febrero 24, 2025

Automatización y desempleo tecnológico

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Nottingham, Reino Unido, al término de la primera década del siglo XVIII, una de las muchas protestas que hubo en busca de mejores condiciones laborales tomó un sesgo diferente que al parecer sorprendió incluso a los propios descontentos. Los manifestantes, de hecho, exigían trabajo y un salario justo. Nada nuevo, pero aun así ninguna de las dos peticiones fue atendida por las autoridades británicas. En vez de diálogo y reflexión, elementos del ejército arremetieron con lujo de violencia contra los trabajadores, deteniendo a varios de los líderes.

Las protestas no concluyeron con la aprehensión de los obreros. Las acciones se radicalizaron, al grado que un grupo de trabajadores, en una acción consensuada, atacó un taller, provocando un incendio nocturno que destruyó 60 máquinas de tejer medias. Pero ahí no paró la cosa, la destrucción de máquinas se extendió como pólvora, y pronto las zonas industriales de Lancashire y Yorkshire imitaron el ejemplo original, con una nueva variante: los obreros se aglutinaron a la sombra de un personaje imaginario al que llamaron “Capitán Ludd”, quien supuestamente redactaba los mensajes a los patrones industriales.

La idea inicial de trabajo y mejores condiciones salariales fue sustituida por la exigencia del retiro total de las máquinas. Si en una determinada fecha las instrucciones habían sido desatendidas, las piezas industriales serían destruidas, además de que -los mensajes señalaban—, en caso de oponer resistencia los dueños o capataces serían asesinados y sus propiedades quedarían reducidas a metal fundido.

En este último punto, el gobierno británico tomó la delantera y detuvo en 1813 a varios “ludistas”, enviándolos al patíbulo. A la ejecución de los trabajadores siguió una persecución sin tregua que trajo como consecuencia que el movimiento ludista prácticamente se extinguiera en Reino Unido, no obstante que en los años 30 de ese mismo siglo la ideología y la movilización del Capitán Ludd tenía raíces firmes en diferentes enclaves del viejo continente.

El movimiento ludista hibernó históricamente hasta finales del siglo XX, cuando surgió el “neoludismo”, una serie de acciones cuya praxis estaba en franca oposición a cualquier avance científico que tuviera como base la informática. Con aromas claramente identificados con las tesis cyber, para los neoludistas la tecnología aliena por igual a explotados y explotadores, lo que convierte a ambos segmentos en parte del engranaje tecnológico.

La tesis de los neoludistas ha tomado mayor vigencia a la luz del avance tecnológico en lo que va del siglo XXI y la pérdida de empleos, un fenómeno que se observa a escala global, sobre todo en los países altamente industrializados. La premisa en este debate es que “El índice de progreso tecnológico y el efecto que tiene en la productividad y el desempleo estructural ha estado sujeto a opiniones diferentes y contradictorias, en particular con respecto al papel que la automatización computarizada puede tener en el empleo”. (“Technological unemployment”. Wikipedia, the free encyclopedia).

La gran disociación

David Rotman, en su artículo “How Technology Is Destroying Jobs” (MIT Technology Review. Junio 12, 2013), aborda de forma acuciosa la afirmación de Erik Brynjolfsson, profesor de la Sloan School of Management del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT), y de su colaborador y Andrew McAfee, quienes señalan que los avances en la tecnología de la computación -a los que califican de “impresionantes”— tienen una gran responsabilidad en el lento crecimiento del empleo en los recientes 15 años. Ambos especialistas se refieren lo mismo a la robótica industrial que a los servicios de traducción automática, que han impactado en un amplia gama de profesiones como derecho, educación e incluso medicina.

La premisa en el estudio que desde hace algunos años actualizan Brynjolfsson y McAfee va más allá de la obviedad que indica que la automatización y el software puede sustituir a las personas. Los investigadores más bien abonan la tesis de que el vertiginoso cambio tecnológico ha borrado del mapa laboral puestos de trabajo con mayor rapidez de lo que estos espacios se crean. Para estos investigadores, la ecuación anterior es causante del “estancamiento de los ingresos medios y el crecimiento de la desigualdad en Estados Unidos”.

De acuerdo con la investigación de Brynjolfsson y McAfee, después de la Segunda Guerra Mundial productividad y empleo corrieron a la par. Las empresas, al generar más valor en sus trabajadores, contribuyeron a que Estados Unidos se hiciera más rica como nación, lo que en concomitancia generó más actividad económica y creo más empleos. Para el año 2000 se hizo evidente un cambio dramático en dicha gráfica: la productividad despuntó vigorosamente, mientras que el empleo iba a la baja. En 2011, la brecha era más pronunciada: es decir, un aumento constante de la productividad sin incremento en la creación del empleo, fenómeno al que Brynjolfsson y McAfee denominan “la gran disociación”. “Es la gran paradoja de nuestra época”, explican los investigadores. “La productividad está en niveles récord, la innovación nunca había sido tan rápida, pero al mismo tiempo, tenemos una caída en el ingreso medio y menos puestos de trabajo. Las personas se están rezagando porque la tecnología avanza muy rápido y nuestras habilidades y organizaciones no están a la altura”.

Los primeros estragos de la disociación que mencionan Brynjolfsson y McAfee ocurrió en uno de los símbolos más transparentes de la industria y las instituciones gubernamentales, la oficina, donde la irrupción tecnológica expresada en la web, la inteligencia artificial, los gigantescos bancos de almacenamiento de datos, y la sistematización y sofisticación de análisis automatizó gran parte de las tareas rutinarias. Puestos periféricos como la oficina de correos, el mensajero, la secretaria y en ocasiones el servicio al cliente pasaron a peor vida.

Economía autónoma

Crudamente pero de forma directa, W. Brian Arthur, investigador en sistemas de inteligencia de laboratorio, lo explica bajo su concepto de “economía autónoma”. Indica que dicho fenómeno es algo menos sutil que la simple idea de que los robots y la automatización hacen el trabajo que corresponde al ser humano, pues implica “la comunicación de procesos digitales con otros procesos digitales, que a su vez crean nuevos procesos”, dinámica que permite hacer muchas más cosas con un menor número de gente, provocando que cada vez más número de tareas realizadas por humanos sean obsoletas. Y el propio Arthur lanza una advertencia que no se debe subestimar: “Las versiones digitales de la inteligencia humana” reemplazan rápidamente los trabajos que alguna vez requirieron personas. “Van a cambiar todas las profesiones de una manera que apenas hemos imaginado”.

Andrew McAfee, un entusiasta de los avances tecnológico como el auto sin conductor de Google, se muestra pesimista al señalar que no ve cómo regresen muchos de los trabajos que han desaparecido en el pasado reciente. Los avances serán exponenciales en los próximos decenios, expresa. “Me gustaría estar equivocado”, indica, “pero en cuanto se implementen todas esas tecnologías de ciencia ficción, ¿para qué necesitaremos a toda esa gente?”

David Autor, economista del MIT, difiere de Brynjolfsson, McAfee y Arthur. Para este especialista la tecnología no es la única responsable del cambio tan brusco en el empleo en general. Duda, incluso, que la productividad haya mostrado un aumento importante en Estados Unidos en la década reciente. Para este economista, el aumento de la pobreza tiene una relación muy estrecha con las secuelas de una economía desacelerada. “No hay las suficientes evidencias de que esté ligada a las computadoras”, sostiene.

En lo que Autor está de acuerdo es con los cambios en los trabajos disponibles, pues explica que a partir de los años 80 las computadoras realizan labores contables, de oficina, en las líneas de producción repetitiva, afectando sobre todo a la clase media. Por el contrario, expresa Autor, los trabajos mejor remunerados, “los que requieren creatividad y habilidades de resolución de problemas, a menudo con la ayuda de ordenadores, proliferan”.

En opinión de Autor, la demanda ha aumentado para los trabajadores de restaurantes, conserjes, ayudantes de salud domésticos, y de otros servicios, es decir, puestos que por su naturaleza es casi imposible automatizar. Bajo esta tesis, el especialista señala “que es muy diferente a decir que la tecnología está afectando el número total de puestos. Los trabajos pueden cambiar mucho sin que haya grandes cambios en las tasas de empleo”.

Aunque el panorama del desempleo tecnológico se antoja más bien sombrío, Lawrence Katz, economista de Harvard, no avista que el fin del empleo esté próximo. Tras ejemplificar con el proceso que desembocó en que los hábiles artesanos del siglo XIX fueran desplazados por trabajadores menos calificados en las fábricas, Katz indica: “A pesar de que puede tomar décadas para que los trabajadores adquieran los conocimientos necesarios para nuevos tipos de empleo, nunca nos hemos quedado sin trabajo. No hay una tendencia a largo plazo a eliminar el trabajo para la gente. A largo plazo, las tasas de empleo son bastante estables. La gente siempre ha sido capaz de crear nuevos puestos de trabajo, siempre tendrá nuevas cosas que hacer”.

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