“Entró en la muchacha como quien entra en sociedad”. Leí esa frase por primera vez la tarde del 21 de octubre de 1982, en un libro que luego se fue de mi vida en una guagua que perdí (porque demoré más de lo pautado por la disciplina) en un polvoriento merendero, a la vera de una carretera que serpenteaba junto al mar Caribe.
Recuerdo la fecha porque, a quienes se van de casa, los persigue un rastro de pérdidas, una sombra amarga de plaza sitiada y una insoportable necesidad de ternura: un libro siempre te da un poco de amor. Pero también me acuerdo porque, aquella tarde otoñal de patriarca comunista en pleno poder, fue inolvidable: García Márquez ganó el Nobel.
Treintaicinco años después, reencontré Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Me esperaba en el stand de España, de la pasada FIL de Guadalajara, con una portada luminosamente cromada de Seix Barral.
Y, “entró en la muchacha como quien entra en sociedad”, me pareció otra vez la frase más lograda de esta novela, la mejor quizá, de todo lo escrito en español desde 1965. Son 497 páginas en función de los retratos y de la denuncia social. Teresa es una estudiante universitaria de clase acomodada, progresista, seudorrevolucionaria en bares de moda, rebelde sin causa.
La Teresa de 1965 en Barcelona es lo que se conoce en México de 2017 como “chairo”, según la clasificación del Colegio de México: “Persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender; persona que se autosatisface con sus actitudes”.
En contraparte está Manolo, joven que representa al lumpen-proletariado de las zonas oscuras de las grandes ciudades, con el que la chica burguesa-izquierdosa cumple su sueño de mezclarse con el pueblo, como quienes hoy hacen la revolución tomándose selfies en las marchas de “indignados”. Marsé los caracteriza de manera despiadada en su libro.
“Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños. Alguno como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran: señoritos de mierda”.
Pero, más allá de lo que cada lector encuentre, he querido despedir el año con Últimas tardes con Teresa porque, el volver a hallarlo, me ha devuelto un recuerdo de paraíso perdido, de regreso y sufrimiento, de buscarme donde ya no estoy. De sorprenderme angustiosamente por las ausencias.
Y reencontrarme con inigualables descripciones del verano como un verde archipiélago, un lecho de confeti y serpentinas, un techo de guirnaldas, un viento húmedo que dobla la esquina…
Es como retornar, para vivirlo, a un pasaje entrañable de la infancia.
Este artículo fue publicado en La Razón el 29 de diciembre de 2017, agradecemos a Rubén Cortés su autorización para publicarlo en nuestra página.