Para Virgilia, poeta de la función (es)pejista, “el Estado es Andrés Manuel”. Lo declamó una vez. No lo es –o no aún, afortunadamente- ni debe serlo, pero él y sus escoltas sueñan que lo sea. No hay “rey sol” mexicano pero como hay luiscatorcismo tropicalizado –el obradorismo: el pueblo es él, ya saben quién, la democracia es él, el futuro es él, el Estado es él- hay autoritarismo. Perspectiva autoritaria, personalidades autoritarias y gobierno cada vez más autoritario.
Ese autoritarismo no es “solar” (ni del régimen de Luis XIV ni de luz social) pero sí es radial: irradia, no tiene una sola dirección, quiere propagarse, llega tan lejos como puede, todo desde un solo centro. Y por eso causa mucho y explica mucho, aunque no todo ni a todos. El autoritarismo obradorista es la causa y la explicación de dos asuntos que han acaparado la coyuntura: la respuesta de Claudia Sheinbaum a la más reciente marcha feminista y el trámite para desaparecer fideicomisos públicos de ciencia, tecnología, cultura y más. Son dos rayos del presidente autoritario –el neopriista López Obrador.
No es que la gobernadora de la CDMX sea personalmente antifeminista, pero es obradorista, y AMLO no es feminista y se acomoda en la paranoia. Resultado: Sheinbaum gobernante ha dejado de ser feminista. Por no dejar de ser obradorista.
No es que el total de los legisladores de Morena sean anticiencia y anticultura (que los hay) sino que son obradoristas, y AMLO no cree que la ciencia sepa más que el pueblo/él ni acepta que la alta cultura sea más alta que él, es decir, que no esté abajo de su investidura. AMLO no quiere tolerar protesta social, quiere control político. Quiere controlar políticamente el dinero de fideicomisos que controlan públicamente otros.
Ser obradorista es, ya lo sabemos, ser leal ciego. Si lealtad ciega es lo que pide Obrador, no se puede ser obradorista si se es leal a medias o con condiciones. Ser leal a algunas cosas, a algunos hechos, a algunos proyectos, a algunos dichos, sería pensar independientemente por lo menos en algunos casos, lo que no podría ser lo que desea y ordena Obrador, y por eso no podría ser obradorismo puro.
El mismo presidente es quien anuló la posibilidad “intramuros” de los grados: “pedimos lealtad ciega al proyecto de transformación”, y el proyecto es él y la transformación no es la que dice el discurso: desde el punto de vista del líder, ya no hay posibilidad de gradación racional en el obradorismo de cada liderado. Así es que ya es imposible que en el obradorismo no haya degradación individual sin renunciar. Se ha llegado a otro momento: hoy, ser auténticamente feminista requiere no ser obradorista auténtico, y ayudar desde el Estado a la ciencia y la cultura implica traicionar al presidente. Deberían traicionarlo. El problema es, para sus colaboradores y el país, el autoritarismo de López Obrador.