El desarrollo de la vida digital ha traído consigo retos culturales, sociales y políticos nuevos que han trastocado reglas y costumbres. La evolución de la privacidad y la protección de datos personales son parte de estos cambios.
El derecho a la privacidad no ha existido siempre, más bien es relativamente reciente, pues apenas en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) afirmaba, en su artículo 12, que: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”.
Sin embargo la presencia masiva de personas en redes sociales como Facebook —mil 11 millones hasta marzo de 2013— no solo está redefiniendo en los hechos la interacción social —aunque sea de manera virtual— sino que está cambiando paulatinamente el concepto de privacidad.
Definiciones y redefiniciones
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “privacidad como el “Ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión”. Sin embargo, el concepto de lo privado que suele definirse en oposición a lo público, debe ser analizado a la luz de las interacciones que ocurren a cada minuto en redes sociales y en la web, en general, en principio por la despreocupación con la que muchísimas personas ventilan asuntos personales allí, que de ninguna forma son privados —a pesar de que las empresas que los administran utilicen ese término— y que solían discutirse en espacios reservados.
Tanto lo privado como lo público son conceptos cambiantes y vinculados a un contexto histórico. Por ejemplo, en el siglo XIX y principios del XX, la vida privada era un privilegio de las clases acomodadas, en tanto que para las familias de obreros y artesanos que vivían hacinadas en espacios muy pequeños, la privacidad era un lujo, tal y como se describe en la enciclopédica Historia de la vida privada, Taurus, 1990. Sin embargo las transformaciones económicas, sociales, las mejores condiciones de vida en los países desarrollados, los avances de la democracia, pero sobre todo los Derechos Humanos, la convirtieron en un derecho reconocido en las constituciones y en el derecho que rige a la mayor parte de los países.
El surgimiento de regímenes autoritarios —la Alemania nazi, la URSS, la dictadura de Francisco Franco, entre otros muchos— y el temor de los ciudadanos al poder del Estado generó una desconfianza cuya expresión paradigmática es 1984, la novela de Orwell editada curiosamente en 1948, el mismo año de la promulgación de la DUDH, en la cual el autor creó la figura del Gran Hermano (Big Brother), un ente capaz de vigilar a todos los ciudadanos en cualquier lugar, así como la de la policía del Pensamiento.
Hoy en día el olvido de los regímenes autoritarios, así como la euforia por unirse a las redes sociales, produjeron una sensación de confianza hacia la vida digital entre la población más joven, la cual no es compartida por quienes padecieron una dictadura, como el escritor español Javier Marías quien en un artículo en El País dice que “en los últimos años todo el mundo lleva una cámara en su móvil y es por tanto un paparazzo en potencia, y que buena parte de la humanidad sufre una irrefrenable vocación delatora y un frívolo deseo de perjudicar al prójimo, sobre todo al que se cree ‘envidiable’ por cualquier razón, nos encontramos con que nadie está a salvo nunca, ni siquiera las personas que no son públicas ni célebres”.
El entusiasmo por la vida digital ha eliminado cualquier recelo a la entrega voluntaria de información personal a empresas privadas como Facebook y Google, por citar algunas, y que de alguna manera no solo han reemplazado a instituciones como el Estado o la Iglesia como reguladores de la vida privada y pública —virtualmente hablando—, sino que se han arrogado facultades para censurar qué pueden publicar o ver sus usuarios. Un ejemplo muy reciente es la censura a la página de la organización feminista FEMEN en Facebook.
Por otro lado, la masificación de la vida digital (incluida la presencia en redes sociales) y el desarrollo tecnológico, han hecho más fácil la administración masiva de la información de las personas. Aunque lo que hoy llamamos “datos personales” siempre ha existido; anteriormente se distribuían en “conjuntos” dispersos en diferentes instituciones: seguridad social; información policiaca, registros civiles (nacimientos, casamientos, etc), historia fiscal, financiera, laboral, vida política, vida amorosa; en cambio, hoy en día el software para administrar bases de datos, por un lado, y la publicación voluntaria de nuestra vida en la web, por otro, han hecho posible, para un investigador medianamente aplicado, colectar información reveladora de cualquiera de nosotros.
Por cierto, un ejemplo de lo que Google concibe como privacía es una declaración de Eric Schmidt, el actual presidente ejecutivo de esa empresa, quien en una ocasión comentó que “sólo los que tienen algo que ocultar, se preocupan de la privacidad en internet”. Curiosamente el temor a los atentados en EU, han causado que, de acuerdo con una encuesta del Pew Institute, 56% de la población estime “aceptable” recoger registros telefónicos “para investigar sobre el terrorismo”.
Así que bien cabe volver a preguntarnos ¿qué es lo privado y lo público (al menos en la web)?; ¿debemos renunciar a nuestra vida digital por salvaguardar la antigua privacía?
Ante la realidad marcada por el número de usuarios que tienen una vida digital quizá, como señalan algunos juristas, proteger la privacía no sea obstruir el procesamiento de información digital, necesaria para cualquier Estado contemporáneo, sino asegurarse de que puede hacerse un uso democrático de la misma al darle instrumentos al ciudadano que le permitan “administrar” su presencia en ese ámbito virtual, para así proteger su derecho a la intimidad.