Soy de izquierda, reformista hay que agregar de inmediato. Y enseguida anotar que no sé qué quiere decir eso -izquierda reformista-, que a muchos esos referentes conceptuales se nos vinieron abajo hace treinta años, como el aluvión desgarra al cerro o como el agua cae en el rostro, proveniente de una enorme catarata.
Soy de izquierda, porque celebro la eutanasia, la despenalización del aborto, la legalización de la prostitución y la marihuana, además de la institucionalización plena del matrimonio gay. Reformista, ya lo he dicho, que toma distancia de esa izquierda vetusta de iluminados que, como signo de su propia entereza, no ha modificado su discurso, no lo cambia ante la situación que sea; fanática, ha renunciado a pensar porque aspira al poder sin convencer; sólo arenga, medra con el descontento social y (casi) nunca alude a la pluralidad, simplemente es la representación de la mujer y el hombre (nueva y nuevo, debe decir).
Entonces no sé qué soy, no al menos como ya expuse, conceptualmente; me digo de izquierda reformista como cualquiera que puede decirse alegre, taciturno o nostálgico, es decir, como un estado de ánimo y la búsqueda de una identidad. Creo que ser de izquierda es cuestionar al ejercicio del poder, cuestionar, vale decir, elaborar ideas, no reclutar adjetivos y tejer proclamas. Una izquierda que construye paso a paso, no la que busca derrocar o que arenga al “pueblo” para el advenimiento (religioso) del gran día que ha llegado y del que ellos son los emisarios.
Una izquierda que se maraville con el desarrollo tecnológico y de la ciencia, que dispute palmo a palmo con la iglesia el sistema de creencias, ah, y que la derrote, lo que significa confinarla al púlpito de la libre creencia pero diluyendo el poder fáctico que representa. Una izquierda laica, democrática y reformista que no confunda la construcción con acuerdos palaciegos, de corto plazo, convencieros; una izquierda que no santifique al pecador arrepentido ni que se defina por ser anti. Una izquierda que no acepta que la prensa militante distorsione la información en nombre de la causa, como lo hacen los medios de comunicación dóciles en nombre del discurso y la retribución oficialista.
Desde hace treinta años eso creo, con las modulaciones y las moderaciones que ese tiempo implica. Como sea, entre todo eso tengo una certeza inconmovible, la izquierda de la que hablo, no existe. No está, para mi ha sido una aspiración y no sólo, también hálito de vida. Aliciente cotidiano, estandarte para expresar opiniones y respetar la de otros. Aunque al paso de la años, no sepa lo que eso significa y entonces caigo en la cuenta de que ese periplo, la búsqueda permanente en la administración del esfuerzo propio, es lo que ha valido la pena porque entre esas aspiraciones encontré a varios amigos entrañables y por ello de algún modo, esa izquierda de la que hablo nos deja con un sabor ocre en la boca y simultáneamente un gusto enorme por reír frente al fanatismo de la índole que sea o la farsa del discurso efectista pero vacío, y así en más de una ocasión lanzar una sonora carcajada.