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miércoles 18 septiembre 2024

Ucrania: tan lejos de dios…

por María Cristina Rosas

Pobre Ucrania… tan lejos de Dios… Destacados académicos y analistas políticos han dedicado mucho tiempo a evaluar los logros y desafíos de la administración de Joe Biden en su primer año como inquilino de la Casa Blanca. La mayoría coincide en las dificultades que plantea la pandemia del SARSCoV2, agente causal del COVID-19 y la inmunización de los estadunidenses; la polarización política del país; las divisiones entre moderados y progresistas en el seno del Partido Demócrata; la inflación y los precios de los combustibles; la complejidad de la reforma migratoria propuesta y las escasas capacidades de negociación de Kamala Harris como vicepresidenta distante de Biden -frente a la cercanía que, en contraste, se observó entre Obama y Biden en el período 2009-2016.

En el ámbito internacional, muchos ven a Biden con alivio, después de la confrontación que caracterizó a la administración Trump, prácticamente con toda la comunidad internacional. En contraste, Biden ha puesto a Estados Unidos a la cabeza de las negociaciones sobre el cambio climático; revirtió la propuesta de retiro de la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunciada por su antecesor; ha reconstruido las relaciones con sus aliados; e incluso propuso pagar la totalidad de las cuotas atrasadas que Washington adeuda al Sistema de las Naciones Unidas. Esas acciones evitaron que el barco se hundiera, pero Biden no ha podido restaurar la posición dominante de Estados Unidos en las relaciones internacionales del siglo XXI. ¿Por qué?

Un acto en Kiev por el Día de Ucrania, este domingo. STRINGER / SPUTNIK / CONTACTOPHO (EUROPA PRESS)

Mientras Trump estuvo en la Casa Blanca, muchas cosas sucedieron en el mundo: Rusia reafirmaba su presencia no solo en lo que se conoce cercano extranjero o bien, su zona de influencia, sino que se ha empeñado en evitar que países vecinos como Ucrania se sumen a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) dadas las implicaciones geopolíticas de ello. Si bien la anexión de Crimea -o reunificación histórica, como se le llama en Moscú- ocurrió antes de la llegada de Trump a la presidencia, la intervención de Putin en las elecciones estadunidenses de 2016 significó que Moscú estuvo dispuesto a jugar sus cartas para favorecer el ascenso de quien parecía un aliado político. Aparentemente, funcionó: durante la administración Trump, Putin nunca fue atacado ni criticado por el presidente de Estados Unidos. Más interesante es saber que cada vez que Trump y Putin se reunían, sus encuentros se desarrollaban a puerta cerrada, sin nadie más presente y con una secrecía que generaba preocupaciones sobre la naturaleza de los temas tratados. Algunos especulan que Trump, mucho antes de convertirse en presidente, intentó hacer negocios con Rusia y, entre otras cosas, planeaba construir una Torre Trump en Moscú. Así, Trump tenía intereses económicos y comerciales en Rusia que requerían la bendición de Putin -no es broma, así lo afirma Stephen Schlesinger en un artículo de septiembre de 2020 (https://www.passblue.com/2020/09/14/trumps -misteriosa-relación-con-putin/).

Pero además de Rusia, otro cambio importante se produjo durante la administración Trump: la República Popular China (RP China) devino en gran potencia. Cuanto más luchaba Trump contra el gigante asiático, más Beijing buscaba un incremento de su influencia en el planeta: después de todo, si tiene problemas para hacer negocios con Estados Unidos, aún puede comerciar e invertir en el resto del mundo, ¿cierto? La iniciativa de la llamada nueva ruta de la seda  lanzada por el presidente Xi Jinping en 2013 con sus dos ejes -para unir a Europa y la RP China con países de Eurasia más India, y también los vínculos con África, América Latina y Oceanía- mucho antes de la llegada de Trump, es resultado de las crecientes tensiones con Estados Unidos y la exclusión que Beijing ha experimentado de diversas iniciativas lanzadas desde la Casa Blanca para fortalecer las relaciones comerciales transpacíficas, por ejemplo, de manera más reciente, el ahora Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), impulsado por la administración Obama en 2016 pero de la que se retiró EEUU en enero de 2017 en el gobierno de Trump.

Dicho esto, cuando Biden llegó a la Casa Blanca e ingresó a la Sala Oval, se  encontró con dos actores cómodamente sentados en el sofá: por un lado la RP China, ya consolidada como una gran potencia, disputando el liderazgo de Estados Unidos en el mundo; y por otro el otro, Rusia, reafirmando su condición de potencia regional, desafiando la expansión de la OTAN en lo que alguna vez fue la esfera de influencia soviética, pero sobre todo, recordando a EEUU que Moscú debe ser tomado en cuenta como un actor muy importante en la escena internacional.

Participantes civiles en una unidad de Defensa Territorial de Kyiv entrenan un sábado en un bosque. 22 de enero de 2022 en Kiev. 22 de enero 2022. Foto: © Sean Gallup / Getty Images

Las relaciones entre EEUU y la RP China merecerían un análisis más profundo, que vendrá en próximas entregas. Por ahora, hablando de las relaciones entre Washington y Moscú, no está de más echar un vistazo al contexto en el que se han desarrollado bajo la administración de Biden. Para empezar, en marzo de 2020, en una entrevista, el presidente estadunidense llamó a Putin “asesino” y agregó que pagaría las consecuencias por interferir en las elecciones presidenciales de 2020 -que se suma a la injerencia rusa en los comicios de 2016. Bueno, eso no es un buen comienzo, ¿verdad? Tras los dichos de Biden, Putin llamó a consultas a su embajador en Washington y su contraparte también llamó a consultas al embajador de Estados Unidos en Moscú. Posteriormente los dos embajadores regresaron a sus misiones diplomáticas, una vez que Biden le explicó a Putin por qué lo llamó “asesino”. Bien. Un poco más tarde, los dos mandatarios se reunieron el 16 de junio de 2021 en Ginebra y mantuvieron un “diálogo constructivo” y “sustantivo” según Putin sobre temas como las negociaciones sobre la Reducción de Armas Estratégicas (START), la situación en Ucrania y claro, los derechos humanos en el país eslavo. Parecía una reunión de business as usual.

Pero algo sucedió desde entonces que cambió la geopolítica y la posición de EEUU en las relaciones internacionales: la retirada de sus tropas de Afganistán a finales de agosto, por un lado; y no se puede obviar tampoco el final de la era Merkel en Alemania. A propósito de Afganistán, es cierto que el proceso de retirada comenzó durante la administración Trump, y que después de 20 años -desde los atentados del 11 de septiembre- EEUU no ha logrado hacer del territorio afgano un país próspero y democrático, por no hablar del fracaso en la lucha contra el terrorismo. en la región. Sin embargo, las imágenes de la retirada de las tropas estadunidenses en medio del caos en el aeropuerto de Kabul, contrastaron con las de los talibanes quienes regresaban triunfantes al poder, enviando el devastador mensaje de que “EEUU y sus aliados fracasaron. Punto.” Por supuesto, un Estados Unidos derrotado es la imagen que muchos ven dentro y fuera del país, y culpan a Biden por ello. A Rusia, un país previamente humillado en Afganistán durante los años de Gorbachov, un Biden débil con el consecuente vacío de poder que produce en la región y en el mundo, parece una oportunidad que, ¿por qué no? Rusia podría llenar.

A fines del año pasado, Putin había desplegado o redistribuido tropas y equipo en la frontera con Ucrania, un movimiento táctico en el tablero de ajedrez regional que claramente ni Biden ni sus aliados de la OTAN podían dejar pasar sin protestar. Estados Unidos insistió en que cualquier posible ataque a Ucrania tendría enormes consecuencias para Rusia. A medida que crecen las tensiones, algunos han sugerido el envío de cascos azules a Ucrania, pero… ¡momento! Ucrania no es Chipre y, además, el despliegue de una misión de mantenimiento de la paz debe pasar por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas donde Rusia, con su poder de veto, lo podría anular.

¿Cuál es la mejor apuesta de Biden y Putin como resultado de esta crisis?. Véase en primer lugar a Biden. Después de un año en la presidencia, las cosas no van bien para él. Se le ve aislado por su propio partido y con una vicepresidents cuyas habilidades negociadoras en temas clave parecen muy limitadas. Para muchos, Biden todavía se comporta como aquel Senador por Delaware (1973-2009) que acompañó a Obama en la contienda electoral de 2008. Por si fuera poco, los índices de aprobación de Biden son bajos: del 43% -y los que desaprueban su gestión son más, 49%, es decir, casi la mitad de los estadunidenses.

¿Y Putin? Ciertamente lo está pasando mal con la pandemia provocada por el SARSCoV2, agente causal del COVID-19 -más de 11 millones de casos confirmados y 322 135 defunciones hasta el momento-. El PIB cayó en el primer año de la pandemia, aunque no tan dramáticamente como en otros países (-2. 9% en 2020, contra -3. 64 en EEUU y -8. 3 en México). A pesar de las sanciones aplicadas contra Rusia desde la anexión de Crimea, la economía ha experimentado dificultades, pero al parecer esto no ha sido fatal. Las enormes reservas de petróleo y gas juegan un rol. El país también ha comprado enormes cantidades de oro, lo que proporciona un alivio para sus finanzas y reservas. Incluso hay rumores de que Rusia adoptaría un tipo de cambio de paridad oro-rublo, lo que estabilizaría la economía. Un tema adicional a considerar: Rusia tiene una deuda externa muy manejable puesto que la mayor parte es privada, por lo que tiene un margen de maniobra nada despreciable. Por supuesto, las cosas podrían mejorar si las sanciones desaparecen, aunque estas han sido una constante tanto en Rusia como en la Unión Soviética durante mucho tiempo, por lo que el país ha sido resiliente y ha aprendido a vivir con ellas.

La popularidad de Putin se ve bien. En diciembre de 2021, dos tercios de los rusos (65%) aprobaban la forma en que gobierna el presidente. Su popularidad incluso aumentó respecto al mes anterior. Desde que llegó al poder en el año 2000 sus números han sido altos. En agosto de 2008, durante la guerra con Georgia, Putin disfrutó de un 83% de aprobación. En marzo de 2014, después de la “reunificación histórica” con Crimea, las cifras volvieron a ser altas: 80%. La caída de sus índices de aprobación en febrero y marzo de 2019 (64%) estuvo sobre todo vinculada a una reforma de las pensiones y la edad de jubilación que generaron cierto disgusto entre la población. Aun así, tener una aprobación del 65 por cierto dice mucho del sentir de la población.

Los presidentes de Estados Unidos, Vladimir Putin y Joe Biden, de Rusia
FOTO: AFP/Brendan Smialowsk

Pero la pregunta fundamental es: ¿están Estados Unidos y Rusia dispuestos a ir a la guerra por Ucrania? A pesar de la agitación en los mercados bursátiles, no es un escenario que ninguno de los dos países desee. Una guerra no sería un escenario de ganar-perder, sino de perder-perder. Putin lo sabe. Biden también. La estrategia de Putin es insistir en la prohibición de que Ucrania se una a la OTAN, pero esto lo hace para llevar a cabo negociaciones. Hoy mismo la alianza noratlántica expresó que “desea negociar con Moscú” -¿qué tal? Algunos expertos explican que los llamados “despliegues militares” ordenados por Rusia son en realidad para reposicionar tropas y equipos. No se han realizado movimientos importantes de la fuerza aérea en este momento, lo que parecería indicar que, después de todo, es posible que no ocurra una invasión. No se pierda de vista que Putin también quiere aprovechar la partida de Angela Merkel, una lideresa clave en Europa Occidental frente a Rusia. Con Merkel fuera del escenario, la Unión Europea ha perdido influencia e interlocución con Putin.

Se podría argumentar que Biden no descarta una guerra para lograr un consenso en el Capitolio y verse más presidential. La imagen de un enemigo externo, suele llevar a que la sociedad estadunidense cierre filas con su gobernante, pero el costo sería muy alto. Biden es institucional, es un negociador, pero con limitaciones. Como vicepresidente de Obama, privilegió las negociaciones y los diálogos con diferentes países y líderes, echando mano de toda la experiencia acumulada como Senador. Pero no es lo mismos ser Senador que vicepresidente, como tampoco es lo mismo ser presidente con una vicepresidenta sin esas habilidades negociadoras. Una guerra podría generar un efecto de distracción benigna sobre las deficiencias actuales de la administración Biden, pero la realidad es que esas deficiencias pueden aumentar debido al impacto económico que una confrontación armada tendría. El efecto Afganistán está muy fresco en la memoria de los estadunidenses: si EEUU no pudo contener al talibán, ¿podrá hacerlo con Putin?  Es claro que Biden necesita ser visto menos senatorial y más presidential, aunque una guerra no parece el camino correcto para lograrlo. En cambio, podría negociar términos y condiciones con Rusia y emerger efectivamente más presidential.

Siempre hay espacio para negociar y Putin puede obtener lo que quiere: ser reconocido como un líder, no como alguien a quien se puede obligar a hacer concesiones sin nada a cambio. A Putin no se le puede tratar como a Gorbachov, mucho menos como a Yeltsin.  No parece imposible que Estados Unidos y la OTAN terminen por aceptarlo.

Los dos actores que están instalados en la Sala Oval con Biden, Rusia y China, están allí para quedarse y EEUU tendrá que adaptarse a esta nueva realidad. En medio de todos estos reacomodos geopolíticos, lamentablemente el presente y futuro de Ucrania no parece que vaya a ser decidido por los ucranianos. Como van las cosas se perfila una suerte de finlandización del país, donde Ucrania se comprometa con una política de neutralidad, no uniéndose a la OTAN y aceptando la influencia de Rusia en la región -como tuvo que hacerlo Finlandia en la guerra fría. Este escenario pasa por el plácet de la OTAN y EEUU por supuesto, pero ambos carecen de las habilidades y el poder para cambiar la geopolítica regional. Pobre Ucrania… tan lejos de Dios…

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