Dentro del paradigma de la Sociedad de la Información, un rasgo central para entender los cambios a nivel macro –como estructuras sociales– y a nivel micro –en esferas individuales– es la omnipresencia tecnológica. Esto significa que nuestra existencia está condicionada a una gran cantidad de herramientas, máquinas y artefactos que facilitan la vida, mejoran los procesos, reducen las distancias, permiten el ahorro de recursos, etcétera. El mundo como lo conocemos sería muy diferente sin Internet.
En las últimas décadas, y específicamente desde el desarrollo de la red de redes, la omnipresencia tecnológica se amplificó. Con esto me refiero a que desde que Internet fue creado comenzó a expandirse a nivel planetario una nueva cultura, una cultura digital. Esta nueva forma de producción y representación comenzó a sustituir paulatinamente las estructuras análogas de comunicación que hasta entonces habían imperado. Por ejemplo, os discos de acetato dejaron de ser utilizados por las mayorías para ser sustituidos por discos compactos. Lo mismo se observa en la cultura cinematográfica, en los sistemas de correspondencia, en las formas de consumo, en las esferas económicas y políticas, etcétera.
La omnipresencia tecnológica implica por un lado que parte de la vida está condicionada en cierta forma a los artefactos, y por otro lado al conocimiento sobre la forma de utilizarlos. En este sentido, Winner (2008) asegura que la mayoría de los integrantes de las sociedades actuales desconocen el funcionamiento de la tecnología. Si encendemos la smart-tv, abrimos un archivo en la computadora o enviamos desde el teléfono móvil una imagen, son actividades cotidianas que realizamos sin problema todos los días. Sin embargo la sociedad conectada sabe surfear en Internet, pero ignora cómo operan los algoritmos que sostienen la red.
La época actual ha sido considerada la era de los mayores recursos tecnológicos. En el caso de la tecnología de la comunicación, esto en cierta medida es correcto. Vivimos en medio de una gran cantidad de instrumentos y canales de comunicación, tanto de medios tradicionales como de nuevos medios. Como señala Woolgar (2005), las nuevas tecnologías están gestando una nueva esfera de comunicación: el florecimiento de la sociedad virtual que complementa a la sociedad real. Otros pensadores consideran que los cambios tecnológicos han traído consigo el nacimiento de organizaciones que antes no existían debido a la fragmentación del tiempo y del espacio (Monge, 1995). Estos nuevos lugares posibilitan que las experiencias humanas transiten por una red electrónica y se conviertan en experiencias ubicadas en sitios distintos (O´Hara- evereaux y Johansen, 1994).
Espacio y tiempo en red
Uno de los efectos primarios de la omnipresencia tecnológica se puede observar en las actividades cotidianas. El uso de tecnologías de la comunicación siempre ha generado cambios en las prácticas sociales. Si damos un vistazo a la propuesta de McLuhan, podemos considerar que toda tecnología de la comunicación no tiene efectos sobre las personas por sus contenidos –por ejemplo los mensajes– sino mediante la propia tecnología. Desde esta perspectiva las nuevas tecnologías representarían un nuevo reinado sobre las prácticas sociales. Sus efectos no se medirían por lo que las personas son capaces de publicar en Facebook o las imágenes que pueden compartir en Instagram, sino porque la nueva tecnología es capaz de alterar los modelos de recepción de las personas. Siguiendo la línea de la tecnología como medio, Baudrillard (2007) asegura que los medios de comunicación cumplen la función de neutralizar el carácter vivido de los acontecimientos del mundo, para sustituirlo por un universo múltiple de medios homogéneos que a su vez se significan recíprocamente y donde cada uno remite a otros. En este sentido, Internet es un ejemplo de neutralización de la realidad física al sustituirla por una realidad posible.
La nueva tecnología y sus usos, representan formas diferentes en que las personas llevan a cabo diversas prácticas. La omnipresencia tecnológica empuja a las colectividades a configurar sus espacios, convertidos ahora en sitios no-humanos. Las personas pasan parte del día en las redes sociales donde realizan actividades que antes desarrollaban en otros sitios. Estudios recientes han demostrado que los usuarios de las redes privilegian esta tecnología como fuente para mantenerse informados. Las personas consultan las noticias en Facebook porque otros espacios informativos las difundieron o bien sus conocidos las compartieron. Los cibernautas se conforman con leer encabezados y sólo una pequeña parte consulta los contenidos. Por tal motivo, los bulos electrónicos encuentran en las redes un cómodo espacio para germinar. Esta nueva práctica está reorientando a los medios de difusión tradicionales a digitalizar sus versiones físicas y estrategias comunicativas.
La forma en que las personas permanecen conectadas a la red es uno de los nuevos hábitos que consumen parte de la vida de los cibernautas. Es común ver a una familia, a un grupo de amigos, a un colectivo de trabajo, o incluso, a un par de desconocidos, sustituyendo o complementando la comunicación física –cara a cara– por la comunicación mediada por la tecnología. Hace un par de semanas entré a una cafetería y comprobé lo que hoy en día es una escena común. En tres sillones estaban sentados cuatro jóvenes, todos tenían teléfonos inalámbricos a través de los cuales estaban conectados con otras personas u otros artefactos. Ninguno habló cara a cara, de hecho, nadie habló mientras permanecí en la caja pagando el café. Estaban como ausentes. El aislamiento físico no representa un alejamiento de la comunicación cara a cara, sino una nueva forma de interactividad por la posibilidad de estar al mismo tiempo en distintos lugares.
El tiempo en la red es un tiempo sin tiempo, o mejor dicho, un tiempo no secuencial, no sincrónico. La condición atemporal de la red, la omnipresencia tecnológica y la posibilidad de ubicuidad de los usuarios son factores que posibilitan las nuevas prácticas en la red: las personas viven en distintos espacios virtuales mientras los cuerpos permanecen en el mismo espacio físico. Desde la vida real las personas configuran parte de su vida electrónica, y en ocasiones, esta ilusión puede llegar a condicionar la realidad. Las nuevas identidades en línea pueden diferir o o, de las identidades reales. Espacios como Second Life son un ejemplo de que las personas son capaces de desdoblar múltiples personalidades en la red. Esto se debe a la eliminación del tiempo y del espacio. Los hábitos en línea circulan por la atemporalidad de la red, aunque tales hábitos se originen en los espacios físicos del mundo real donde se ubican las personas.
La conectividad perpetúa
La interactividad puede perpetuar la conexión. Esta ilusión es parte de la modernidad que exalta el actual capitalismo: si estás conectado existes en la galaxia Internet. La conexión a la red puede ser interpretada de distintas formas. En primer lugar, parece que es un estado de bienestar: quienes están conectados disfrutan de bienes simbólicos que es posible que no alcancen en el mundo físico. Los desconectados en cambio, desconocen todo un panorama infinito de información que ofrece Internet. Los desconectados son anacrónicos y por lo tanto su vida es lineal y plana. Las personas sin conexión aún deben emplear la memoria para almacenar números telefónicos, cuando esta práctica es cosa del pasado. En segundo lugar, la conexión representa seguridad en distintos planos. Los conectados tienen la certeza de que aquello que desconocen, es posible que lo conozcan gracias a Google. La nueva tecnología viene a ser una especie de extensión de los sentidos en términos mcluhianos, o bien, podríamos decir, que más que extensiones agrandan las posibilidades humanas de existencia. Las colectividades desconectadas viven en la inseguridad comunicativa, en aquello que desconocen y no pueden conocer en la inmediatez.
El sistema de valores de la sociedad contemporánea promueve tal conectividad. Las empresas, los autobuses, las cafeterías, los negocios, las escuelas, las bibliotecas, los bares, etcétera, ofrecen a sus usuarios o clientes, la conectividad a Internet como un bien simbólico. Esta visión es reforzada por el poder político que ve en la desconectividad un problema social, incluso, una deficiencia de la vida democrática. Los gobiernos y los actores políticos, han tomado como bandera propagandística el acceso a las nuevas tecnologías. Dotar a las comunidades rurales de Internet, promover el uso de redes sociales en zonas urbanas y marginadas o dotar de computadoras a las escuelas públicas, son políticas orientadas al valor de la conectividad. Desde el Estado, la conexión es una forma política para legitimar acciones y como indicador democrático. En este último punto me refiero a que Internet también agranda la ciudadanía, al menos eso es lo que puede visibilizarse en casos como las protestas organizadas desde las redes contra poderes establecidos. La no-conectividad dentro de los sistemas políticos será un fracaso de los programas públicos y por lo tanto un problema social de marginación tecnológica.
A nivel individual, la conectividad también es el resultado de la omnipresencia tecnológica. Las personas han modificado sus hábitos para adecuarlos al nuevo uso tecnológico: navegar, comunicarse con amigos, informarse, descargar música, etcétera. En los espacios físicos como las oficinas o los automóviles, los nuevos aparatos ocupan un lugar en el espacio real. La conectividad necesita de la disponibilidad tecnológica –como entidad física– y del conocimiento para su uso –como bien inmaterial–. En los espacios físicos se expande la tecnológica eléctrica, tanto por cables como en forma inalámbrica. La tecnología sin “hilos” posibilita la penetración de la nueva tecnología. Actualmente no se requiere de grandes inversiones económicas para la conexión a Internet. Las políticas públicas y los valores hegemónicos permiten que cada vez más personas se conecten a las nuevas tecnologías.
Una gran cantidad de estudios sobre las prácticas en línea han dedicado parte de sus esfuerzos a conocer los efectos de la omnipresencia tecnológica en las formas de distribución del tiempo. Un estudio titulado Shaping the Future Implication of Digital Media for Society financiado por el Fondo Económico Mundial (FEM), encontró que las personas pasan conectadas a Internet al día en promedio 6 horas con 50 minutos. Con base en más de cinco mil entrevistas a personas que viven en Estados Unidos, Brasil, China, Alemania y Sudáfrica, se descubrió que los cibernautas invierten más tiempo viviendo en línea que durmiendo. El tiempo de conectividad lo distribuyen charlando con otras personas y en esparcimiento. Entre otros datos destaca que el 87% de las personas tienen smartphone y lo utilizan 20 horas a la semana; el 29% dijo estar semanalmente más de 20 horas en computadoras o laptops, y en promedio un cibernauta pasa más de tres horas al día consultando contenidos en las redes sociales.
El proyecto We Are Social presentó un estudio efectuado en 30 países del mundo sobre el uso del tiempo en línea durante 2016. La investigación arrojó que a nivel global más de tres mil 400 millones de seres humanos están conectados a la red. De esta cifra dos mil 307 millones pasan habitualmente parte del día navegando en las redes en tanto tres mil 790 millones de personas emplean todos los días el teléfono móvil. El estudio arrojó una caída en la conectividad mediante el uso de las computadoras de mesa y portátil, y un incremento del móvil: dos mil millones de internautas se conectan a través del smartphone. En cuanto a las redes más utilizadas, Facebook se mantiene a la cabeza, seguida de WhatsApp y Twitter. Por su parte, la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en su informe 2015, dio a conocer que el 46% de los hogares en el mundo tiene acceso a Internet, sin embargo viven en la brecha digital más de cuatro mil millones de seres humanos. Por otro lado, el tiempo que pasan las personas en la red también tiene efectos en sus emociones. Un estudio de The Happiness Research Institute reveló que los usuarios presentan menores niveles de bienestar emocional que las personas desconectadas. Los usuarios tienen dificultades para concentrarse, son más propensos al estrés y se interesan más en la vida de sus amigos que en la propia.
En México, de acuerdo al Estudio sobre los Hábitos de los Usuarios de Internet 2016, de la Asociación Mexicana de Internet (AMIPCI), las personas destinan en promedio por día 7 horas con 14 minutos a navegar. Esta cifra representa una hora y tres minutos más que lo registrado en 2015. Según la investigación, en el país la penetración de la red alcanza al 59.8% de la población, lo que equivale a 65 millones de cibernautas. La mayoría se conecta desde el hogar (87%) y mediante cualquier medio con conexión WiFi (52%). El 84% afirmó tener contratada una conexión inalámbrica. El teléfono móvil es el dispositivo más empleado por los usuarios para conectarse a Internet (77%). El artefacto supera a las laptop, computadoras de sobremesa, tabletas electrónicas y otros aparatos. En cuanto al acceso a las redes sociales, el teléfono inteligente es el instrumento más utilizado (75%) para consultar los perfiles electrónicos. En México, las principales barreras para la conexión fueron la “señal” lenta de la red (47%) y los costos elevados por el servicio (31%). Por otra parte, la empresa Interactive Advertising Bureau (IAB), mediante el “Estudio de Consumo de Medios y Dispositivos entre Internauta Mexicanos” informó que en 2016, gran parte del tiempo dedicado por los usuarios fue para actualizar sus perfiles y contactar a conocidos. La red donde las personas pasan más tiempo fue Facebook (92%) y el servicio de reproducción multimedia YouTube (45%). En tanto la “Primera Encuesta Nacional Sobre Consumo de Medios Digitales y Lectura”, patrocinada por organismos como ANUIES, CIDE y la UNAM reveló que el acceso a dispositivos digitales está relacionado con el poder adquisitivo. Tal acceso también es emocional: el teléfono inalámbrico es el artefacto de mayor apego emocional.
Conclusión
Vivimos en la omnipresencia tecnológica. Cuando los artefactos facultan a los usuarios para conectarse con otros usuarios y otros artefactos, entonces la omnipresencia tecnológica es capaz de sustituir o complementar la vida real. Al ser la conectividad portátil, la comunicación puede ser perpetua. Las barreras comunicativas están condicionadas a distintos factores, como la disponibilidad y la capacidad económica. La tecnología de la comunicación permite a las personas reconfigurar sus actividades cotidianas y destinar parte de su tiempo a vivir en las redes virtuales.
Referencias:
Medina, M. y Sanmartín, J. (1990). Ciencia, tecnología y sociedad. País Vasco: Anthropos.
Monge, P. (1995). Global network organizations. En R. Cesaria y P. Shockley-Zalabak (Eds.). Organization means communication (pp.135-151). Roma: SIPI.
O´Hara-Devereaux, M. y Johansen, R. (1994). Globalwork: bridging distance, culture and time. San Francisco: Jossey-Bass Publishers.
Winner, L. (2008). La ballena y el reactor. Barcelona. Gedisa.
Woolgar, S. (2005). ¿Sociedad virtual? Barcelona: Editorial UOC.