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Cuando era niño mi padre, pensando en quién sabe qué, nos inscribió a mi hermana Diana y a mí en un grupo de boy scouts cerca de la calle en la que vivíamos. El rito fue temible ya que el uniforme de aquellos tiempos era propio de alguien que ha perdido el sentido de la moda con una cachucha de rayitas que solo le he visto a umpires de béisbol de 1920. En ésas estábamos cuando a alguien se le ocurrió que sería una gran idea irnos de campamento al lago de Guadalupe, lo planearon todo; las tiendas, mecates, lámparas y unos cuchillos cebolleros cuya finalidad siempre me pareció misteriosa. Lo único que se les olvidó anticipar fue la tormenta tropical que se cernió sobre nosotros en el preciso momento de montar el campamento y que duró exactamente cuarenta y ocho horas, propiciando el par de días más miserables de mi vida y hongos en los pies que para ser erradicados hicieron la fortuna de un dermatólogo.

En la época de lluvias la ciudad se desgobierna y todo acaba por irse al carajo. Lo primero que me sorprende y me parece idiota es que las autoridades cuando cae una tromba la llamen “atípica” porque idiota es que si algo ocurre durante los últimos quince años se le llame de esa forma. Un segundo elemento eufemístico es el del poderoso término “encharcamiento”. Charco para mí es un poco de agua que se estanca y que uno normalmente atraviesa dando brinquitos. Los encharcamientos a los que se refieren las autoridades son una especie de lagos que se pueden atravesar con facilidad si uno cuenta con una lancha Zodiac.

Nuestro comportamiento ante las lluvias es, como debe serlo, de temporal. Apenas cae la primera gota y sale una turba de señores quién sabe de dónde, portando paraguas y unas mangas de plástico que le dan a uno el aspecto de mantel de fonda de barrio. La gente, cuando empieza el agua, por algún misterio extiende la mano con la palma hacia arriba para determinar si efectivamente está lloviendo, tal vez piensen que las gotas solo se concentrarán en esa zona y no en el resto del cuerpo. Los ágiles pegan la carrera, los estoicos aguanta vara y todos nos encorvamos como el Pípila para que sea nuestra espalda la que capotee el temporal.

Otro tema asociado es el de los servicios urbanos. Empieza a llover y voy de inmediato por una docena de veladoras, salvo mis archivos y espero pacientemente a que se vaya la luz, lo que me ha producido ceguera temprana. Recientemente cayó un aguacero en la zona en la que vivo, aquello parecía el diluvio universal y yo debía salir de mi casa, así que me armé de valor y abrí la puerta de la calle ignorando que donde antes había pavimento se había formado un caudaloso río que me dejó los pies igual que en mis años mozos.

Esta ciudad es una paradoja cuántica, durante el estiaje muchos ciudadanos padecen la sequía y a veces tienen que pasar días sin agua (el día que escriba “líquido vital” mándenme mentar la madre) con el problemón que ello significa. Cuando llegan las lluvias esta misma gente es la que sufre la inundación de sus hogares y la pérdida de lo poco que tienen. No soy ingeniero hidráulico pero estoy seguro que estos torrentes que caen podrían aprovecharse de un mejor modo ya que actualmente solo sirven para inundar bajopuentes.

En fin, regresaré a tuíter a otear los horizontes cibernéticos de aquellos osados tuiteros que de vez en vez anuncian: “está lloviendo”, lo que me parece fascinante.

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