febrero 23, 2025

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Hay quienes cantan que, como en la mítica Grecia, galopando caballo y hombre son un misma cosa, Centauro, animal mitológico nacido de dos bestias.

No es mi caso, debo decir: cuando lanzado al galope se supone que escucharé el troqueteo firme de los pasos de mi caballo Corsario, yo solo escucho en mis sienes mis propios cascos, mis propios golpes en el suelo, los de mi alma y los de nadie más.

Arriba de él, no escucho ni siento a Corsario, no soy Centauro en tierra, en agua o en aire, no lo soy; solo soy yo el que anda por la tierra, los mares y el viento, escuchando mis propios cascos, incesante golpeteo en sienes, espíritu y corazón. Así siento, qué le voy a hacer; qué tragedia mitológica.

Sobre Corsario, son mis pasos los que tocan hierba y ramas rastreras; son mis cascos los que pisan ríos y lunas nuevas, los que acarician aire y mares de azules infinitos, siento desilusionarlos.

Pero no se crea que, montado en mi corcel todo es delirio de grandeza, no; también soy y siento en sienes, alma, espíritu y corazón un tropel de vibrante armonía que cala hondo en la desesperanza de este mundo desigual, arbitrario, inerme.

Así es, tristemente: montado en Corsario, pienso en la tragedia de este México nuestro tan violento que se resiste a morir a fuerza de decoro y de lugares y empeños históricos. Y pienso también: los mexicanos no moriremos en el intento, porque todos, a nuestro modo, traemos cabalgaduras con bríos y alforjas cargadas de enormes avíos de dignidad.

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