Imagino al feminismo como la ramificación de un árbol. Coincido con sus raíces teóricas y prácticas que datan de la Ilustración, cuando el diseño del Estado no integró en plenitud los derechos que proclamó para los hombres. Miro una rama extensa y fuerte; el logro del voto y la ruta por afianzar la ciudadanía de las mujeres, y hay otra, la relacionada con ampliar sus márgenes de libertad y una más, la de la igualdad que alude a las oportunidades laborales y el ejercicio de la política, y una más que en conjunto refiere a los derechos de índole diversa; es un árbol frondoso y ha rendido frutos contra la discriminación o el dominio del hombre en esferas múltiples, incluso morales que la intentan defenestrar si la mujer no se asocia con los símbolos de la familia o la maternidad o si no viste y calza según cánones morales definidos por la cultura del sometimiento del hombre.
El feminismo europeo no se explica sin las luchas socialistas en favor de la emancipación en el siglo XVIII y tampoco se explica sin los grandes movimientos sociales de los trabajadores y los negros en Estados Unidos de ese entonces y del siglo XIX. No se entiende sin la libertad sexual y el libre albedrío para vestir como se quiera, sin la pastilla anticonceptiva que abre el paso a la mujer que siendo mujer no quiere ser madre ni jugar los roles o los símbolos de la hegemonía que la subsume y la agota en referentes fetichistas, funciones biológicas o sólo una impronta para significar el objeto del deseo sexual.
También miro una rama seca en aquel árbol, las expertas le llaman feminismo indómito para aludir a esas definiciones ideológicas que no aceptan promover la igualdad de los derechos o la equidad en las oportunidades porque la estructura normativa es patriarcal y, entonces, sólo reproducen el dominio. Los frutos de esa rama seca se han podrido en el fanatismo que mira la ampliación de la esfera de las libertades como una forma de negar e incluso si es posible suprimir al otro, un feminismo que no clama ni reclama por el reconocimiento de la diversidad y la diferencia, por ejemplo la sexual, y entonces desde el lesbianismo de closet lucha contra la casta sexual que implica al hombre, y lo condena y lo señala y lo aísla o eso pretende. No exagero, esas expresiones transpiran por todo el mundo. Y hay otros frutos mal habidos como el lenguaje que aprisiona en el nombre de la equidad y que multiplica las vocales y hasta la letra x con tal de ser inclusiva; es la llamada contracultura feminista que incluso permea en los hombres que sienten estar del lado correcto hablando como es correcto, actuando en lo correcto siguiendo el dictado antihombre correcto.
El feminismo es un proceso. Errático, sinuoso, alentador y también terrible, sin duda. Como sucede desde el siglo de las luces, tiene contrastes y me parece que sobre todo signos que resultan alentadores porque también invitan a profundizar en la igualdad y la equidad en los planos en que conceptos pueden desplegarse dentro de las instituciones y las normas ya que es claro que esa igualdad es jurídica y social y que requiere también del principio de equidad porque en efecto, biológicamente no somos iguales.
No me gusta el feminismo de proclamas, el que descalifica al otro con el pretexto de hacer visible el dominio patriarcal, el que conspira contra la femineidad y el erotismo en el nombre de hacer estallar los valores patriarcales –y hace del arquetipo no erótico un símbolo (grotesco según creo) de liberación. Coincido con esas corrientes feministas que le dan un soporte teórico y vivencial a la emoción de la convivencia entre seres distintos, que busca no asociar la trata de personas con la libertad para hacer con el cuerpo, hombres y mujeres, lo que se quiera, y eso incluye cobrar por servicios sexuales (me encantan las mujeres que le dan solaz erótico y sexual a las personas discapacitadas en Argentina). Difiero de aquellas personas que son lesbianas, esconden su preferencia sexual y confunden el feminismo con el ser antihombre.
Este 8 de marzo empleo la conocida festividad como pretexto para asumirme feminista y reír del feminismo acendrado que no acepta filias por razones de sexo y nos llaman oportunistas, para hacer del biquini hasta la tanga fetiches de liberación histórica que arrumbaron aquellas feas bombachas, festejo la minifalda, a los años sesenta y setenta de la liberación y también a la década de los noventa y el postmodernismo feminista que acepta, alienta la diferencia de los sexos y algunos de sus roles. Y como aun creo que el piropo no las sobaja les digo ahora admiro a las que esculpen el cuerpo, a las que leen o a las que bailan, a las bonitas y a todas las feas (como yo) que también se quieren mucho, que la emoción de la vida también trata de ser uno mismo siempre sin cartabón ni proclama alguna, porque también somos todo eso por lo que hombres y mujeres han luchado. Y vale la pena disfrutarlo sin ataduras ni ópticas que busquen la supresión del otro como mecanismo de liberación. Al contrario, creo que esta es la época de la diversidad y el respeto a la diferencia.