En 1833 Carlyle observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben”.1
Jorge Luis Borges
Hay tres formas de entrar al mundo de Borges, tres que no son sino la misma: un laberinto, un libro o una biblioteca. Varios objetos sirven para orientarse: una brújula, un espejo o un mapa que, por cierto, puede usurpar al territorio. Este lugar se ubica en las “orillas”; es un espacio fronterizo, marginal, difuso.
Entré en este universo desde muy joven; no entendía bien, pero quedé atrapada entre esas palabras infinitas. Muchos han sido mis guías. El investigador Iván Almeida, por ejemplo, dice: “La figura del laberinto constituye la forma personal que adopta Borges para pensar el impensable infinito”.2 Sus geografías guardan la influencia de una infancia en Argentina y la adolescencia en Ginebra, y como en las ciudades invisibles de Calvino, remiten todas a Venecia.
Supongamos que la puerta para acceder a este mundo es siempre un epígrafe, la frase de los precursores venerados, Shakespeare, Quevedo, Macedonio, Kafka, Cervantes, Stevenson, Schopenhauer, Nietzsche…Borges abre sus narraciones con un epígrafe que actúa como pista, una inducción a la lectura. “El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres”.3 Entraremos a partir de un libro de arena que puede ser una intención cartográfica, un mapa que traza a la literatura y a su positivo o el afán infinito de la invención humana, un espacio que no surge a partir de signos descifrables pero que contiene todos los libros. Alfonso de Toro dice al respecto que para Borges:4
El mundo es producto de la fantasía, de la percepción y de signos autorreferenciales que para ser recibidos se tiene que transformar al mundo en signos. Estos signos no tienen la función de confirmar o explicar el mundo, sino de hacerlo perceptible a través de los signos para así crearlo virtualmente … es la simulación de un mundo de signos inventados como literatura virtual/fractal (¡y no de una realidad virtual!). Este mundo de signos virtuales se mueve en un no-espacio y no-tiempo absolutos, en el campo de la percepción, del sueño y de un mundo no-significante.
Un mundo que es la enumeración comprimida, metafórica, que lo contiene todo, diferente a la arena en su diversidad. El desierto y sus arenas son, como lo leímos en “Dos reyes y dos laberintos”, un laberinto sin escape; así, preso entre páginas ilegibles, el protagonista y el lector se van perdiendo. Más adelante se encuentra un calidoscopio lumínico, un Aleph, la representación minúscula del todo que se dibuja entre páginas que se escurren entre la vista y las manos, en un transcurrir interminable. El Aleph es una bola de cristal colgada en la esquina del sótano de una casa vieja de Buenos Aires, en la que oscila simultáneamente, ante los ojos del espectador, el mundo entero y su historia. Un libro infinito que contiene todos los libros, un laberinto textual que no obedece a las normas de lo conocido y que nos hace suponer que pertenece a un mundo como el de Tlon; es la invención de un autor que se hace tangible en el universo ficticio y textual de su imaginación pero que, como Tlon, amenaza con usurpar o suplantar la realidad, no desaparece del todo; se encuentra perdido en un anaquel de la Biblioteca Nacional, y como el Aleph, es un microcosmos que contiene a su contenedor. Estamos, pues, en un mundo de ficción que, como agujero negro, deglute el sentido y hace de la ficción la única realidad posible. La representación es aquí su objeto, no hay desdoblamiento. El mundo que Borges crea no es una referencia de la realidad, sino una referencia de la referencia (epígrafes, notas a pie, títulos y subtítulos, bibliografías o referencias, ciertas y ficticias; temas y personajes de otras obras literarias suyas o de otros autores es por ello que la obra de nuestro autor se construye en lo que de Toro denomina virtual o referencia, una literatura hecha de literatura. En este mundo no hay fronteras y lo mismo se trata de un universo fantástico, de una trama policiaca, se trata como ensayo o reseña, puede ser enunciado como artículo. Aquí se vive un tiempo perpetuo pero no por ello menos importante, la alusión temporal es la privilegiada: la expectativa del cuándo es recurrente, ya sea que remitan a un tiempo absoluto (a fines de 1961… cada sábado), a un tiempo simulado (Hará unos meses… días pasados).
El protagonista de estos espacios narrativos no va en busca de aventuras, es sorprendido ante el hallazgo de un objeto que pone en crisis aquello que consideramos posible en la “realidad”; los personajes terminan aceptándolo, habitantes al fin de este territorio, mientras la perplejidad del lector es perturbada, puesto que su “realidad” no podría admitir un objeto semejante. Este mundo se presenta como un caos al que un lector da sentido y orden. El protagonista busca un don (la inmortalidad, la memoria infinita) o un objeto mágico (zahír, Aleph al obtenerlo éste se torna en maldición y el protagonista busca deshacerse de él. En el proceso se da una epifanía que gratifica al ser o da sentido al protagonista. Es el enfrentamiento de un mundo simbólico contra un mundo ontológico. Almeida considera que el personaje borgiano no está afuera del laberinto buscando la salida, sino dentro, aceptando que no tiene salida. En El libro de arena, al parecer, el protagonista logra deshacerse del libro que lo aprisiona; sin embargo, podemos suponer que en su ánimo ha quedado para siempre la inquietud de conocer su existencia, la zozobra de no poder olvidar del todo, de tal forma que la sola idea de pasar por la calle México parece una pesadilla. En los cuentos tradicionales, los objetos mágicos -un cáliz sagrado, una varita mágica, una lámpara maravillosa- no son misterios en sí mismos, sino pretextos dispuestos para que un héroe emprenda aventuras. En Borges el objeto maravilloso es un intruso que trastoca la realidad y se convierte en una obsesión para el protagonista, un prodigio que anhela pero, al poseerlo, se vuelve una condena:
El zahir, objeto inolvidable que conduce a la locura. El olvido se percibe al final del relato como la verdadera virtud.
El Aleph, el universo comprimido, esfera mínima que muestra todos los tiempos y todas las cosas. Un todo caótico que precisa también el olvido.
El libro de Arena, libro interminable, el horror de lo infinito, inaccesible para el hombre. “Recordé… que el mejor lugar para perder una hoja es un bosque… perder El libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles.
Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia…” De nuevo se apela al olvido como bálsamo.
Biblioteca de Babel, todas las letras y textos del universo, una biblioteca que ocupa la extensión del universo.
La ciudad de los inmortales, la inmortalidad que bestializa al hombre, la muerte se valora como motor y sentido de la vida.
La Enciclopedia de Tlon, una realidad que suplanta a la realidad inicial.
El embolo de Tlon, intruso que acredita la existencia de la nueva realidad. Minúsculo, pero de peso insoportable.
La historia comienza con la aparición del objeto mágico que el protagonista desea (la Enciclopedia de Tlon, la inmortalidad, etcétera). Finalmente, el protagonista lo consigue y, gradualmente, el objeto del deseo se torna en una maldición. El proceso se invierte y el protagonista se obsesiona, ahora, con deshacerse de dicho objeto. Los personajes borgianos nos muestran con frecuencia que los esfuerzos humanos están condenados a fracasar, son finalmente inútiles. Todo esfuerzo por cambiar la realidad, todo deseo de milagro se traduce monstruoso.
Si los objetos mágicos son representaciones para enfatizar que el relato gravita en una realidad singular, en un mundo de creación que opera a partir de sus propias reglas autoreferenciales y que aluden a la obra misma y al proceso de escritura, el horror que dicho objeto suscita es encarnado por el lector, quien empata su propia incertidumbre existencial al descubrir que, a pesar de que esta realidad no es la suya, su intromisión provoca un efecto de desestabilización que balbucea la duda del “tal vez”.
Borges escribe concibiéndose un modesto intermediario: traductor, compilador, editor, comentador de los textos de otros porque para él todos los libros son tautológicos fragmentos de un texto que los contiene a todos, o admite ser, únicamente, un eslabón en el proceso de creación que requiere del lector para completar el sentido. Nos dice Sylvia Molloy que “El personaje de Borges rara vez es persona, sí actuante diseminado en el texto”. El peso está en la organización del argumento. Los personajes son elementos que construyen la trama, arquetipos que sirven para exponer una idea o provocar una percepción. En un mundo literario y referencial esto no es raro, puesto que lo que entendemos por persona es un concepto anclado en nuestro contexto.
El narrador, ese Borges de ficción que aparece en muchas de sus historias, está construido a partir de elementos de la realidad de Borges el autor, mas no es él. Uno de los indicios para esta suposición es la alusión a la Biblioteca Nacional: “Antes de jubilarme trabajé en la Biblioteca Nacional”, hecho extraído de la vida real de nuestro autor. Su tono ensayístico es conjetural, jamás es conclusivo, es dubitativo y parece una conversación. Sus frases son lapidarias. Presenta una preocupación teórica que desemboca en su práctica narrativa. Busca desechar el lamento y conservar el desafío de la literatura gauchesca.
El lenguaje y los temas en estos terrenos emergen de la metafísica, nuestro autor usa conceptos filosóficos en pro de una poética, dota a la filosofía de un universo narrativo.
En su literatura fantástica destruye las categorías de la esencia del ser: yo, y las coordenadas espacio temporales. Para él, filosofía, metafísica y religión son ramas de la literatura fantástica. Hace de cada relato una metáfora filosófica, persigue asombrarnos con las preguntas que esa disciplina nos plantea.
Las ficciones de Borges giran alrededor de un núcleo, como en el átomo o en el sistema solar. El centro es la literatura misma, por eso quizá la afirmación más recurrente entre sus críticos sea: “Para Borges, la literatura genera literatura”. Sus historias experimentan relaciones especulares integrando entre ellas un Aleph cuya proyección, como la esfera de Pascal, remite de una a las otras. Su escritura se asume como tal, es oblicua, construye por aproximación; es decir, traza mundos mediante las fronteras con otros elementos.
Carlos Fuentes cataloga así las tramas de la obra de Borges en Geografía de la novela:
a)Borges el soñador despierta y se da cuenta de que ha sido soñado por otro.
b)Borges el metafísico crea una metafísica personal cuya condición consiste en nunca degenerar en sistema
c)Borges el poeta se asombra incesantemente ante el misterio del mundo, pero irónicamente se compromete con la inversión de lo misterioso, de acuerdo con la tradición de Quevedo: “Nada me asombra, el mundo me tiene hechizado”.
d)Borges el autor de la obra dentro de la obra.
Encrucijadas posibles de este laberinto de espejos, donde una realidad en apariencia estable es herida. Olea Franco, en su libro El otro Borges. El primer Borges, distingue dos vertientes principales:
En primer lugar, un campo literario basado en la referenciación literaria y que usa a la lectura como fuente de la escritura; sus recursos: las citas apócrifas, las enumeraciones caóticas, las traducciones desviadas, la reelaboración de los temas de otros, etcétera. En segundo lugar, el ámbito literario inaugurado por las historias de cuchilleros con base en la mitologización de las orillas y del compadrito, cuya principal forma literaria es el relato en primera persona y el trabajo con la oralidad criolla.5
Olea señala que una de las formas literarias que más éxito ha tenido en Borges es el subgénero creado por él del cuento-reseña, una narración tradicional con la variante que hemos señalado para los cuentos de Borges (principio, desarrollo, clímax, reversión del proceso). Son frecuentes las referencias intertextuales (Las mil y una noches, diferentes ediciones de la Biblia, Martín Fierro, entre otras.) Puentes que se tienden para invitarnos a otras ficciones. Sabemos que este recurso pretende contaminar la ficción de realidad para suscitar la duda sobre su veracidad.
Afirma Almeida que tanto los mapas como los laberintos aparecen en la obra de Borges como paradigmas geográficos: los mapas, objetos de orientación, se anteponen a los laberintos, objetos de extravío. Por eso no es extraño que el protagonista de El libro de arena aluda al sótano de la Biblioteca Nacional, “donde están los periódicos y los mapas”, y decide abandonar por ahí el libro. Perdido en un “laberinto verbal” u orientado por él, nuestro autor refina el concepto en esa línea recta infinitamente divisible que es, a su parecer, el mejor de los laberintos. La misma figura de un libro laberíntico aparece en El jardín de los senderos que se bifurcan. Almeida lo señala de este modo: “Ts’ui Pen diría una vez: me retiro a escribir un libro. Y otra: me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que el libro y el laberinto eran un solo objeto”.6 El mapa abandona su rol de referente de un ámbito geográfico para tornarse un mundo en sí mismo. Dado que el mundo y la realidad no pueden ser captados, sino que son percepciones subjetivas, fragmentarias, nuestro escritor elimina el “yo” como centro, se vuelca hacia la simulación y comienza a desarrollar un pensamiento rizomático.
Para Rafael Gutiérrez Girardot, en la ficción de Borges hay un mundo, un libro raro, una búsqueda vana y una circunstancia adjunta, un espejo, símbolos con los que interpreta lúdicamente la realidad en la que nos movemos y nuestra actitud frente a ella. La interpretación se mira ante el espejo, que para este crítico representa el pensar; puede ser un laberinto, una biblioteca, la lotería o una bola de cristal en la que el mundo entero se muestra simultáneamente. El lector duda si el mundo tiene sentido y orden, e “igual al pensamiento que se piensa a sí mismo, la conjetura se conjetura a sí misma y se cierra voluntariamente en su propio círculo”.
Para Borges, el acto heroico crea a uno mismo sólo por la razón; el hombre se sabe como hombre sólo cuando, gracias al ocio, al arte o la escritura, adquiere la conciencia de su propio poder, de su propio valor y de su libertad inalienable. Narrar como la única libertad posible, un sitio controlado por el orden, la voluntad y el deseo de un autor demiurgo, un “laberinto poético sin Dios”.
Las alusiones religiosas en estas fronteras difusas son copiosas y así llegamos a Babel, entre la arena y las palabras, un paraje que en nada se parece a su correspondecia bíblica. Es famosa por su biblioteca, que algunos presumen infinita; otros dicen que se trata de un simulacro, de un mundo de espejos o de repeticiones. Sus galerías son hexagonales, se conectan entre sí por corredores ventilados, cercados por barandas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos de arriba y abajo. La distribución de las galerías es de 20 anaqueles; todas son iguales y a izquierda y a derecha hay dos armarios pequeños; uno permite dormir de pie y el otro es un baño. Hay una escalera espiral y un espejo, que hace sospechar que este lugar no es infinito, es tan sólo una ilusión. Todos los bibliotecarios que han pasado por ahí buscan El Libro, “acaso el catálogo de catálogos… un gran libro circular de lomo continuo… un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás”.
Ubicado en algún sitio del norte de África llegamos hasta la tierra de Brodie o el país de Mlch. Un reporte de este lugar y de sus habitantes fue escrito por el misionero David Brodie, oriundo de Aberdeen, cerca del siglo XVIII. El manuscrito fue encontrado por Jorge Luis Borges de Argentina, en el primer volumen de Las mil y una noches (Londres, 1840) de Lane, que le consiguió su amigo Paulino Keins. Diferentes tribus habitan la región, los nr, los kroo, los mlch y los hombres monos. Los mich fueron llamados yahoos por el Dr. Brodie. El lenguaje de estos hombres no tiene vocales, muy pocos individuos poseen un nombre. Para llamarse es habitual que arrojen un poco de lodo o se avienten contra el piso y se revuelquen en él. Se alimentan de frutos, de raíces y reptiles; beben leche de gato y de murciélago, y pescan con la mano. Se ocultan para comer o cierran los ojos. Todo lo demás lo ejecutan en público. Para ganar sabiduría se devoran los cuerpos crudos de sus hechiceros y de la realeza. Andan desnudos. A pesar de tener una meseta plagada de hierba, árboles y manantiales de agua clara, prefieren amontonarse en las ciénagas, parece ser que gustan de la impureza. El lugar es regido por un rey cuyo poder es absoluto, pero los verdaderos regentes son cuatro hechiceros. Todo niño que nace debe ser examinado; si presenta algunos estigmas, asciende a rey. Es mutilado, le queman los ojos, le cortan las manos y los pies, para que el mundo no lo distraiga de la sabiduría. Vive confinado en la caverna de Qzr. Si hay una guerra, los hechiceros lo sacan, lo exhiben a la tribu para estimular coraje y lo llevan, cargado sobre los hombros, al combate como si fuera un talismán. En otro alcázar vive la reina que no puede ver al rey. El cuatro es el mayor número que abarca su aritmética. Los hechiceros tienen el poder de cambiaren hormigas o en tortugas a quienes así lo desean. A los yahoos les falta la memoria, pero son capaces de la previsión. Tanto su infierno y su cielo son subterráneos.En el primero habitan los enfermos, los ancianos, los maltratados, los hombres monos, los árabes y los leopardos; en el segundo, el rey, la reina, los hechiceros, los que en la tierra han sido felices, duros y sanguinarios. Veneran al dios Estiércol.
Lejos de ahí están las ruinas circulares, en la desembocadura de un río que llega hasta el Mar Caspio, un pueblo donde la lengua zend no está contaminada de griego. En la isla hay un pequeño monte donde crece el bambú. La atracción principal son las ruinas circulares de un templo primitivo, coronadas por un ídolo de piedra en forma de tigre o caballo. En este lugar se sueñan hombres que se pueden imponer luego en la realidad; la única prueba de su irrealidad es que el fuego no les hace daño. Soñar a un hombre completo lleva más o menos un año, quizá lo más difícil de esta tarea es soñar cada hebra de su cabellera. Los hombres soñados son sacerdotes del fuego en otro templo cuyas pirámides han sobrevivido al otro lado del río de donde están las ruinas circulares y tal vez sean templos idénticos. La recurrencia del sueño es confusa y ya nadie sabe quién es el soñado o el soñador.
En este recorrido de antropología ficticia llegamos a la ciudad de los inmortales, son las ruinas de una ciudad en Etiopía, cerca del Golfo Arábigo y fundada sobre una meseta de piedra como un acantilado; en esta extensión hay un sistema sórdido de galerías que desembocan hasta un recinto circular. Sus muros invariables parecen no tener puertas; sin embargo, existen nueve puertas para salir del recinto; ocho llevan hasta un laberinto que tramposamente vuelve a la cámara principal; la novena puerta abre también a un laberinto, éste conduce a otro recinto circular idéntico al primero. Estas cámaras y laberintos son innumerables. Finalmente se llega a un muro donde se vislumbra un círculo de luz azul o púrpura; hay escalones de metal para trepar el muro que lleva hasta la ciudad misma; su arquitectura es absurda, como si fuese construida por dioses irracionales. Negros meandros entretejidos desembocan en caminos sin salida, ventanas tan altas que nadie puede ver a través de ellas, puertas que al abrir llevan a bóvedas, pozos o escaleras invertidas, en fin, corredores que desembocan a ningún sitio. El país es habitado por trogloditas que no pueden hablar y se alimentan de serpientes; se trata de los famosos inmortales, que habiendo bebido el agua sucia de un río, no pueden morir. Disfrutan muy pocas cosas, una de ellas es la lluvia; han vivido buscando otro río capaz de quitarles la maldición de la inmortalidad.
Al sur de una ciudad (nótese que en este mundo el sur es el punto cardinal favorito) existe una quinta que se llama Triste-le-Roy; tiene un mirador rectangular casi tan alto como los eucaliptos que rodean a la construcción. Sus jardines abundan en simetrías inútiles y repeticiones maniáticas: una Diana glacial en un nicho se corresponde a una Diana idéntica; un balcón se refleja en otro balcón; dobles escalinatas se abren en doble balaustrada. La casa está diseñada para perseguir la simetría especular. La casa es dominada por una torre con una gran ventana. La luna siempre es amarilla y en el jardín hay dos fuentes cegadas. En la casa hay antecomedores y galerías, patios iguales y repetidos. Escaleras polvorientas, antecámaras circulares, muebles con fundas amarillas y múltiples candelabros; en un dormitorio hay una sola flor en una copa de porcelana. Los ventanales tienen losanges amarillos, rojos y verdes. El único visitante que logró penetrar esta fortaleza lo hizo al cometer tres asesinatos: el primero, el 3 de diciembre, en el Hotel du Nord; el segundo sucedió el 3 de enero, en el umbral de una tienda de pinturas, en la Rue de l’ Ouest. El tercero, que fue tan sólo un simulacro, ocurrió el 3 de febrero en un cabaret en la Rue de Toulon, al este de la ciudad. Al parecer las tres locaciones forman un místico triángulo equilátero que muestra la entrada a Triste- Le-Roy. El visitante debe adivinar el secreto nombre de dios, que tiene cuatro letras, y trazar con un compás un cuarto punto en el mapa que dibuja un diamante; es en este punto que el visitante se encontrará con su propia muerte, entre el olor y la humedad de infinitos eucaliptos.
Urland se ubica en las tierras bajas del Vístula, a la orilla del desierto, en la otra margen del golfo, más allá de las tierras famosas por criar a los caballos salvajes. Los urns viven en las poquísimas villas de madera y lodo; son pastores, barqueros, hechiceros, forjadores de espadas y trenzadores. Por conformar un pueblo guerrero, no tienen tiempo de arar la tierra. Su rey vive en un palacio circular, con techo de barro, sin puertas interiores, que da la vuelta a la ciudad. En el aposento del gobernante hay una suerte de tarima, sobre unos cueros de camello; bajo su almohada guarda un puñal, a su derecha luce un tablero de ajedrez, con un centenar de casillas y algunas piezas desordenadas. La literatura y la lengua de los urns consiste en una sola palabra: “undr”, que significa maravilla; unas veces es representada por un pez y otras por un poste rojo con un disco. En ese mundo cada escucha reconocerá su misión, sus amores, sus actos secretos, aquello que ha visto, la gente que ha conocido, será capaz de reconocerlo todo.
Xiros es una isla en el Mar Egeo, la población es griega y vive de la pesca de pulpo. A la distancia, especialmente a mediodía, Xiros parece una gran tortuga con las patas al aire. La costa sur es inhabitable, pero hacia el este vive una población cretomicénica; existen dos piedras talladas con jeroglíficos, que los pescadores empleaban como pilotes del pequeño muelle. La característica principal de esta isla es que, una vez que ha sido vista, no puede ser olvidada. Se especula que fue soñada simultáneamente por dos autores: Borges y Cortázar. La magia de este lugar perseguirá por siempre al viajero. Su seductora arena blanca y sol abrasador invitan a poner pie en Xiros; el visitante podrá disfrutar de la felicidad absoluta en este paraíso. Sin embargo, esta alegría dura poco; después de algunas horas, la muerte llegará. Esta característica extraña, inquietante de Xiros, se encuentra también en un objeto llamado Zahir, que puede aparecer en diversas formas: como una moneda de 20 centavos argentinos, un tigre, un ciego, un astrolabio, una brújula pequeña, una vena en uno de los mil 200 pilares de mármol de la Mezquita de Córdoba, o el fondo del pozo en Tetuán. Cualquiera de estas cosas, una vez vista, no puede ser arrancado de la memoria.
Los mundos que Borges crea no son, entonces, referencia de la realidad, sino una referencia de la referencia, entendiendo esta segunda instancia como la literatura. El objeto maravilloso invita al protagonista del relato, tal como la obra de arte literaria seduce al lector, a que lo descifre, a que adivine su misterio. Libro de Arena, laberinto, mapa, todos entidades referenciales que simbolizan la intención poética de construir un espacio alterno a un mundo creado a partir de las representaciones que poco a poco adquiere su propia singularidad; es decir, el mapa abandona su rol de referente de un ámbito geográfico para tornarse un mundo en sí mismo. “La literatura es instalada en el lugar de la realidad, ella es realidad, ella hace realidad, y por esto es hiperreal”, como afirma De Toro; Borges, el escritor, logra percibir la relación fructífera entre la filosofía y las letras, según él “lo que suele ser un lugar común en filosofía puede ser una novedad en lo narrativo”.7
En Borges, la ficción es un alfabeto estelar que integra el gran libro del universo.
Para Borges, la literatura es una creación sagrada y el autor es una especie de ente divino que reproduce un mundo a través de la palabra. En ese sentido no es rara la analogía entre dios y autor, de ahí que la elección de un mito religioso le sea pertinente.
Podemos imaginar que, tal como procede el protagonista de Las ruinas circulares, el autor engendra sus objetos proyectados mediante procesos imaginativos, que van desde echar mano de los recuerdos, la ensoñación y el sueño.
El escritor como demiurgo ansía que la historia que nos cuenta contenga al universo para recuperar entre sus letras la primera historia jamás contada y la última que se esconde en la sucesión infinita de puntos, de líneas, en diversos planos, en verso, en cifra o en una pequeña esfera tornasolada y fulgurante de dos o tres centímetros de diámetro que aglutina el espacio cósmico y muestra todos los puntos del universo: el mar, el alba y la tarde; las muchedumbres de América, una plateada telaraña en una pirámide; Londres, que es un laberinto roto; ojos interminables que miran a quien los mira como si fueran un espejo, todos los espejos del planeta; un traspatio de la calle Soler, racimos, nieve, tabaco, metal, vapor, desiertos con cada uno de sus granos de arena, una mujer inolvidable, un cáncer de pecho, un círculo de tierra seca donde antes hubo un árbol, una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, cada letra de cada página, la noche y el día contemporáneos, un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, el dormitorio vacío de Borges, en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin; caballos de crin arremolinada, una playa del Mar Caspio en el alba, una mano, los sobrevivientes de una batalla, el envío tarjetas postales, un escaparate de Mirzapur, una baraja española, las sombras de helechos, tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, todas las hormigas que existen en la tierra, un astrolabio persa, cartas obscenas, un monumento en la Chacarita, la reliquia atroz de Beatriz Viterbo, la circulación de la sangre de Borges, el engranaje del amor y la modificación de la muerte; el Aleph, desde todos los puntos; la cara de Borges llorando, y tu cara, lector, que has quedado atrapado en este laberinto de letras como granos de arena infinitos y que, paulatinamente, usurpa la realidad para hacer con ella un mágico mapa literario.
P.D. Transitar por estos mundos presenta otra alternativa. Se accede por una pantalla y a través de una película: “El origen”. La parodia es un gran homenaje, y Nolan crea una obra magistral, al tiempo que acusa como pensaría Borges la importancia de los predecesores. En este laberinto onírico cinematográfico las referencias a Borges y sus mundos son múltiples. A la pregunta de si tiene alguna influencia, Nolan responde: “Probablemente, Borges. Me gusta pensar que ésta sería una película que él disfrutaría”
Notas
1 “Magias parciales del Quijote”, Otras inquisiciones.
2 Iván Almeida “Borges, o los laberintos de la inmanencia”, en Borges desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Rafael Olea Franco editor. p.35-59.
3 Jorge Luis Borges. Kafka y sus precursores. Otras inquisiciones.
4 http://www.uni-leipzig.de/~detoro/borgesantifantastik/borantifantspa.htm
5 Rafael Olea Franco, El otro Borges. El primer Borges, coed. FCE y El Colegio de México, México, 1993, p. 267-269.
6 Iván Almeida, op. cit., p. 41.
7 Antonio Carrizo, Borges el memorioso, México, 1982.