La Baronesa Staffe, una experta de las buenas maneras “en sociedad” de finales del siglo XIX en Francia, sugería a sus lectores, gente de “buena cuna”: “No se habla de sus asuntos íntimos con los padres, con los amigos que viajan con nosotros o en presencia de desconocidos”. 1 También para la Baronesa era necesario separar de forma inequívoca las habitaciones donde se recibía a los visitantes de los demás espacios, por ejemplo señalaba que las fotografías de familia debían retirarse del salón, que era el sitio de la casa —burguesa, por supuesto— donde se convivía con los invitados.
Estos “consejos” reflejan la capacidad de estas familias acomodadas para manejar espacios tanto privados como públicos en una misma casa, algo fuera del alcance de la clase obrera y de los artesanos que compartían espacios minúsculos entre muchas personas. Asimismo eran el reflejo de una sociedad donde las rígidas reglas de socialización hacían casi imposible conocer a otra persona si no se formaba parte del “círculo personal”; otra cosa era ser parte de la servidumbre, empleado en un restaurante o subordinado en una fábrica, situaciones en las que estaba permitida la convivencia entre diferentes clases.
Curiosamente, algunas de esas reglas han sobrevivido, luego de cruzar el océano, y todavía hace algunos años formaban parte del repertorio de buenos modos de las familias comunes y corrientes en México, por ejemplo, aquella de no permitir que los niños participaran en las conversaciones de los adultos. Otro ejemplo son las fiestas de XV años, un rito de iniciación social que proviene de los bailes para debutantes de la nobleza inglesa y la alta burguesía francesa del siglo XIX, y que muy posiblemente están relacionados con la introducción en México del vals y los vestidos usados en las cortes europeas, por el emperador Maximiliano y su esposa, Carlota, durante el breve tiempo que duró su reinado.
Entre esas estampas anteriores de la vida social en la Francia del siglo XIX y la época contemporánea hay ya más de un siglo, varias guerras de por medio, cambios culturales, la adopción —o al menos el intento— de varios derechos humanos y el desarrollo tecnológico que dio como resultado las computadoras, Internet y la vida digital, sin embargo, si hay algo que permanece en todo este periplo es la oposición entre lo público y lo privado; además, recientemente hemos debido incorporar a la discusión otro espacio, lo íntimo, y atestiguar el rápido cambio del concepto de lo privado, sobre todo entre las generaciones más jóvenes.
Lo público y lo privado son una de las dicotomías más importantes del pensamiento político: está en una evolución constante y muy vinculada al contexto histórico, por eso, el desarrollo de la tecnología, las computadoras, la invención de Internet y la gradual migración a la vida digital han acelerado el cambio o por lo menos han hecho más evidente la transformación de lo que solíamos llamar privacidad.
Aunque tradicionalmente lo público ha sido relacionado con el Estado y sus poderes, y lo privado, con los gobernados y sus derechos, utilizar actualmente esa única perspectiva, que suele ser la forma de abordar el tema desde el derecho, es limitada para intentar explicar la complejidad de lo que ocurre actualmente con la vida digital.
Vida digital e identidad digital
La vida digital puede definirse como la presencia que muchos de nosotros, de manera voluntaria, creamos en Internet, sobre todo en la web, con nuestras interacciones en blogs, sitios web, redes sociales, etcétera, pues regularmente nuestras publicaciones, comentarios o republicaciones están relacionadas con una identidad digital que puede ser verdadera (que corresponda con la que tenemos en la vida física o fuera de línea) o alterna, mediante el uso de un avatar y un nombre diferente al utilizado en documentos oficiales.
Esa identidad digital puede ser tan amplia como se desee, pues además del registro obligatorio, necesario para utilizar las diversas plataformas donde algunos compartimos información (textos, fotos y videos, entre otros), existen sitios en los que cualquiera puede concentrar y exhibir quién es y qué hace, por ejemplo about.me, es.gravatar. com y flavors.me, por citar solo las más conocidas plataformas que sirven como tarjetas de presentación virtuales extendidas.
La identidad digital de cada uno de nosotros es una tendencia de la que casi nadie puede apartarse, pues incluso a aquellas personas que no interactúan en la web, el Estado les crea una, como ocurre, por ejemplo, con el Sistema de Administración Tributaria en México, que registra, además de las huellas digitales, el iris de la pupila de cada contribuyente y los obliga a pagar impuestos vía su portal web.
Sin embargo, a diferencia del Estado y la Iglesia que justifican su censura basados en una determinada ideología o una moral específica, tanto Facebook como Google y demás redes sociales son empresas privadas con fines de lucro que censuran con el propósito de tener la mayor audiencia posible para sus anunciantes, pues cualquier reducción de ésta afectaría el negocio de exhibición de anuncios.
Por la razón anterior, creer que una red social es un espacio de libertad ilimitado es perder de vista que se trata de empresas privadas a las que no podemos confiar la defensa de nuestras libertades básicas y mucho menos solicitarles que decidan cuál información debe ser compartida.
En ese sentido, las plataformas de redes sociales se asemejan a un club privado —con la diferencia que un club privado no difunde las actividades de sus miembros— en el que al ingresar se aceptan las reglas del mismo, lo cual puede incluir la censura como la que el diario español El Mundo denunció el jueves 11 de julio: Facebook censuró la imagen de una mujer semidesnuda en la fiesta de San Fermín, a la que un grupo de hombres tocaban los senos. La otra tendencia, a contraparte a la actividad censora de las plataformas sociales, está representada por adolescentes y jóvenes que consideran la esfera privada “como si se tratara de una idea anticuada y ridícula que bien podemos tirar a la basura”, como afirma la periodista Melanie Mu%u0308hl del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung al referirse a la exposición “Privat, realizada en la Galería Schirn en la ciudad de Francfort, Alemania, a fines del 2012.
En la exposición se hizo un recuento de lo privado en tiempos de redes sociales por medio de fotografías y videos tomados de sitios como YouTube, por ejemplo. En ella, más de treinta artistas contemporáneos, entre quienes fueron incluidos Andy Warhol y el artista y activista chino Ai Weiwei, revisaban de manera elocuente e incluso chocante qué significa el que nuestra intimidad haya dejado de ser propiedad privada. El resultado ha sido llamado el mundo.de la postprivacidad: el mundo de la “transparencia total de la vida privada”.
¿Solo tenemos el cuerpo?
La primera manera en que el ser humano se manifiesta cuando niño es mediante la presencia corporal. Esta forma de “estar en el mundo” ocupa un papel preponderante durante muchos años y durante la adolescencia llega su punto más alto: las relaciones interpersonales están mediadas sobre todo por el aspecto del otro, por su cuerpo, y justamente exhibirlo u ocultarlo define la interacción con los otros y la aceptación o la exclusión del grupo.
Si la exhibición del cuerpo adolescente es la principal manera de “estar”, el mostrar “más” que los demás en redes puede ser una forma de construirse una personalidad, de crearse una identidad digital, de ser distinguido de los demás y, con suerte, ser recordado.
Quizá eso explique, en parte, el afán exhibicionista de todos jóvenes que de manera voluntaria, además de mostrar sus propias fotografías en blogs y redes sociales recurren al sexting —es decir al envío de mensajes con contenido videos y/o fotografías eróticas.
Sea cual sea la razón detrás del exhibicionismo galopante del cuerpo en la web por los adolescentes, este hecho, sumado al uso de nuestros datos que realizan las empresas como Facebook y Google son evidencia de que, en la vía de los hechos, el afán de proteger nuestra privacidad que guía el artículo 12 de la la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948,2 ha sido superada. Estado de vigilancia y sociedad de vigilancia Una visión más pesimista de lo que está ocurriendo con la vida e identidad digitales es la de Reg Whitaker, quien en el libro El fin de la privacidad 3 afirma que la imagen del estado totalitario ideal se mantiene viva en el imaginario colectivo como una parábola de lo que creemos que es el poder, sin embargo a estas alturas ya es una representación equivocada debido a los cambios económicos, políticos y culturales.
Para Whitaker hemos transitado “desde el Estado de vigilancia a la sociedad de vigilancia”, la cual implica un enramado diferente del poder, y su impacto en la autoridad, en la cultura, en la sociedad y en la política es muy distinto al poder centralizado que tenía el Estado de vigilancia de nuestro pasado inmediato”.
El Estado de vigilancia al que alude Whitaker está basado en el concepto del panóptico, término e imagen creados por el filósofo inglés Jeremy Bentham en 1782 y retomado por Michael Foucault alrededor de 1970. El panóptico fue originalmente un diseño arquitectónico para las prisiones —modelo seguido, por cierto, por los constructores de la penitenciaría de Lecumberri, hoy Archivo General de la Nación— con una forma circular que permitía a un inspector vigilar a cada uno de los reos sin que estos pudieran comunicarse entre sí, ni ver a quien los vigilaba.
El modelo del panóptico es una metáfora del poder de la vigilancia en el mundo contemporáneo, dice Whitaker, cuyo ejemplo más notable es “El Gran Hermano” de la novela 1984 de George Orwell, un personaje capaz de saber todo de cualquiera de quienes habitan Oceanía.
Sin embargo, Whitaker afirma que el modelo del Gran Hermano ha sido superado por la vigilancia ejercida por una multitud dispersa capaz de vigilar mejor que él. Este modelo al que Whitaker llama el panóptico participatorio está basado en la seducción en vez de la coerción. En él todos estamos ávidos de formar parte de una comunidad a la que voluntariamente entregamos nuestros datos, pues ser excluidos de ella es un precio que casi nadie quiere pagar.
Quizá esto último explique por qué los escándalos de la vigilancia de la NSA sobre Google, Facebook y Microsoft no han producido una desbandada masiva de sus usuarios.
¿Será que es mejor ser parte de una comunidad virtual, aunque seamos vigilados, que ser excluidos de ella?
Notas:
1 Baronesa Staffe, Usages du monde. Regles du savoirvivlre dan la societé moderne. París, Victor_Havard, 1893.
2 “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”
3 El fin de la privacidad, Reg Whitaker, editorial Paidos, Colección: Comunicación Comunicación, 1999.
Autor
Especialista en marketing de contenidos y storytelling. Administración de reputación en línea. Conferencista
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