En mucha ocasiones, el poderoso no está enterado o no solicita que se censure a un periodista, es el director o dueño quien, rastreramente, suprime cierta información y hasta despide a quien no comparte su visión mercantilista.
En estos casos vale la pena analizar aquella frase que Manuel Buendía (su asesinato es un ejemplo del grado al que se llegó para censurar) pronunció en una mesa redonda en la Universidad de Colima el 10 de junio de 1983:
“Es en los propios periódicos donde verdaderamente se protege y acrecienta la libertad de prensa o donde se le falsifica, se le disminuye o se le niega. Depende más de los empresarios y directores que del gobierno”.
La censura es la acción que un gobierno o funcionarios del mismo ejercen para limitar, moderar o suprimir información u opiniones en algún medio, y hasta para defenestrar a su director: el golpe a Excélsior en 1976 es paradigmático.
Hay otra vertiente: la autocensura. Una, la personal, puede ser por la relación que el periodista guarda con el poder: asiste a las fiestas, comidas y recibe obsequios. En algunos códigos de ética se prohíbe esa relación porque el periodista puede comenzar a simpatizar con el político o funcionario y, de cierta manera, justificarlo, por lo que su información no será imparcial. También, en varios casos, el periodista se autocensura porque sabe o cree que su trabajo no se divulgará por la línea editorial o los compromisos de su empresa; y esto no debe confundirse con autorregulación.
Otra vertiente es la censura del medio hacia su periodista, donde no interviene el poder. Cuando el dueño o el director “cortesano” impide que vea la luz una información porque considera que puede afectar a su amigo poderoso o a su anunciante o también por temor a las consecuencias; muchas veces no es el miedo a una venganza corporal sino a la suspensión de la publicidad. Este tipo de censuras son más comunes de lo que creemos y son más difíciles de identificar, porque la mayoría de los periodistas censurados no lo denuncia; no renuncia. Hace falta ética y valor para abandonar un medio que impidió difundir su información.
En algunos casos, como el de Carmen Aristegui, los periodistas señalan que sufrieron censuras; pero lo denuncian después de que termina su relación laboral con la empresa. Por ello, es muy difícil luchar contra esta censura.
La autocensura, dice Javier Darío Restrepo: “es la madre de los silencios interesados”, es la usurpación de un derecho. Con este engaño al lector, se atenta contra su derecho a la información y también al derecho del periodista a ejercer su libertad de expresión. La autocensura es la más grave de todas: “es la más alta expresión de la censura”, considera Marianela Balbi, directora de Ipys Venezuela.
Pero, ¿es útil para el medio censurar a su periodista? Con tan solo un clic, el lector puede notar que una información aparece en varios medios y en otro no. Además, ahora un periodista puede publicar la opinión censurada en medios digitales y miles lo compartirán. Estas acciones han llevado a una crisis de confianza en los lectores, quienes, con la tecnología actual, pueden comparar la información y calificar la credibilidad; es decir, como nunca, hoy el público tiene una inmensa capacidad para “auditar” a los medios.
Ya no hay nadie que le sea fiel o que crea ciegamente en lo que le dice un periódico, excepto para ciertos fanáticos que guardan devoción a dos medios (Proceso y La Jornada) y una periodista (Carmen Aristegui). Por lo tanto, resulta contraproducente que un medio censure a su periodista, porque esa autocensura será más publicitada que si la opinión se hubiera publicado.
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Uno de los famosos censurados por Excélsior (una raya más a la inmensa piel de Regino Díaz Redondo, a quien Vicente Leñero retrató en su famoso libro sobre el golpe a Excélsior) fue René Avilés Fabila. En un artículo escrito dos meses después y que tituló “Mi salida de Excélsior: un zarpazo a la libertad de expresión”, el escritor cuenta:
“El domingo 10 de enero de 1999, luego de poco más de 13 años de existencia y de 696 números, el suplemento cultural de Excélsior, El Búho, cerró definitivamente sus páginas. Poco antes yo había renunciado a esa casa editorial debido a la censura que prohibió una de mis entregas semanales.
“En esos días un escritor, Gabriel Careaga, me dijo durante un encuentro casual: ¿Pagaron tu silencio? ¿Por qué no conocimos tu renuncia? Me pareció una tontería, ¿dónde publicarla? ¿Acaso en Excélsior?
“Hubo alrededor un silencio cómplice. A Froylán López Narváez [entonces miembro de la dirección de Proceso, quien, junto con Carlos Marín renunciaría tres meses después] le comuniqué telefónicamente el suceso y solo me dijo ‘nos vemos para platicar’. Andrés de Luna escribió un artículo al respecto, y Víctor Roura se negó a publicarlo. Solo aparecieron notas cubriendo la noticia de la desaparición, que el propio Búho había plasmado en su editorial de despedida hecho, supongo, por Jairo Calixto Albarrán, quien por cierto, de todos aquéllos que conmigo se formaron y trabajaron a lo largo de mucho tiempo, prefirió conservar el puesto sin importar que lo rebajaran, junto con Arturo Rodríguez, diseñador (más adelante corrido), e Iván Ríos Gascón (quien hasta ahora firma con seudónimo). Humberto Musacchio y Paco Ignacio Taibo I dijeron algo, más como información que como protesta.
“En honor a la verdad, solo en radio tuve oportunidad de explicar lo sucedido, de denunciarlo. Con Paco Huerta, mi entrañable amigo, y Javier Solórzano; este último, dudando de la veracidad de mis explicaciones, pidió que alguien de Excélsior diera su versión y la confrontara con la mía. Por supuesto, nadie acudió. […].
“¿Qué sucedió? Que fueron los lectores quienes protestaron por mi inusitada desaparición, no los colegas ni los medios. Considero que el problema no era yo y la antipatía personal que pueda despertar, el caso es que se violentó lo que tanto se afirma en México: defender la posibilidad de escribir libremente, criticar con justicia y razón al poder”.
Avilés indica que en tiempos de Carlos Salinas de Gortari, su amigo Jorge Ruiz Dueñas le dijo que sabía de buena fuente que los directivos de Excélsior estaban molestos con sus artículos sobre Salinas; “el caso es (y es posible comprobarlo en la hemeroteca) que semana tras semana critiqué a ese personaje funesto y no hubo represalias”.
El escritor narra que el 5 diciembre de 1998 al abrir el diario no halló su columna donde hablaba de “la errática actuación política de Ernesto Zedillo”, por lo que llamó a Lisandro Otero, a cargo de la sección editorial, “un cubano recién nacionalizado mexicano que había dejado la isla al acabársele las posibilidades de crecer políticamente”; éste lo regañó: “Chico, tus artículos son cada vez más críticos y violentos. Tus diferencias con Ernesto Zedillo suben de tono. Esto no puede ser, estás atentando contra los intereses del periódico”. Avilés repuso que “vivíamos una nueva etapa de libertad de expresión y que yo seguiría criticando los equívocos del Presidente”. Por lo que decidió renunciar.
En solidaridad con Fabila renunciaron casi una veintena de colaboradores de El Búho. Agrega que Regino Díaz Redondo le telefoneó y no tomó la llamada: “¿Para qué? La bajeza se había dado. En todo caso mostraba la adhesión de ambos directivos al PRI y al Presidente en turno. Y aunque Lisandro Otero había estimulado al director de Excélsior, Regino era quien había tomado la decisión de censurarme; en consecuencia, él fue el responsable directo de mi renuncia”.
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Cuando en 1973 El Norte estaba a punto de cerrar, asumió la dirección Alejandro Junco de la Vega y salvó el periódico, gracias a que renovó la anquilosada plantilla de redactores; así llegó el joven Ramón Alberto Garza García; sería pilar fundamental y llegaría a ser director general editorial; después, con la creación de Reforma en 1993, fue el director general editorial del periódico hasta el año 2000. No se sabe bien la razón de su salida (solo dijo: “Me voy a tiempo para impedir que la desilusión empañe a la gratitud”). Con eso Reforma perdería lectores, porque Garza, tiempo después, mejoraría El Universal.
Como no se aclaró el porqué de su salida, se sospecha que algún rencor pudo dejar Garza en el “Corazón de México”, porque así se explica la censura a Juan Enríquez Cabot, que desde hacía diez años escribía para Reforma; su columna, donde ensalzaba a Garza y que saldría el 15 de julio de 2013, no apareció en el diario; así iniciaba:
“Difícil encontrar en el periodismo tres gentes (sic) con métodos, usos y costumbres más opuestas a Isabel Arvide, Julio Scherer y Ramón Alberto Garza […]. Probablemente los horrorice verse nombrados en la misma columna, y quizás en este periódico, por lo cual les pido, de antemano, disculpas a los tres”. Más adelante, Enríquez dedicaba casi la tercera parte de su columna a hablar bien de Ramón Alberto.
Al conocerse la censura, las redes entraron al quite, de tal manera que Reforma flaqueó y publicó la columna tres días después; sin embargo, no sirvió: Enríquez Cabot renunció y dejó una carta:
“Esto es una censura inaceptable a un artículo de opinión […]. Esto es censura en un periódico que se ha distinguido, se ha preciado, en defender la libertad de prensa y de opinión […].
“Si no defendemos el principio de libertad de pensamiento y opinión en las páginas de ‘Opinión’ del Reforma… qué esperanza tenemos de que algunos otros medios, más cercanos a como actuaba un PRI tradicional, respeten y permitan diversas opiniones […].
“Por principio. Por lo que representa el periódico. Por coherencia propia. Yo creo que no debemos quedarnos callados. Creo que ningún articulista de opinión debe ser censurado de esta manera […].
“Pregunté si esto había ocurrido en otros casos, la respuesta fue: no en muchos, pero sí. Pregunté sí me podía volver a ocurrir en alguna opinión propia. La respuesta fue que esa era decisión del consejo.
“No me quedó opción alguna salvo renunciar […].
“Porque si me quedo callado, si digo sí patroncito, usted disculpe haber molestado al Consejo… Pues entonces esta se vuelve conducta aceptable. Se vuelve norma. Y entonces esto mismo le va a pasar a otros”. (19/07/2013).
Antes, Ramón Alberto también había censurado a sus colaboradores: “Ramón Alberto Garza, despidió al editor principal -Raymundo Riva Palacio-, pues los trabajos de ese equipo afectaban los intereses del dueño del diario, Alejandro Junco de la Vega y del propio Garza”; afirmó Rodríguez Reyna, hoy director de Emeequis, en una entrevista con Abraham Gorostieta para La Revista Mexicana de Comunicación.
Riva Palacio señaló después que una historia sobre los amigos empresarios del expresidente Salinas se retuvo durante dos meses y, al publicarse finalmente, se mutiló el nombre de un banquero de Monterrey, amigo de Ramón Alberto. También dijo que Garza: “impulsó como noticias principales rumores, panfletos y puso al periódico al servicio del fiscal Pablo Chapa, durante las investigaciones de los casos Colosio y Ruiz Massieu. Escondió nombres de banqueros vinculados a él y al dueño, Alejandro Junco”: (La prensa de los jardines: fortalezas y debilidades de los medios en México. Pág. 244).
Raymundo Riva Palacio y Ciro Gómez Leyva, abandonaron Reforma, poco después lo haría Rodríguez Reyna y otros.
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En el semanario que era el icono de la libertad de expresión, la revista Proceso (de la que Julio Scherer dijo: “en México la ética es Proceso” por no estar de acuerdo en que le modificaran su texto, fueron despedidos Francisco Ortiz Pinchetti y Francisco Ortiz Pardo en junio de 2000.
En el número 1229, el 21 de mayo de ese año, los periodistas denunciaron en un texto la relación indebida entre el entonces presidente Vicente Fox con el PAN. Pero, el o los encargados de editar, aparte de cercenar información importante del texto, inventaron frases y además le cambiaron el título.
Obviamente, los dos Ortiz se molestaron y escribieron una carta al director Rafael Rodríguez Castañeda, que se publicó en la semana siguiente. Entre otros puntos, señalaron que “nuestro reportaje sufrió tergiversaciones y mutilaciones que afectan el profesionalismo de nuestro trabajo”. Bajo la carta aparecieron las disculpas del subdirector editorial, Pedro Alisedo. Disculpas bastante hipócritas ya que, unos días después, Ortiz Pinchetti y Ortiz Pardo fueron despedidos, a pesar de que el primero estuvo desde el nacimiento de la revista en 1976 y era el presidente de la Asociación de Reporteros de Proceso.
Irónicamente (o con un sentido retorcido del humor) fueron corridos el 7 de junio, día que instituyó Miguel Alemán como el de la Libertad de Prensa. Lo irónico, también, fue que sus compañeros defensores de la libertad de expresión no se rasgaron ninguna vestidura. Ortiz Pinchetti, señaló después, que Scherer, a manera de explicación, le espetó: “la ropa sucia se lava en casa”. Esa noticia fue cubierta por varios medios, excepto por La Jornada.
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La Jornada, que se jacta de ejercer la libertad sin cortapisas y que critica a otros cuando no lo hacen, también ha incurrido en la censura a sus periodistas.
Uno de sus fundadores fue el exlíder del 68, Luis González de Alba. Todo inició porque González de Alba tuvo la osadía de pedirle a doña Elena Poniatowska que rectificara un buen número de párrafos en su libro La noche de Tlatelolco, de los que ella había tomado del libro de Luis Los días y los años.
Poniatowska, como en otros casos donde ha sido criticada, modificó algunos datos y no dio el crédito a Luis. Al negarse Elena a realizar los cambios, González de Alba acusó legalmente a la amiguísima de Carlos Monsiváis y, publicó sobre el asunto en el mismo diario en que escribe Poniatowska y lo hacía Monsiváis:
“Quede pues aquí dicho de una vez y para siempre: Soy testigo presencial de los hechos que relato, no así Elena. Por tanto los hechos ocurrieron como yo los relaté y en las voces de quien ponga ciertas palabras, de allí las escuché”. (La Jornada, 13 de octubre de 1997).
Esto motivó el enojo del santón literario quien -según cuenta De Alba-, Monsiváis hizo una llamada telefónica a Carmen Lira Saade, la directora de La Jornada, a quien le dijo: “¡O Luis o yo!”, lo que bastó para que se despidiera a González de Alba. Y asunto arreglado. Él lo cuenta:
“Al mediodía del lunes en que apareció [el texto], recibí una llamada del jefe de sección, Javier Flores, quien me informó, con voz en la que se percibía resistencia, que por orden de Carmen Lira estaba fuera del periódico. Me reí y lo tranquilicé: no era posible, el artículo había sido previamente leído y aprobado, además yo era fundador y copropietario del diario.
“Insistió en que era verdad: ‘Monsiváis llamó a Carmen, furioso, a las ocho de la mañana, y le exigió: o Luis o yo; y te informo de la decisión tomada por la directora’, fueron las palabras de Javier, quien poco después renunciaría a su puesto ante el aviso de que la sección, la de ciencia, sería cancelada indefinidamente mientras un equipo la reestructuraba. Todos sabíamos que la razón era falsa y se trataba, simplemente, de ocultar el hueco que dejaría mi sección, ‘La ciencia en la calle’.
En La Jornada hay otros casos, como los de noviembre de 2009, cuando censuró artículos de Héctor Aguilar Camín y de Pablo Gómez, por lo que ambos renunciaron. Otro escándalo que se convirtió en trending topic y que siguió corroyendo la credibilidad de La Jornada, fue la renuncia de Marco Rascón en agosto de 2011, porque se atrevió a criticar a Andrés Manuel López Obrador, compadre de Carmen Lira. Aquí unos párrafos del articulista censurado:
“Luego de 23 años de publicar periódicamente mis opiniones en La Jornada y haber sido colaborador e impulsor del proyecto editorial desde su nacimiento en 1984, ya no estaré más.
“De aquel gran impulso intelectual, social, crítico y libertario, que le ha dado voz a los movimientos y expresiones democráticas a lo largo de más de 25 años en el país, La Jornada se ha ido cerrando ante la presión de quiénes la ven como instrumento para el desarrollo del sectarismo y sus intereses, pretendiendo desde sus páginas dirigir mediante información sesgada o presión, lo que por el contrario debía ser espacio abierto para la crítica y opinión de todas las expresiones progresistas y democráticas.
“En mi caso, La Jornada cedió finalmente a la presión del lopezobradorismo que desde hace años ha sostenido hacia dentro de la política editorial, la campaña y boicots contra quiénes expresen posiciones críticas u opiniones que sean consideradas no correctas hacia esa corriente. Prueba de ello, son la publicación sistemática de insultos encubiertos en ‘opiniones ciudadanas’ contra colaboradores y redactores, organizadas desde dentro del mismo periódico, como la organizada por Jaime Avilés de manera permanente y desde hace años. http://lahoradelpueblo.blogspot.com/2006/ 08/boicot-marco-rascon.htmle.
“[…] Es por ello, que esta decisión no es solo contra mí, sino contra todo proceso o protagonista que tenga una posición distinta o no comulgue con las posiciones del lopezobradorismo.
“Hoy, que se puede criticar a la presidencia de la república con toda libertad desde cualesquier posición política, resulta que no se puede criticar al lopezobradorismo y su ‘presidencia legítima’. Es ridículo que habiendo luchado durante años contra el presidencialismo, hoy en los espacios de comunicación de la izquierda, el hacerlo sea motivo de escarnio, persecución y censura. Son muchos, redactores y colaboradores que han padecido y fueron expulsados de las páginas del diario por criticar no solo acciones y exabruptos del lopezobradorismo, sino por criticar a personajes cercanos a él como fue mi caso.
“[…] Luis Hernández Navarro, que en este caso ha sido juez y parte en el debate y la imposición de su criterio para no publicar mi colaboración. Le pedí que los intelectuales del lopezobradorismo a los cuales me referí, me respondieran ellos haciendo uso de su derecho de réplica a lo cual Hernández Navarro, me respondió que decirles ‘intelectuales del lopezobradorismo’ era un insulto impublicable cuando considero que para ellos, es un honor estar con Obrador.” (17 de agosto de 2011).
O el caso de David Carrizales, quien trabajó 22 años en ese diario y fue despedido el 30 de junio de 2013, sin indemnización. Los que apoyaban al periodista señalaron que La Jornada “al igual que los demás medios mexicanos, utiliza subterfugios para evadir pago de impuestos, no paga todas las colaboraciones, y a los que les paga por honorarios no otorga prestaciones ni seguridad económica, así como de recibir la publicidad y prebendas para manipular la información”.
El periodista escribió una carta a Carmen Lira, a quien le decía: “[…] también me preocupa mucho la suerte del periódico, pues siento que es afectado por una crisis de orden moral que puede significar el derrumbe de un proyecto que ha sido fundamental para la historia moderna del país.
“Pienso que se han enquistado en sus entrañas personas que no tienen amor por el oficio ni por el periódico, sino por los beneficios personales que les pueda acarrear”. (22 de agosto de 2013).
Un mes después hizo pública otra carta al tiempo que anunciaba un plantón frente al diario:
“Es decir, según su lógica, yo carecía de derechos porque ellos me los negaron durante 22 años. La empresa me ofreció, como si se tratara de un gesto de caridad y no de justicia, un indemnización que representaba aproximadamente la quinta parte de lo que me corresponde por ley, lo que por supuesto rechacé” (5 de septiembre de 2013). A los diez minutos de haberse plantado frente a La Jornada, se presentó el director de recursos humanos quien le ofreció mejores condiciones; Carrizales aceptó. Pero el descrédito ya no se pudo eliminar.
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Otro caso famoso fue el de Ciro Gómez Leyva quien, después de casi veinte años de publicar su columna en Milenio Diario y cinco años de encabezar el proyecto de Milenio TV, el 17 de octubre de 2013 se despidió del noticiero estelar. Su columna siguió apareciendo en la edición impresa y en la digital. Pero, el 2 de enero de 2015, anunció que ya no colaboraría más con ese diario.
Ciro no dio las razones por las que primero dejó Milenio TV y después Milenio. Crípticamente (o no tanto) dijo: “los tiempos cambian, se cierra un ciclo, es hora de decir adiós”.
Varios columnistas señalaron que sus problemas comenzaron con el enfrentamiento con Francisco D. González Albuerne, director general del Grupo Milenio, quien deseaba enfoques diferentes en su televisión, menos crítica al poder; más institucional, pues.
El que los actores de la censura o el despido injustificado no declaren o denuncien las causas por las que fueron echados a la calle, provoca que se conjeture y que circulen rumores, que, al no ser desmentidos, indica, presumiblemente, que están en lo correcto.
Por el mismo contexto pasó la salida de la conductora Yuli García. La periodista ya no se presentó a su segmento el lunes 21 de julio de 2014. Yuli tampoco senaló cuál fue la causa de su salida intempestiva. La versión más conocida fue que tuvo diferencia con Carlos Marín, quien le exigía que mencionara al presidente Enrique Peña Nieto.
Esa versión, propalada por infinidad de medios, partió de una información que publicó Proceso en su portal: (http:// www.proceso.com.mx/?p=377988 donde “de acuerdo con fuentes internas consultados por la revista”, frase tremendamente socorrida cuando el periodista carece de fuentes; cuando toma en cuenta rumores o inventa un información (y, en alguno casos, cuando desea proteger a su fuente). El 24 de julio por la noche, Proceso borró la información y, como ha ocurrido en otras ocasiones, no se disculpó ni externó ninguna explicación.
La guadaña de Milenio andaba con mucho filo, porque, para fines de octubre, le dan el adiós también a Héctor Tajonar. El columnista sí señala la razón de su partida en una carta que dedica a Carlos Marín:
“He reflexionado acerca de la breve conversación telefónica que sostuvimos la semana pasada y he tomado la decisión de suspender mi colaboración semanal en MILENIO Diario […]. Tu proposición de modificar esas condiciones me obliga a escribir esta carta de renuncia.
“Me has pedido que dejara de criticar a Televisa en mi columna, aduciendo que MILENIO Televisión está asociado con esa empresa para sus transmisiones en cable.
“Comprendo que en la actual coyuntura mis puntos de vista puedan resultar disfuncionales para los legítimos intereses empresariales de esta casa editorial; sin embargo, sabemos que en el ámbito de los medios de comunicación, los intereses empresariales se traducen en políticas editoriales. Ello me impide aceptar tu planteamiento. Permanecer en esas condiciones significaría no sólo coartar mi libertad de expresión sino convertirme en cómplice pasivo de una situación política con la cual no comulgo. Ha llegado el momento de marcharme. No puedo aceptar el ejercicio de un periodismo amordazado”. […].
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En El Universal, Ealy Ortiz le propone a Ignacio Rodríguez Reyna hacer una revista: Larevista; este la dirige durante poco más de dos años; en septiembre de 2005, en la edición número 81, renunció. Abraham Gorostieta , en la entrevista a Rodríguez Reyna señala:
“En el libro Los Watergates latinoamericanos (sic; es “latinos”), los periodistas Fernando Cárdenas y Jorge González narran que Juan Francisco Ealy Ortiz no estaba del todo de acuerdo con los trabajos que venía realizando y publicando Ignacio y su equipo. Así lo escriben:
“El equipo de Rodríguez Reyna -en concreto Rodolfo Montes y Daniel Lizárraga- tenían listos dos informes que salpicaban el aspecto bonachón del presidente Vicente Fox, pero que no pudieron ser publicados por órdenes superiores […] El primero de los reportajes, revelaba los permisos de apuestas y salas de sorteo entregados a dedo por el exsecretario de Gobernación, Santiago Creel, que privilegiaban al empresario Olegario Vázquez Raña, hombre de la cuerda de la esposa del presidente, Martha Sahagún. El segundo, prometía una revisión exhaustiva de los ‘expedientes oficiales muertos’, que investigaban unos negocios paralelos y privados del mandatario durante su periodo presidencial”.
El 1 de octubre, 2005, la revista etcétera publicó:
“De los 12 reporteros que laboraban ahí, solo permanece la mitad: Miryam Audiffred, Raúl Tortolero, Hiroshi TakaTakahashi, Felipe de Jesús González, Rodolfo Montes (uno de los reporteros censurados) y Anabel Hernández […].
“Tras Pascal Beltrán, quien renunció días después de la segunda orden de censura, y Daniel Lizárraga que encontró acomodo en Proceso semanas más tarde, también dejaron el proyecto Alejandro Almazán, Viétnika Batres, Mariana Escobedo, Eduardo Limón y María Luisa López [..].
“No han sido las únicas dimisiones: también renunció Fernando Rivera Calderón, y los colaboradores Armando Vega- Gil, José Manuel Aguilera y Jacinto R. Murguía, así como la diseñadora Mayanín Ángeles y la fotógrafa Luz Montero”.
Rodríguez Reyna responde a Gorostieta: “A veces los altos directivos de los medios -más que sus propietarios- no entienden que México ya cambió, que ya no se valen las mismas reglas de antes con el poder. Ya no se vale hacer negocios al amparo del poder o buscar canonjías con el poder. Los dueños y altos directivos de los medios de comunicación no han entendido que somos parte, ahora sí, de un proyecto de Nación. Para lograr eso se necesitan medios que estén comprometidos con los ciudadanos y con los lectores, no con el poder”.
A Carlos Loret de Mola, también El Universal, le censuró una columna que tituló: “Slim toma el canal 22 y nadie dice nada”, el editor la mutiló y la llamó: “Y nadie dice nada” (11/02/2014). Esa censura interna se conoció y fue criticada en los medios y en las redes sociales.
El 29 de septiembre de 2014, Lydia Cacho publicó su última columna en El Universal, aunque la periodista no señaló la razón, por lo mismo se conjeturó que fue censurada; dijo: “El Universal,que ha sido mi casa editorial durante casi 9 años ha tomado decisiones que me impiden seguir como columnista en sus páginas. Agradezco la hospitalidad de sus propietarios y de mis colegas. Me despido afectuosamente de mis lectores en este diario”. Y en un tuit, el mismo día comentó: “los periódicos toman sus decisiones, pero nosotras también, la congruencia es primero”.
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Otro escándalo sobre la autocensura lo rubricó el diario La Razón, que dirigía Pablo Hiriart. Hace un año, fue regañado Fernando Escalante, aunque el columnista no lo mencionó, luego trascendió que el dueño, Ramiro Garza Cantú, le exigió dejar de cuestionar a La Jornada. El analista Javier Tejado, sostuvo que Carmen Lira habría amagado con publicar la relación entre García Cantú y Oceanografía.
Escalante no aceptó la censura, renunció. Con él se fueron el mismo Pablo Hiriart, Salvador Camarena, Elisa Alanís, el escritor Rafael Pérez Gay (“Gil Gamés”) y Beatriz Martínez.
Hiriart señaló: “Como director puedes discutir con los articulistas, pero a fin de cuentas ellos son dueños de sus espacios, de su palabra […]. Y la función del director del diario es tutelarlos ante todo tipo de presiones. Cuando ya no es posible defender lo que en buena conciencia, y con calidad, escriben es momento de irse […]. Para mí es una pésima noticia, me voy muy triste, pero no podía hacer más que solidarizarme con articulistas del periódico que fueron objeto de presiones desde fuera del diario porque criticaban a La Jornada”.
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Señala Niceto Blázquez en su libro El desafío ético de la información, que “la ocultación manipuladora es una omisión intencionada por razones ajenas a las exigencias de la objetividad informativa y a la justicia para con los demás. Puede ser total o parcial y su inmoralidad aparece sobre todo en la intención del que la practica al informar con intenciones bastardas”.
Acerca de esa censura y sus repercusiones en la credibilidad del medio, de las que hablamos al principio, el profesor Niceto Blázquez cita a Serge Bauman y Alain Ecouves, quienes afirman que “los silencios de un periódico son frecuentemente más graves que sus escritos”.
Sigue Blázquez: “Las presiones económicas e ideológicas, tanto en contra como a favor de los medios informativos, terminan convirtiéndose en auténticas amenazas contra la imparcialidad informativa, creándose el ambiente más propicio para el recurso impune de la manipulación”.
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En los últimos tiempos, empresarios y políticos incursionan en el periodismo, comprando acciones o creando nuevos. Es imposible creer que lo hacen con los más altos conceptos éticos en mente.
Por ejemplo, en Venezuela, varios medios han sido vendidos a misteriosas empresas. Hace un año, Tamoa Calzadilla, entonces directora de investigación del más importante medio de ese país, Ultimas Noticias, era de las más incisivas para inquirir quién era el verdadero dueño del periódico. “¿Es el gobierno directamente el propietario? ¿Algún funcionario? ¿Esto es una expropiación?”, insistía.
“El director, otrora profesor de periodismo, lo hizo suyo. ‘En tu caso no son dos sino cuatro’, bromeó alguna vez conmigo. Le pedí que se abstuviera de hablarle a los periodistas en esos términos y propiciar la autocensura”, escribió Tamoa después. Hasta que un día el nuevo director quiso mutilar su reportaje contra el gobierno. Ella se negó: “Entonces, no sale publicado”, le dijo él. Tamoa renunció. Sobre este asunto, hace unos días, la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) de España, publicó la exigencia de la Access Info Europe, organización dedicada a promover la transparencia y el derecho a la información en la Unión Europea, que ha considerado que “disponer de información precisa, completa y actualizada sobre quién controla realmente los medios de comunicación es un componente esencial en un sistema democrático”.
Esta reclamación es de importancia capital por los conflictos de intereses que suscita. La FesSP, señala que, saber a quién pertenecen los medios y “que sea de dominio público garantiza que los abusos del poder mediático puedan ser abordados, publicitados, debatidos abiertamente e incluso evitados”. Y se refiere a los verdaderos dueños, porque, como en México, también en Europa hay prestanombres. Una campaña de esas le vendría muy bien a este país.
Es urgente el rescate de la confianza, de esa condición que los medios tuvieron antes para ser creíbles. Porque, como afirma Javier Darío Restrepo: “Si los medios no se preocupan por ganar una credibilidad y por prestar un servicio que pueda competir con la credibilidad y con el servicio de Internet, muy fácilmente van a ser remplazados, al menos en parte, por la información de Internet”
Autor
Director de Reporte Mexcal. Articulista del Diario Noticias y Etcétera.
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