Las 1.356 páginas del informe de un gran jurado de Pensilvania sobre los abusos sexuales de clérigos a más 1.000 menores de edad están repletas de descripciones escalofriantes y de crudos ejemplos de impunidad. La investigación revela que durante siete décadas la cúpula eclesiástica católica encubrió y toleró muchos de los abusos perpetrados por más de 300 sacerdotes. Por ejemplo, en la diócesis de Erie un cura confesó haber cometido en los años ochenta violaciones anales y orales a al menos 15 chicos, uno de ellos de solo siete años. Cuando se reunió con el depredador sexual, el obispo de la diócesis lo elogió por ser una “persona cándida y sincera” y por los “avances” logrados en controlar su “adicción”. Y cuando finalmente el cura fue expulsado, el obispo declinó explicar los motivos. “Nada más debe indicarse”, escribió.
Las pesquisas destapan una maquinaria despiadada de tolerancia a la pederastia en 54 de los 67 condados de Pensilvania. Pero en muchos casos llega tarde. La mayoría de los abusos han prescrito por haberse cometido hace tiempo o sus autores ya están muertos. “Pese a algunas reformas institucionales, en general los líderes individuales de la Iglesia han evitado una rendición de cuentas pública. Los curas estaban violando a pequeños niños y niñas, y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no solo no hicieron nada sino que lo ocultaron todo”, reza la conclusión de las pesquisas.
Abundan los ejemplos escabrosos. Un cura violó a una niña de siete años cuando fue a visitarla al hospital después de que la operaran de amígdalas. Otro dio a un chico una bebida que hizo que no se acordara de qué había pasado la noche anterior cuando fue violado analmente. También hubo un sacerdote que acabó dimitiendo tras años de acusaciones pero eso no impidió que la iglesia le hiciera una carta de recomendación para su siguiente empleo: en el complejo Walt Disney World.
También en la diócesis de Erie, el obispo descubrió en 1986 que un reverendo había masturbado a un adolescente varias veces en la anterior década con el pretexto de enseñar a la víctima sobre cómo descubrir posibles signos de cáncer. Cuando el padre de uno de los niños abusados se quejó, la respuesta que recibió del arzobispado fue pedirle “discreción” y que evitara buscar nueva información porque sería “dañino e innecesario”. “Es obvio en este momento que no está pendiente o se está considerando ninguna acción legal”, escribió el obispo.
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