Javier Váldez, corresponsal de La Jornada en Sinaloa, fue asesinado el pasado 15 de mayo. El crimen se convirtió en el estandarte de periodistas y medios de comunicación que, desde hace años, exigen a las autoridades condiciones de seguridad para ejercer su profesión.
¿Por qué su caso en particular generó tanta rabia en el gremio? Porque era un profesional muy querido y porque su trabajo periodístico era ejemplo de que en tiempos donde los datos parecen estar al alcance de cualquiera, los medios de comunicación deben recuperar el enfoque humanista y social de su profesión al buscar a esa persona que está detrás de la cifra, al cazar la historia que digerimos en un par de párrafos en la nota roja que a diario leemos en el transporte público.
Como ejemplo de ello está el libro póstumo de Váldez Cárdenas, Periodismo escrito con sangre (Penguin Random House, 2017), una recopilación de crónicas, entrevistas y perfiles incluidas en varios libros del reportero y que fueron seleccionados por César Ramos, con el fin de dar un esbozo del trabajo del fundador de Ríodoce.
Aunque el autor de Miss Narco, Con una granada en la boca, Los morros del narco y Narcoperiodismo, cubría las actividades del crimen organizado en Sonora, Sinaloa y Chihuahua, su trabajo siempre tenía como objetivo explicar por qué este fenómeno no es una cuestión de dos bandos que se enfrentan en una sangrienta guerra, sino que es una problemática que ha trastocado el tejido social y, lamentablemente, en algunas regiones de nuestro país ya es un estilo de vida deseable e incluso normalizado.
En sus crónicas y entrevistas, Javier Valdez describe desde el sicario que sin pudor ni pena es capaz de torturar a alguien por horas, sin que le quite el sueño, siendo su única preocupacíón que la paga llegué el día correcto (“Bocadín), hasta los niños que al abandonar la escuela se dedican al robo armado de vehículos (“¿Matricida?”).
Periodismo escrito con sangre no sólo esboza a esas víctimas del narcotráfico a veces ignoradas, a veces vistas como seres despreciables y mezquinos que actúan por un instinto de maldad pura o ambición incontrolables; también habla de la madre que busca a su hijo en la morgue con funcionarios que le ofrecen dinero para que “identifique” de una vez a su vástago y les ahorre trabajo (“Se vende cadáver”); también nos deja entrar a la vida del adicto que ruega por rehabilitarse para que no lo maten sus jefes (“Tengo mucho que no tengo nada”) o del campesino que, en busca de ganar un mejor ingreso, termina caminando entre cadáveres de desconocidos sin saber de dónde y por qué surge ese río de sangre (“Veinticinco metros de tela”).
El autor no martiriza ni condena, describe una realidad que se vive al norte de nuestro país con las palabras exactas, que le permiten al lector sufrir por la tortura, sentir la incertidumbre, palpar el miedo, oler la muerte.
Con una prosa sencilla, el autor nos transporta a una región en la que le narco ya es una forma de vida y en la que no hay una solución que se pueda dar de golpe, pues es un fenómeno que se ha enraizado en la cultura de algunas partes del país al grado que ser sicario, dealer o levantado, forma parte de la vida cotidiana de cualquier persona sin importar su profesión (ahí está la historia de la locutora Claudia, asesinada por los celos de la amante de su esposo, la hija de un capo, o la de Alfredo Jiménez Mora (“No me dejes abajo”), periodista apasionado que siempre cargaba con libreta, pasaporte y grabadora por si había que huir o entrevistar, y que un día simplemente desapareció).
Ante estas historias, Javier Valdez dio voz a las víctimas con el fin de contar una historia desgarradora y advertir que hemos perdido de vista lo importante: el lado humano. Aunque explica con datos cómo operan las autoridades (omisas o coludidas) y la forma en que los cárteles se disputan el territorio como un tablero de ajedrez, su principal objetivo es conocer el rostro de quien muchas veces no tiene voz, ya sea porque el miedo la domina o porque la sociedad llanamente la ve como uno de “los malos”, de quien se pierde en el periodismo de datos o que se eclipsa ante la devoción que millones le tienen a los grandes líderes del narco.
Si algo plantea ese Periodismo escrito con sangre es que el fenómeno del narcotráfico va más allá de la legalización y los ajustes de cuentas, ha llegado a lo más profundo del tejido social y para solucionarlo se necesitan más que estrategias de seguridad encaminadas a mejorar las cifras gubernamentales, es necesario recuperar un poco de humanidad, esa humanidad que Javier Valdez plasmó en su obra al contar estas historias y que, al parecer, le valieron la vida.