mejor que la otra? ¿por qué más o por qué menos? ¿dónde colocar “el racional” que nos conduzca hacia una discusión ordenada que oriente el alza en el 2020 y las sucesivas decisiones para la recuperación del salario mínimo?.
Recientemente un grupo de economistas, juristas, historiadores que trabajaron intensamente con el gobierno de la Ciudad de México en el 2014 en esta materia -y que produjeron el documento “Política para la recuperación de los salarios mínimos en México y en el Distrito Federal: propuesta para un acuerdo nacional”-, publicaron un nuevo alegato para ordenar la discusión, de manera que la danza de las cifras encontrará una razón, un ritmo y también un horizonte. Veamos.
La razón: Convengamos que el aumento de 14 pesos decretado en diciembre de 2019 fue un aumento adecuado por tres razones. Primero porque ubicó el precio del salario al nivel de la canasta alimentaria para dos personas. Esto quiere decir que quien gane el mínimo puede sustentar la alimentación diaria de sí mismo y de un dependiente, nada más. Fíjense de qué estamos hablando y en qué nivel estamos. Sin embargo, nos coloca arriba de una frontera importante. El trabajador deja de ser pobre extremo. En segundo lugar, esos catorce pesos no hicieron ni cosquillas a la macro ni a la microeconomía, prácticamente ninguna estructura de costos se alteró y no hay nada que indique inflación o desempleo. En otras palabras, ese aumento es perfectamente metabolizable por la economía mexicana real. Y en tercer lugar esa cantidad fue un acuerdo, un pacto al que arribaron sin mayores problemas los llamados factores de la producción en diciembre pasado, en un consenso tripartita.
Ritmo: Esos simples catorce pesos marcan un ritmo, establecen una secuencia razonable de ascenso ordenado para los siguientes meses y años. En el primer semestre de este año colocaría el valor del salario mínimo en 117 pesos, todavía muy bajo, pero ya encima de la línea de la canasta alimentaria. Empieza a alcanzar para otros satisfactores. La idea subsecuente es que la revisión del salario ya no ocurra cada año como perezosamente se ha hecho costumbre, sino que ahora se vuelva semestral, como en muchos otros países (Uruguay, por ejemplo) precisamente porque se trata de llevar una revisión y un monitoreo mucho más riguroso y atento. Los aumentos serían proporcionalmente cada vez más bajos, pero más frecuentes.
Horizonte: La idea del alegato es que, en el mediano plazo, el salario mínimo alcance un estándar decente y suficiente. La Constitución de la República dice en el artículo 123, que ha de alcanzar para la manutención del trabajador y de su familia. En el México contemporáneo, hablamos de cuatro integrantes típicamente. Digamos que el presente sexenio transformador se propone seriamente que ninguna familia que depende del salario devengado por el trabajo legal y honesto, pase hambre. Entonces la cifra debería rondar los 208 pesos diarios. Esa sería la meta para alcanzar en los siguientes años.
Este razonamiento parte de un hecho: el salario mínimo es una convención, un umbral acordado sobre el valor que una sociedad le confiere a sus trabajadores de más baja calificación, o sea los más débiles, los que no tienen forma de defender sus intereses frente al poder de despido y de contratación de quienes los emplean. Durante tres décadas y media en México el salario mínimo no ha tenido nada que ver con la productividad del trabajo, ni con otros factores de la economía. Ha sido explícitamente usado para contener la inflación. Mientras siga en territorios tan bajos (rondando la pura subsistencia y el hambre) la discusión central es el ascenso y la superación de la pobreza de quienes trabajan honestamente en la economía.