La dura realidad económica por la que atraviesan los medios de comunicación estadounidenses terminó con la pretensión del The Washington Post, sostenida desde mediados de los años 60 y a la que le dio vuelo el escándalo Watergate, de convertirse en el segundo órgano noticioso más influyente de su país.
El asunto se oficializó el martes 24 de noviembre, en la semana del Día de Acción de Gracias, una fecha extremadamente importante para nuestros vecinos del norte, cuando el director general del diario Marcus Brauchli, anunciaba que el Post cerraba sus tres últimas corresponsalías en los EU (Los Ángeles, Chicago y Nueva York) para ahorrar dinero y porque reconocieron no ser “una organización noticiosa nacional de referencia que sirve a una audiencia general, ni una agencia de noticias, ni un canal de cable”.
Con ello, el Post confirmaba que se volvía un periódico provinciano, centrado en lo local. A lo largo de esta década, el Post había clausurado sus oficinas en Austin, Denver y Miami. Además, al terminar diciembre, cesó la publicación de su edición semanal que en los 90 llegó a tener una circulación de 150 mil ejemplares, pero que en 2009 se desplomó a sólo 20 mil, con tendencia a la baja. El semanario era un resumen de lo mejor del periódico.
También, el Post concluyó la sociedad que desde 1962 había establecido con otro antiguo gran periódico ahora en decadencia, Los Angeles Times, con el que conjuntamente tenía una agencia de noticias con más de 600 suscriptores en todo el mundo.
Esta historia, como muchas, tiene su génesis en el despegue de Internet. El Post inició su viaje al ciberespacio en agosto de 1992, con base en un oficio interno de su entonces subdirector Bob Kaiser, un periodista muy experimentado.
El Post en la red, poco atractivo
A principios de los 90, apenas se empezaban a entender los alcances y cambios que produciría la Web en hábitos y conductas, potenciados posteriormente por computadoras personales más poderosas y sistemas inalámbricos de conexión, en tándem con software más flexible y complejo.
Con la aprobación del presidente del Post, Donald E. Graham, se creó una subsidiaria de la compañía de nombre Digital Ink, la cual tenía el propósito de desarrollar una plataforma electrónica de noticias. Al principio, el servicio se pensó en exclusiva para los suscriptores, pero el surgimiento de los navegadores que permitían su uso para aplicaciones comerciales, empezando por Mosaic en 1993, provocó que se descartara esa solución.
El proyecto digital se separó de las oficinas principales del periódico y se ubicó en Arlington, Virginia, donde continuaba aún en 2009 como un ducado casi independiente, principalmente para aprovechar que los trabajadores no estaban sindicalizados como sí sucedía en D.C. Esa unidad aparte perdió millones de dólares hasta que logró números negros en 2006. Pero la tensión entre esa operación (que tiende a convertirse en la más importante) y el periódico era algo que el Post no alcanzaba a resolver, de allí surgió la idea de recibir asesoría externa.
El 31 de Julio de 2008, John Koblin relató en el sitio web de The New York Observer, que dos días antes editores de The Washington Post acudieron a Manhattan al cuartel de su archirrival The New York Times para aprender cómo optimizar las operaciones digitales del periódico, reconociendo así la supremacía en la red de los neoyorquinos. Era equivalente a la gerencia del América acudiendo a la Cantera de Pumas para aprender cómo formar fuerzas básicas.
Aunque el Post está en la world wide web desde el 17 de junio de 1996, sus funcionarios asistieron al rascacielos de la octava avenida para volver más dinámico al washingtonpost.com que, a pesar del gran número de consultas diarias y millones de dólares invertidos en más de una década y media de experimentación, resulta poco dinámico y con accesibilidad poco atractiva.
En sus más de 13 años en la red, washingtonpost.com ha tenido grandes aciertos y tremendas fallas. Una muestra de algo bueno que se tornó malo, fue la publicación el 31 de mayo y el 1 de junio de 2009 de una serie en dos partes de más de 20 páginas de longitud, “Murder on Swann Street”, acerca del caso no resuelto del homicidio de un abogado, que sólo se publicó en línea, ofendiendo a los suscriptores del impreso, además no tenía nada de la interactividad que se espera de un producto en la red. La decisión de los editores se basó en que 86% de los hogares en que se recibe el Post cuentan con una computadora, y en el área metropolitana de Washington 80% cuenta con banda ancha.
Un caso más sonado fue el despido del columnista Dan Froomkin, que en la esquizofrenia del diario sólo publicaba en el sitio de Internet White House Watch y que se había convertido en el azote del gobierno de Bush II, diariamente enjuiciando las decisiones controvertidas de la administración republicana. Sin embargo, con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, el tráfico generado por Froomkin había disminuido sensiblemente, argumento que el periódico usó en junio de 2009 para despedirlo y ahorrarse 100 mil dólares al año.
Competencia informativa
La crisis que vive el Post no es sólo económica, sus puntos fuertes son cubrir a profundidad a la clase política, los acontecimientos cotidianos en el D.C. y a los Pieles Rojas, y estos últimos están en una pésima racha bajo un propietario déspota e impopular.
Su predominio en la primera área se resquebrajó cuando en enero de 2007, uno de sus principales reporteros de la fuente política, John F. Harris, junto con otros periodistas veteranos y bien conectados, comenzó el sitio politico.com con el respaldo del descendiente de una familia que en algún momento había poseído The Washington Star, un periódico vespertino que al desaparecer en 1981 le había permitido al Post volverse un casi monopolio.
La nueva aventura se preparó para cubrir la carrera presidencial del 2008, aprovechando el cambio en la Casa Blanca debido a que George Bush II no buscaría un tercer periodo, así como el hecho de que los periódicos regionales estaban disminuyendo su presencia en Washington.
El sitio, junto con un periódico de menos de 30 mil ejemplares de circulación que es hasta ahora su principal fuente de ingresos, The Politico, comenzó a atraer la atención de la audiencia selectiva a la que estaba dirigido. A mediados de 2008, politico.com ya superaba los dos millones y medio de visitantes únicos, lo que le otorgaba gran fuerza en los círculos dirigentes al volverse de consulta obligada, en detrimento del Post. Su dueño y editor, Robert L. Allbritton, opinaba que en cinco años el nuevo medio sería lucrativo y que él estaba dispuesto a soportar pérdidas hasta que alcanzara sus metas de difusión, auto sustentabilidad e influencia. Tan bien ha resultado el proyecto, que a fines de 2009 la compañía retó al Post en la cobertura de noticias locales.
Un golpe de gran impacto de The Politico se dio en junio de 2008, cuando dio a conocer que en la mansión de la nueva editora del Post, Katharine Weymouth, se pensaban realizar una serie de “salones” para que junto con reporteros y editores del periódico, los cabilderos pudieran convivir en privado con personajes influyentes, tanto de la administración como del Congreso.
La revelación causó una tremenda conmoción, se acusó a los dirigentes del Post de violar principios éticos, ya que se tendrían que pagar hasta 25 mil dólares para asistir a esas reuniones. Un cabildero le había entregado a la redacción de Politico un folleto donde se describía el asunto y de inmediato lo dio a conocer, de forma tal que Weymouth tuvo que dar marcha atrás. “Quiero disculparme por planear una nueva aventura que se salió de base y por cualquier duda que sobre nuestra independencia e integridad pudiéramos haber causado”, dijo a través de una carta.
El ombdusman del Post dedicó un largo artículo al caso y enjuició severamente a la organización. La noticia golpeó a una redacción sacudida por un tremendo pesimismo, además de otorgarle al Times una superioridad moral sobre sus rivales que cada día parecían ir a menos dentro de la bolsa de valores de prestigio periodístico.
La confianza en el cuartel del Post menguó porque la nueva editora recurrió a un periodista ajeno a la redacción, Marcus Brauchli, para sustituir a Len Downie, el hombre apacible y dedicado que había remplazado al legendario Ben Bradlee. Brauchli llegó a ser director general del Wall Street Journal hasta que con la adquisición de Dow Jones, Rupert Murdoch decidió llevar a ese puesto tan importante a gente de su confianza.
Brauchli era visto con temor en el Post porque estaba más fogueado en los asuntos internacionales y financieros que en los políticos, además se señalaba que el contacto humano no era su fuerte.
El periódico washingtoniano, para mantenerse a flote, depende ahora de Kaplan Inc., una unidad que adquirió en 1984 y que publica textos de exámenes estandarizados, por lo que en diciembre de 2007 se volvió oficialmente una compañía de educación y de medios. Si fuera sólo por el periódico, la compañía estaría en la quiebra, ya que pierde 90 millones de dólares al trimestre.
El Post no sólo había recurrido a medidas normales dentro de la industria para disminuir costos y aumentar ingresos, como era aumentar el precio del ejemplar diario, entre 2007 y 2009, de 35 a 75 centavos, la reducción del tamaño del diario y suprimir la publicación de las acciones de la bolsa de valores, sino que decidió cancelar su sección independiente de reseña de libros e integrar su cobertura de finanzas en su sección principal.
Fuentes del periódico calculaban que dos páginas diarias menos le supondrían al periódico simplemente en ahorros de papel 2 millones de dólares al año. El Post alcanzó su cenit de circulación promedio diaria en 1993, con 832 mil 232 ejemplares; desde entonces ha ido en constante disminución. Los menores ingresos por circulación, suscripciones y anunciantes provocaron una oleada de retiros voluntarios y despidos, lo que dañó seriamente la moral de los empleados y la calidad del producto.
Son constantes las quejas de los lectores por las faltas de ortografía, la frivolidad constante de la primera plana y el que proveedores externos suplan contenidos exclusivos en la sección de salud. Los difíciles momentos por los que pasa el Post, tanto materiales como espirituales, han llevado a muchos a pensar que si un diario con un mercado consolidado y con un dirigente precavido y visionario está severamente amenazado por la fuerza desestabilizadora de la Internet, entonces nadie está a salvo.
“En estos momentos de recursos limitados y de aumento de la competitividad, es fundamental concentrar nuestra capacidad de tiro en nuestra misión clave, que es cubrir todo lo relacionado con Washington”.
Marcus Brauchli, editor del Washington Post, noviembre de 2009.
“Nuestra base de suscriptores está muriendo”.
Sharon Scott, ex directora editorial del desaparecido semanario del Washington Post, agosto de 2009
“Íntimo y exclusivo Washington Post Salón. Una cena off the record en la casa de la CEO y editora Katharine Weymouth. Interactúe con funcionarios clave. Un ambiente animado, no confrontativo. Una oportunidad única”.
Tarjeta de invitación a la cena que tenía un costo de 25 mil dólares.