Como todo en la vida, la política se mide por los resultados. Quizá la opinión del momento no sea justa, tampoco objetiva, más cuando existe un ánimo de desencanto y hasta de enojo en la población. En los acontecimientos recientes, la irrupción de Donald Trump a la escena pública ha sido uno de los grandes eventos. Como nunca la población en México y en buena parte del mundo se volcó hacia la campaña presidencial estadunidense y particularmente en su desenlace y secuela. Lo ocurrido ha preocupado a todos por la amenaza que representa un cambio radical en la relación bilateral y en el papel de EU en el mundo.
La diplomacia mexicana optó por la mesura y el diálogo desde el mismo proceso electoral. Con ello el gobierno y el presidente Peña asumieron un muy elevado costo. Desde muchos frentes se exigía una respuesta de confrontación. El gobierno resistió, primero durante la campaña, con la perspectiva de que el personaje en controversia pudiera llegar a la Presidencia, hipótesis desechada por muchos. El presidente Peña tuvo razón y también se convalidó la actitud de apertura, aunque de firmeza frente a temas fundamentales, como fue la decisión de cancelar la visita en respuesta a la imprudente actitud del presidente Trump respecto a la construcción del muro.
Aún con esa determinación de firmeza, el mandatario mexicano decidió continuar el diálogo. La renovación del equipo de gobierno en la Cancillería dio una mayor coherencia y congruencia entre la representación diplomática y la responsabilidad presidencial. Los resultados positivos avalan las decisiones. A menos de cien días de su mandato, el presidente Trump gradualmente ha ido encontrándose con la realidad. Su partido no está dispuesto a seguirle en su aventura. Los radicales han ido perdiendo terreno y la desaprobación al gobierno y al Presidente continúa creciendo
Más información en: www.milenio.com