No cesa de sorprenderme la fertilidad intelectual de la fórmula Well(e)s: Orson y Herbert George con sus Guerras de los Mundos. No quería cerrar mis colaboraciones del año pasado sin visitar el acontecimiento más célebre de la radio en su 75 aniversario; sin embargo una entrega no resultó suficiente para apuntar las variadas cualidades de la novela devenida acción radiofónica. Así que volvemos, pues, al asombro.
Ha pasado casi desapercibido un evento singular y casi fortuito en la historia posterior a la emisión de 1938. Se habla de adaptaciones al cine, polémicas, escritos teóricos, de la estúpida, irresponsable y trágica recreación en Quito de 1949 y los múltiples homenajes posteriores, pero no se consigna una curiosa cábala de la historia, de esas coincidencias que parecen algo más y que pudieran resultar reveladoras: tuvo lugar el 28 de Octubre de 1940, a dos días de cumplirse dos años de la transmisión radiofónica, cuando H.G. Wells de 74 años y Orson Welles se encuentran por diferentes motivos en San Antonio Texas, y el conductor Charles C. Shaw los convoca a reunirse para conversar al aire en la estación de radio KTSA.
Se conservan grabados siete minutos y medio de ese encuentro. (Búsquese Orson Welles meets HG Wells en YouTube) Siendo ya bastante significativo el que se encontraran en el medio, la charla tiene bastante carnita y está muy por encima de lo simplemente anecdótico, de un mero intercambio de complacencias; si bien transcurre con consideración y buen humor, se trata de un veloz duelo de inteligencias. Tiene filos críticos, sobre todo del escritor al artista radiofónico quién para ese momento había consumado su metamorfosis hacia la dirección cinematográfica y ya promocionaba su opera prima, nada menos que “Ciudadano Kane”.
Aunque el audio registra cómo Orson no pierde la oportunidad para hablar de su película entonces todavía sin exhibir, la entrevista se centra en la adaptación radial de dos años antes. Con su aguda voz, casi de viejita, HGW medio le pregunta, medio le insinúa, medio bromea, literalmente:
Are you sure there was such a panic in America or wasn’t it your Halloween fun? Lo que entiendo como: ¿Realmente provocó pánico en América tu broma de Halloween? A lo que Orson responde riendo (¿nerviosamente?) con traje de luces: “Creo que es lo más agradable que un británico podría haber dicho sobre los marcianos”. O sea: jiji jojojo jujuju que bonito que me preguntes acerca de los claveles, Joaquín, porque precisamente pensaba hablar de calabazas…
El torito era bravo porque poner en duda la reacción de la audiencia implicaba que la verdadera farsa (raro como suena) no habría ocurrido en la radio, en el espacio escuchado, sino en la cobertura periodística posterior. Y esta lectura desemboca en la posibilidad de que el engaño radiofónico fue desenmascarado casi inmediatamente; pero el mito de sus efectos permaneció intocado hasta ahora.
Una cobertura sensacionalista de sobresaltos aislados e inquietud, algunos desmayos y llamadas a la policía que las redacciones y rotativas transformaron en un escándalo. Según la postura del profesor de periodismo W. Joseph Campbell, citado por David Haglund,1 habría sido la prensa escrita desplazada por la radio, -incluida la prensa de Bill Randolph Hearst, digo yo- la creadora del mito radiofónico cuyo objetivo original era exhibir los peligros de la inmediatez hertziana y erosionar así su credibilidad.
Exageradas o no, las versiones de la prensa catapultaron indudablemente hacia la celebridad al joven Orson Welles. Estirando la liga, habría sido quizá la primera escaramuza entre el magnate y el futuro creador del Ciudadano Kane de la que este último habría salido victorioso involuntario. ¿Un boomerang que golpeó en la nuca a Hearst tres años después? ¿Habría sido este el verdadero genio publicitario de Orson Welles? ¿Tender esa trampa para que los periódicos le dieran fama?
Aplicare aquí mi máxima: esas hipótesis son demasiado inteligentes como para ser ciertas… pero de todas maneras algo hay: quien observe en Internet el video de la conferencia de prensa en el que un compungido Orson explica y pide disculpas al día siguiente por la travesura marciana de Halloween, no se olvide de que estamos frente a un consumado actor. Con ojos de malicia usted verá claramente su reflejo en blanco y negro.
Y al escuchar la antigua grabación de la KTSA podemos atestiguar que quizá solo el colmilludo HGW habría detectado la doble vuelta de tuerca implicada en la farsa. Frente al auditorio de la radio le habría deslizado con agudeza (más allá del timbre vocal) y entre líneas: a mí no me haces gu%u0308ey, querido Orson, efectivamente, tu adaptación radiofónica se basó en mi novela, pero las crónicas de la reacciones está basada, solo basada, en hechos reales, es decir: reúne las cualidades de una leyenda.
En ese delicioso audio hay más y bien condimentado, pero nos interesa destacar también el cierre, donde el novel director de cine recibe un buen pase del escritor y puede hablar de su debut en la pantalla grande anunciando novedades técnicas y narrativas que está experimentando en “Ciudadano Kane”, lo que Herbert George aprovecha a su vez para hacer patente su sensibilidad sonora: I think there will be a lot of jolly good new noises in it / Según el significado que se le de a Jolly: (alegre/ terrible/engatusador), HG dijo: Pienso que habrá en ella (la película) cantidad de alegres (jolly) ruidos nuevos. Orson repite celebra: “jolly good new noises“.
Llama la atención que HGW remita a imágenes sonoras para anticipar lo que sería la obra inicial de su brillante carrera como cineasta y por el que la historia lo recuerda en primera instancia, pudiera señalar la presencia indeleble de la radio en su trayectoria posterior. Lo cierto es que los ruidos y las sonoridades ya estaban presentes con todo protagonismo en la propia novela original del británico, esos radiofónicos jolly new noises ya estaban presentes en las líneas publicadas por los mismos años en los que Tesla, Marconi y Fessenden hacían las primeras transmisiones sin hilos. 40 años antes del campanazo mediático de 1938 teníamos ya una obra que nació clásica. Como pionera de las invasiones alienígenas, ha suscitado abundantes estudios y entre muchas cualidades tan solo anoto mi personal admiración por la plena conciencia histórica del autor explícita desde el primer capítulo, sexto párrafo, sobre como su obra proyectaba en el firmamento la sombra culpígena del colonialismo europeo.
Pero la novela de Wells, encierra otros placeres, muy especialmente para los amantes del sonido. De entrada, las líneas que cierran el primer capítulo:
“De la lejana estación provenían los chirridos, rugidos y rebumbios de los trenes que, atenuados por la distancia, se escuchaban como una melodía”.2 Tenemos aquí un testimonio de escucha que anticipa en 15 años al manifiesto de Luigi Russolo, aunque esta curiosidad resultaría accidental de no ser por el hecho de que la imagen enlaza y contrasta con todo el capítulo siguiente: Wells utiliza precisamente el sonido como el agente que transforma una estrella fugaz en nave espacial. La música de los trenes evoca la cotidianeidad, el mundo familiar, pero ya desde el inicio del segundo capítulo, las descripciones y referencias auditivas evocan lo ominoso: “…”algunos de quienes vieron su vuelo dijeron que lo acompañaba un zumbido agudo. Yo no oí nada de eso”. Una estrella fugaz silente es un deseo, pero cuando la acompaña un silbido es un presagio funesto. Ya en el cráter del impacto los sonidos emanados desde el interior del meteoro presentan lo terrible, la caja de resonancia para nuestros ruidos internos, la oquedad que anuncia lo siniestro:
“Un ruido raro que le llegó desde el interior del cilindro lo atribuyó al enfriamiento desigual de su superficie, pues en aquel entonces no se le había ocurrido que pudiera ser hueco”
“No recordó haber oído pájaros aquella mañana y es seguro que no corría el menor soplo de brisa, de modo que los únicos sonidos que percibió fueron los muy leves que llegaban desde el interior del cilindro.”
“De pronto cayó un pedazo muy grande, produciendo un ruido cortante que le paralizó el corazón.”
“Aun entonces no interpretó lo que esto significaba hasta que oyó un rechinamiento raro y vio que la marca negra daba otro empujón. Entonces comprendió la verdad. ¡El cilindro era artificial, estaba hueco y su extremo se abría!”
“Los dos hombres corrieron en seguida al campo comunal y encontraron el cilindro todavía en la misma posición. Pero ahora habían cesado los ruidos interiores y un delgado círculo de metal brillante se mostraba entre el extremo y el cuerpo del objeto. Con un ruido sibilante entraba o salía el aire por el borde de la tapa.”
Inquietantes imágenes sonoras que prefiguraban su potencial radiofónico, las que cautivaron la imaginación de Howard Koch y Orson Welles y que la metonimia radiofónica pudo representar 40 años después, solo con una tapa de acero sobre un caldero. Todavía hay más…
Notas:
1 http://www.slate.com/blogs/browbeat/2011/10/31/orson_welles_and_h_g_wells_the_radio_interview_1940.html
2 “From the railway station in the distance came the sound of shunting trains, ringing and rumbling, softened almost into melody by the distance.