Ariel Ruiz Mondragón / Roger Bartra
La transformación política de México en la última década ha sufrido altibajos, vaivenes, avances y retrocesos que la han hecho un fenómeno político complejo y hasta contradictorio que lo mismo ha llevado a la confusión que al desencanto con la democracia.
Recientemente Roger Bartra –quien ha sido uno de los más acuciosos observadores de la política mexicana de las últimas décadas, testigo y crítico de la transición democrática– publicó La democracia fragmentada (Debolsillo, 2018): diversos textos reunidos en un libro “dedicado principalmente a explorar el fracturado paisaje político mundial y, especialmente, el del México de hoy”, en palabras del autor.
Sobre la política mexicana, etcétera conversó con Bartra (Ciudad de México, 1942), quien es doctor en sociología por la Universidad de la Sorbona. Autor de más de 25 libros, es investigador emérito de la UNAM y del Sistema Nacional de Investigadores, y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre los premios que ha recibido destacan el Universidad Nacional y el Nacional de Ciencias y Artes.
¿Por qué publicar este libro, integrado por fragmentos (como usted les llama), textos muy diversos?
Mi trabajo como antropólogo y sociólogo me lleva a expresar los resultados de mis investigaciones de diversas formas: como ensayos académicos, como artículos en diarios, como notas en mi blog, como conferencias y presentaciones de libros. Pero todo ello es el resultado de una reflexión unitaria que intenta desarrollar una interpretación del México y del mundo actual. He decidido juntar en un solo libro estas diferentes expresiones como fragmentos de mi visión del mundo fragmentado que nos rodea.
En un texto de 2016 dedicado a Norbert Lechner, usted escribió: “La discusión política sobre la transición a la democracia es muy pobre en México. Al parecer el fin del sistema autoritario no ha sido un estímulo suficiente para auspiciar el debate”. ¿A qué se debe ese déficit? ¿Qué consecuencias ha tenido?
En la política mexicana, paulatinamente se ha ido sustituyendo la confrontación de las ideas por la contraposición de los sentimientos. Esto es en parte una consecuencia del final de la Guerra Fría y del derrumbe del mundo socialista. La carga ideológica de las posiciones de derecha y de izquierda ha disminuido y ha sido sustituida por emociones. Es también la consecuencia de la necesidad de los partidos políticos de atraer votos de una ciudadanía aún poco acostumbrada al debate ideológico, debido a su inmersión en décadas de autoritarismo, sin opciones electorales. Los intelectuales, principales responsables del debate de ideas, nos encontramos confundidos y no acabamos de entender las coordenadas que definen el siglo XXI ni los parámetros que rigen el funcionamiento de la democracia, aún inmadura, en la que hemos desembocado en México.
En un libro anterior, La sombra del futuro, señalaba posiciones muy encontradas ante la democracia: para unos todavía no llega, para otros se alcanzó en 2000, mientras que para algunos “nunca dejó de estar presente gracias a los gobiernos ‘revolucionarios’”. ¿Cómo ha afectado esto la acción de los actores políticos?
Ha contribuido a su fragmentación y a que vivan en mundos y épocas diferentes. Unos viven en futuros inventados y poco definidos; otros, en diversos pasados; algunos, encerrados en el rincón mexicano de la política e ignorantes del mundo, mientras que otros están perdidos en otros universos. Los políticos viven simultáneamente en mundos diferentes.
En 2011 recordó al periodista español Joaquim Ibarz, quien por los años ochenta le inquirió sobre los misterios del sistema político mexicano, y le preguntó: “¿Por qué en México no se inicia una transición democrática?”. ¿Qué le respondería hoy, a grandes rasgos, acerca de aquella situación predemocrática?
La democracia en México llegó tan tarde, a finales del siglo XX, debido al enorme peso social y político de la revolución de 1910 y de su “institucionalización”. Ello cristalizó en la consolidación de un sistema político despótico dominado por un régimen de partido único, el del gobierno, que excluyó todas las alternativas políticas ajenas al partido “revolucionario”.
Para superar la que usted llama “fractura política mexicana” encuentra como formidable obstáculo el peso de las tradiciones conservadoras en los polos políticos mexicanos: en la derecha, la reacción católica, y en la izquierda el populismo nacionalista. ¿Cómo han contaminado esas tendencias la democratización del país?
El resultado es la debilidad del liberalismo democrático y del reformismo socialdemócrata. Se trata de tradiciones políticas que se han expresado en México de manera extraña, ya sea como un liberalismo autoritario ligado al PRI o como un reformismo estatólatra centralista, también ligado al partido oficial. Apenas hace pocos años comenzaron a despuntar formas de liberalismo tecnócratico y de socialdemocracia reformista dentro del PRI, el PAN y el PRD.
Sobre la izquierda lanza un dictum muy severo: en ella “ha ocurrido un lento proceso de sustitución de las ideas por los sentimientos. Las ideas han retrocedido ante las pasiones” (me parece que allí hay, incluso, cierta inspiración del romanticismo). ¿Cuáles han sido sus consecuencias?
Como dije, éste es un fenómeno que afecta a todas las corrientes políticas. Pero la izquierda ha sufrido más de este síndrome, pues durante mucho tiempo fue en México la principal generadora de ideas y la que intentaba con más fuerza interpretar al mundo. La izquierda era marginal políticamente hablando, pero ocupó un papel muy importante en la gestación de ideas y provocaba grandes discusiones. Podemos recordar las polémicas que emprendieron intelectuales y escritores de diversas corrientes, casi todas en la izquierda del espectro político, sobre la historia mexicana, la democracia, la identidad nacional, la estructura de clases, la anatomía de la cultura, los llamados “grandes” problemas nacionales, el socialismo, las revoluciones rusa, china o cubana, y muchos temas más. Pensadores y escritores estaban inmersos en debates y reflexiones, desde Octavio Paz, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis hasta Luis Villoro, Carlos Pereyra y Arnaldo Córdova, por sólo citar a unos pocos de los muchos intelectuales de izquierda que se enfrascaron en discusiones.
El abandono de las ideas y la exaltación de las emociones sin duda responden a una actitud romántica. A fin de cuentas, el romanticismo, entre otras muchas cosas, fue una reacción contra la racionalidad capitalista y la modernidad.
Una de las razones de que la transición mexicana a la democracia haya cojeado es que, como usted dice, el liberalismo no está enraizado en la derecha (y creo que tampoco en vastas franjas de la izquierda). Además, usted observa que “en la tradición liberal hay largas sombras de autoritarismo”, como muestra la historia latinoamericana, “donde el liberalismo arraiga desprovisto de componentes democráticos”. ¿Cuál es la razón de ese déficit?
Las tradiciones liberales mexicanas, que vienen del siglo XIX, fueron engullidas por el nacionalismo revolucionario. Sufrieron una contaminación muy fuerte de las expresiones autoritarias del antiguo régimen despótico. El espacio de un liberalismo democrático avanzado quedó muy restringido.
¿Cuáles son los principales cambios culturales que dieron origen a la transición democrática, y cuáles son los que ésta ha generado? ¿Cuál y cómo es la nueva cultura política democrática que puede desplazar al nacionalismo revolucionario? ¿Dónde está y cómo se expresa?
Los cambios culturales se fueron acumulando muy lentamente a partir de 1968. Uno de los más importantes ha sido la erosión del nacionalismo revolucionario y del canon de la identidad nacional ligado a él. Fue creciendo una verdadera crisis de la identidad mexicana, la que fue acelerada por el levantamiento de los neozapatistas en Chiapas.
La gestación de una nueva cultura cívica es un proceso muy largo y que puede ser frenado por las circunstancias políticas. La nueva cultura gira en torno de la confianza en las elecciones y en los partidos, en la pluralidad de los medios de comunicación, en la valoración general de la democracia, en la eliminación de los mecanismos políticos autoritarios que quedan en muchas regiones del país. Hay ciertos avances en todo esto, pero falta mucho camino por recorrer.
Usted postula que el desarrollo industrial y la producción de riqueza “tienen a la cultura democrática moderna como su motor principal”. ¿Qué ha ocurrido en México al respecto? Usted comenta, por ejemplo, que vivimos en una democracia sin demócratas.
Una cultura democrática implica también una educación al más alto nivel de la fuerza de trabajo y una disciplina laboral que asegure que las empresas, grandes y pequeñas, funcionen con eficiencia. Una mano de obra más calificada significa más altos ingresos para grandes sectores de la población. Para todo ello se requiere de una vida cotidiana no amenazada por la pobreza, de una población que viva en condiciones de seguridad laboral, que goce de seguridad social y cuyo entorno sea pacífico.
Concibe usted al populismo básicamente como una cultura política, que en América Latina tiene una larga trayectoria, pero que cuando menos en las últimas dos décadas ha florecido. Usted la describe como “una cultura popular nacionalista, rijosa, revolucionaria, antimoderna, de raíz supuestamente indígena, despreciativa de las libertades civiles y poco inclinada a la tolerancia”. ¿Por qué con el avance de la democracia también se ha desarrollado esa tendencia?
El populismo puede crecer en entornos democráticos. Pero las democracias modernas sufren de serios problemas, entre los cuales destaca el aumento del número de ciudadanos que no cree en los mecanismos democráticos. La desilusión auspicia el crecimiento de alternativas populistas, como se puede ver en Europa (Hungría, Polonia, Grecia, Italia) y también en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Usted advierte que “la restauración del antiguo régimen es una amenaza permanente que pende sobre las cabezas de los ciudadanos y que genera la sensación de que el régimen democrático se puede romper en cualquier momento”. Destaca que, para gran parte de la población, la democracia no es un valor importante que es necesario defender. ¿Por qué hay sectores que tienen esta idea? ¿Por qué la cultura política democrática no ha logrado permearlos?
Los políticos son poco democráticos, los partidos son excesivamente oportunistas, la corrupción corroe muchas instituciones gubernamentales. Además, se ha extendido la absurda idea de que la democracia política de manera casi automática debe estimular la distribución de riqueza y la eliminación de la desigualdad social. Como ello no ocurre, viene el resentimiento. La vieja cultura autoritaria es muy resistente. Tardó muchos decenios en resquebrajarse para dar paso a una transición. Pero no ha desaparecido.
En otra parte del libro usted comenta que las viejas mediaciones han sido sustituidas por la radio, la televisión y la prensa, así como por las redes sociales. Es muy crítico con el papel de la prensa: ¿cuáles son las responsabilidades de ésta en la degeneración de la política?
En la prensa ha crecido excesivamente la cultura y la dramaturgia del escándalo. Ello estimula el desprecio por la política. En ello, el periodismo en los medios masivos de difusión tiene una gran responsabilidad. Si cunden el amarillismo, el reportaje escandaloso y el culto a la nota roja, la civilidad democrática es corroída.
Señala a una parte de la intelectualidad que ha despreciado la transición democrática y aun la política. ¿Cómo explica este fenómeno?
Un sector muy grande de los políticos y los líderes, con gran irresponsabilidad, ha estimulado el crecimiento de una alternativa populista que desprecia la transición democrática. Los largos años de campaña de Andrés Manuel López Obrador han contribuido a este desprecio, a lo cual se suma el menosprecio del priismo por la transición, pues para ellos la democracia ya existía mucho antes del año 2000.
¿Cómo han dañado a la democratización del país las tendencias antipolíticas e hiperdemocráticas?
No puede haber democracia sin política. Las actitudes antipolíticas son al mismo tiempo muy autoritarias y antidemocráticas.
En el libro también afirma que “México es ya un país de clases medias”. ¿Cuáles han sido los efectos políticos de ello?
Basta contemplar los virajes políticos de los dirigentes. Todos buscan el centro del abanico político para no ahuyentar a los votantes de clase media. Muchos no lo admiten, pero intuyen que ya estamos en un país de clases medias. Tuve una discusión con uno de los asesores de López Obrador que negaba que en México la clase media fuese ya mayoritaria, tanto estadística como culturalmente. Pero el candidato de Morena evidentemente se ha dado cuenta de ello, y por eso ha dado un viraje hacia posiciones más conservadoras. Cree que la clase media es esencialmente reaccionaria y quiere ganar su apoyo.
Usted comenta que la izquierda mexicana se ha vuelto provinciana, que los temas internacionales no parecen interesarle.
Una gran parte de la política mexicana está navegando en un fragmento provinciano, alejado de las cuestiones internacionales. No forma parte del mundo moderno. El populismo es una de sus partes más influyentes, a tal punto de que es posible que gane las elecciones próximas.
Una de las características del mundo actual es la de la mentalidad reaccionaria, la añoranza por los esplendores del pasado, algo similar a lo que Zygmunt Bauman llamó “retrotopía”. ¿Cómo enfrentar esa reacción cultural ante un futuro que no parece serlo?
El futuro se ha derrumbado para una parte de la izquierda con la caída del muro de Berlín y del socialismo. Ha caído porque cuando llegó ese futuro luminoso que imaginó, resultó ser abominablemente dictatorial. Por otro lado, una buena parte de la derecha siempre ha mirado hacia atrás y reacciona con repugnancia ante las innovaciones. Pero el rápido crecimiento de las nuevas tecnologías está provocando que podamos vislumbrar un futuro interesante, aunque inquietante. No creo que el mundo actual esté dominado por una mentalidad reaccionaria. Pero la crisis de la izquierda a escala mundial produce la impresión de que el globo ha caído todo en manos de los reaccionarios. Hay una enorme transformación de los ejes políticos que conocíamos y se están rearticulando de una forma que todavía no es clara.