El cine no es sólo un fenómeno cultural. Al menos así lo concebimos quienes buscamos películas que sean fuente de vivencias fundamentales. Hoy, dado el irracionalismo que se vive alrededor del mundo —independientemente del desarrollo nacional—, se cuestiona la probabilidad de conocimiento acertado. En ese contexto, el director Hirokazu Koreeda (1962) presenta su película La verdad (2019), una muñeca rusa de niveles de realidad en que caben los cuestionamientos sobre la validez del cine, la actuación, la memoria y las intenciones. La historia se desarrolla durante un rodaje en el París contemporáneo, alrededor de una ficticia estrella de cine, interpretada por una actriz simultáneamente real y legendaria: Catherine Deneuve.
Si un cineasta latinoamericano, asiático o de Europa del Este dirige en Hollywood con frecuencia se asume que se trata de un proceso de adaptación a una cultura ajena. O llanamente se dice que tales directores han vendido su alma al diablo comercial estadounidense. No ocurre así cuando la industria que acoge a los creadores es la francesa. Es curioso, porque el cine francés está lejos de ser un prístino oasis de arte: se trata de una industria propiamente dicha, en que se producen cintas de entretenimiento que buscan públicos internacionales. ¿Qué se piensa, entonces, cuando el japonés Koreeda dirige, como personajes que hablan francés e inglés, a estrellas internacionales como Deneuve, Juliette Binoche e Ethan Hawke?
Si el cine fuera predominantemente un producto cultural habría que problematizar traslados como el de Koreeda —aunque no sean tan aprehensibles y denunciables como los productos hollywoodenses que muchos críticos se complacen en adjudicar a un supuesto capitalismo tardío. Si se aborda de esta manera una película habría que hacerlo más allá de repetir señalamientos esquemáticos que se sabe serán aplaudidos, aunque sean, si acaso, una enésima queja inocua contra la hegemonía occidental. Pero hay otras posibilidades de acercamiento al cine que son específicamente cinematográficas. Si se ve al cine como posibilidad creativa de experiencias fundamentales, entonces —sin dejar de hablar de problemas culturales, sociales y políticos—, puede abordarse qué tanto una película como La verdad logra una inmersión tal en sus temas que los convierta en vivencias para un público comprometido con el cine como forma de arte.
La tercera década del siglo XX deja ver un panorama en que ganan prestigio y adeptos posiciones que nublan la posibilidad del conocimiento. La película rodada dentro de la cinta de Koreeda plantea una circunstancia en que dialogan una madre joven con su hija anciana. Fuera de la filmación, vemos que la nieta de la gran actriz vive emocionada entre ilusiones. En nuestro tiempo se habla de posverdad: la deliberada distorsión de la realidad. Se suele creer que esto atañe a políticos populistas, pero es un fenómeno amplio que invade la vida cotidiana como La verdad ha capturado.
La cinta contiene escenas que exploran momentos en que podría parecer difícil escoger cuál es la realidad conveniente. En una de ellas, se revela que algo previamente dicho por la nieta a su abuela —la famosa actriz que tiene sólo un papel secundario en la película en producción—, fue un diálogo pensado por su madre guionista. La madre, el personaje de Binoche, instruyó a su hija, la nieta, a representar esas palabras. La conversación con la niña ha dado algo de alegría a la anciana. En otra circunstancia, la abuela declara que ella prefiere haber sido buena actriz a ser una buena amiga o madre. ¿Cuál es la realidad: el montaje de sus descendientes guiados por la empatía o la paz emocional de la estrella menguante?
Otra escena es tan envolvente como el manejo de la cámara a cargo de Eric Gautier, que logra acercamientos —incluso extremos—, apenas perceptibles por la delicadeza con que se efectúan. La nieta presencia el rodaje. En algunas tomas participa una niña de su edad. La nieta ve fascinada lo que ocurre. En un descanso se anima a hablarle a la niña actriz, quien reacciona despectivamente. La nieta, sin premura, va también involucrando a su escucha —y al representante de su abuela, testigo de lo que sucede. La nieta termina afirmando que ella es actriz en Hollywood, causando la envidia que expresan los gestos de la niña que sí es actriz en la ficción de La verdad.
Podríamos preguntarnos cuál es la realidad y confundir planos psicológicos con sociales. Pero la nieta miente. Sin embargo, sus palabras tienen consecuencias de diversos tipos —para comenzar psicológicos, la niña presumida ha sido herida en su vanidad, el representante quizá ha descubierto su talento. Esto no equivale a generar la realidad. Los jefes de gobierno que creen erradicar la corrupción al decir que acaban con ella malentienden o abusan de planteamientos como los del filósofo Austin: hablar es hacer, pero no en un vínculo simple.
Que decir sea hacer significa que las palabras de la nieta del filme de Koreeda crean hechos que no sólo son psicológicos. Su alocución no la convierte en actriz. Igual que los discursos de primeros ministros y presidentes demagogos, las palabras de la nieta son posibles por, y se integran a, una cascada social de alardes y mentiras, intentos de construcción de mundos alternativos que, a final de cuentas, aspiran a incidir en la cotidianidad empírica. Estas faltas a la verdad no parecen encontrar diques críticos con suficiente fuerza para evitar confusiones: son un irracionalismo al que no le conviene distinguir entre hechos y falacias. No obstante, tanto la realidad de la nieta, como el valor artístico de La verdad de Koreeda —y de cualquier película—, es discernible; aunque no sea tan fácil como redactar un tuit, adjudicar estrellitas o pronunciar adjetivos que dividen.
La verdad es parte de la Muestra Internacional de la Cineteca Nacional que se realiza del 9 al 26 de abril de 2021 en la Cineteca y entre el 16 de abril y el 7 de mayo en Cine Tonalá y Cinépolis (Diana, Plaza Carso y Samara).