Es cierto, es muy grave que el gobierno incumpla la ley. Lo que olvida el experto, es que para que exista ese tipo de delito se necesitan dos actores: el que proporciona la “filtración” y el que la publica. Olvida también que es una práctica común en los medios “disparar” y después averiguar (si es que se investiga muchas veces se difama porque a un indiciado se le juzgó desde el tribunal de los medios y, aunque después se rectifique ya nada queda igual.
“En el periodismo no hay fibrosis. El tejido atacado por la calumnia no se regenera. Las heridas abiertas por la difamación no cicatrizarán. La retractación nunca tiene el mismo espacio de las acusaciones. Y aunque lo tuviese, la credibilidad de la víctima no será restituida, pues la mentira queda fijada en el imaginario popular. Aquel cuya imagen pública ha sido manchada por los medios no consigue recuperarla”, señala Felipe Pena de Oliveira en su libro Teoría del periodismo.
Quienes hacían apología de Kate obviaban que, si hubo una campaña mediática, se debió a la participación entusiasta de los medios. La práctica de usar filtraciones y publicarla muchas veces como “periodismo de investigación”, no es nueva. Por ejemplo, un medio puede publicar lo que alguien le filtró, sin decirlo a su audiencia y sin mencionar el nombre del autor, pero sí con la firma de uno de sus reporteros o columnistas y, eventualmente, solamente se quejará de las filtraciones si su medio no es el privilegiado.
Si hubiera un periodismo ético, datos sobre lo encontrado en la guarida del “Chapo”, como los que citamos al principio no habrían sido publicados sino hasta que se concluyeran las investigaciones judiciales o hasta que el medio, después de investigar por su cuenta, expusiera sus hallazgos; pero, claro, el periodismo de calidad cuesta y es mejor la comodidad de la filtración y más redituable el morbo y el espectáculo; por ello se divulga sin vergüenza lo que se le entrega, sin cuestionarse que quien filtra siempre tiene, siempre, una intención; la primera, es un desprestigio para un tercero.
Las filtraciones, sólo para investigarlas
Alex Grijelmo, en El estilo del periodista, cita a quien fuera director de El País, Joaquín Estefanía, sobre lo que éste escribe en el prólogo al Libro de estilo de ese diario:
“Se puede abusar del derecho a la información y del derecho a la libertad de expresión sin infringir la ley. […] ejemplos de cómo el periodista puede ser puesto al servicio de intereses ajenos a los lectores; cómo se desarrollan a la luz pública campañas de opinión que responden a oscuras pugnas financieras o mercantiles; cómo a veces la caza y captura de ciudadanos se disfraza de periodismo de investigación. Convertir los medios de comunicación en armas de tráfico de influencias al servicio de intereses que no se declaran es una práctica de abuso que crece a la sombra de la libertad”.
Un editor o un director responsables pueden considerar que una información es veraz porque viene de una fuente confiable, y pudiera ser de interés público, pero deben cuestionarse también si deberían publicarla. No todo lo que es veraz debe ser publicado, hay cosas verdaderas que, incluso, es un deber no publicarlas (como la foto de Anabel Flores, la reportera asesinada).
Como coinciden los estudiosos del periodismo y los códigos de ética: las filtraciones únicamente deben servir para iniciar una investigación, verificar esa información, contrastarla, indagar el propósito de quien la entregó y sus consecuencias y armar un trabajo completo antes de publicar o desechar la información filtrada o, de otra forma, el medio y el periodista es manipulado por la fuente –a menos que esté de acuerdo con ella por alguna razón que, obviamente, no hará pública–. Siempre que se publique un trabajo con base en una filtración, siempre deberá comunicarse que posee ese carácter.
En el caso de temas judiciales, es cierto que la sociedad tiene derecho a recibir información sobre el desarrollo de un procedimiento, pero, como señala el especialista en justicia penal Guillermo Zepeda Lecuona:
“[…] el derecho fundamental a la información pueden colisionar, principalmente, con derechos como: Derecho a un juicio justo e imparcial (vinculado también con el principio o presunción de inocencia). Derecho a la seguridad pública, eficacia en la investigación de la verdad de los hechos y a la efectiva represión del delito. Presunción de Inocencia. Derechos de las víctimas de los delitos. Derecho al honor y al buen nombre.”
No se puede pensar que hay ingenuos encargados de publicar información filtrada, que ignoren las leyes respectivas o que desconozcan que no es ético hacerlo; entonces, ¿por qué se practica?
Tal vez por lo que sostuvo Ryszard Kapuscinski: “Las nuevas tecnologías provocaron una multiplicación de los medios. ¿Cuáles son las consecuencias? La principal es el descubrimiento de que la información es una mercancía, cuya venta y difusión puede traer importantes ganancias.”; pero como señala el maestro Javier Darío Restrepo: “En periodismo, el fin no justifica los medios”.
Por último, como ejemplo de ello, está el precepto que usaba Katharine Graham, de que la información, si no está confirmada, hay que demorarla hasta verificar.
Katharine fue quien llevó a The Washington Post casi de la ruina a ser uno de los mejores del mundo; bajo su dirección Carl Bernstein y Bob Woodward pudieron investigar (derivado de filtraciones) el caso “Watergate”, que a la postre, provocaría la renuncia del presidente Richard Nixon. En una entrevista con Soledad Alameda, Katharine respondió a la pregunta “¿Un periódico debe dar lo que el público pide?”:
–No todo. Pero si la gente muestra mucho interés por una historia, no se puede dejar de escribir sobre ello. Tal vez no se tiene que contar todo absolutamente. En mi país hay una diferencia entre lo que publica la prensa de calidad y lo que publica la prensa amarilla. A mi modo de ver, esa diferencia, esa línea divisoria, hay que mantenerla erguida.
–¿Se cumplen actualmente las reglas que creó el Post en tiempos del Watergate, cuando las noticias debían estar confirmadas por dos fuentes?
–Eso es verdad. Hemos intentado no dar las historias publicadas en otros periódicos a menos que nosotros mismos las hayamos confirmado. Creo que hemos actuado así en la mayoría de los casos. Newsweek detuvo una publicación una semana porque no estaba suficientemente confirmada: la historia de Lewinsky. (El País. 7 de junio de 1998).
Esa es la diferencia entre un periodismo serio y responsable y la llamada prensa amarilla o sensacionalista.