Como me hizo ver el Jefe de Gobierno, la situación no está para protocolos, así que voy directo al grano, al núcleo que señala el Decreto emitido por Miguel Ángel Mancera y que hoy hemos venido a concretar: esta Comisión se crea, por sobre todas las cosas, para dar res-puestas y soluciones a las familias damnificadas o afectadas por la sacudida trágica del 19 de septiembre.
No hablo de las respuestas urgentes, las más inmediatas, las que ha atendido, sin cansarse, nuestro Comité de Emergencia. Hablo de las soluciones que siguen en el corto, mediano y largo plazo. Ésta es una Comisión creada para ese después de la tragedia y de sus efectos traumáticos.
Nuestra prioridad son los seres humanos, las personas, los ciudadanos que han visto –súbitamente– cómo su vida cambia para siempre después del cataclismo. Nuestro trabajo central es para ellos: a partir del conjunto de tragedias personales, familiares y colectivas, elaborar soluciones duraderas aquí y ahora, y para el largo plazo.
Estoy consciente de que será una tarea dura, humanamente dura, porque vamos a hablar todos los días con aquellos que lo han perdido casi todo. Allá afuera hay un tumultuoso murmullo de dolor, de confusión y desconfianza. Y a ese murmullo de gente vamos con un mensaje claro, el mensaje que quiere elaborar y transmitir el Jefe de Gobierno: que en nuestra ciudad nadie se sienta en el desamparo, que en el cortísimo plazo, cada caso, cada familia, cada colectivo y cada zona damnificada tendrá una respuesta precisa de su gobierno. He dicho precisa, concreta, no precipitada.
La magnitud de la tragedia suscitó de inmediato reacciones colectivas que enorgullecen la vida del México contemporáneo, no sólo de la Ciudad. Durante las horas posteriores a la 1:14 p.m. del día 19, en multitud de barrios y colonias de la ciudad se organizaron grupos de voluntarios decididos a participar en las tareas de ayuda y rescate. A su vez, este gobierno no cayó en el pasmo, y movilizó policías, bomberos, socorristas; por su parte, a nivel federal, fueron soldados, la Marina y otros grupos especializados. Hoy mismo siguen en las calles casi 180 mil discretos funcionarios públicos del gobierno que siguen recogiendo escombros, ayudando a los damnificados y colaborando con la normalización de la vida de todos.
Las empresas privadas pusieron a disposición cuadrillas de albañiles admirables, y maquinaria para casi cualquier cosa. Junto a esta movilización extraordinaria hubo la otra, más extraordinaria aún por su cuantía numérica y la voluntad de ayudar a riesgo de la propia vida, de los espontáneos: los jóvenes, brigadistas y amas de casa, familias enteras que hacían comida, compraban medicinas, donaban ropa, procuraban a los damnificados, alentaban a los trabajadores, celebraban cada rescate como un triunfo de la Ciudad. En el largo fin de semana que vivimos y los días posteriores, la actitud de generosidad persistió y la sociedad cobró formas inusitadas.
Insisto: sobre todo entre los más jóvenes. No es exagerado decir que en esos días hubo millones de personas apelotonadas en la calle, colaborando en distinta medida, participando en la limpia de escombros, trasladando gente a los albergues, reiterando su decisión de ser al mismo tiempo vecinos solidarios y ciudadanos que empiezan a serlo de una manera abrupta y multitudinaria. Jóvenes y adolescentes fueron protagonistas centrales de esta emocionante jornada de solidaridad.
Estar a la altura de esa energía social es una responsabilidad inmensa, pero creo que el gobierno de la Ciudad cuenta con la capacidad institucional para responder, y hacerlo pronto. El desafío es hacerlo con empatía, con respeto, sin duplicidades, de manera coherente y sin deserdicio de recursos.
Por eso, enfáticamente, debo decir que esta Comisión de reconstrucción y transformación viene a sumarse –nunca a sustituir– a los esfuerzos que ahora mismo despliegan nuestros compañeros del gabinete en todas las Secretarías y agencias. No hemos venido a estorbar ni a entorpecer, con burocracia reciclada, las acciones que hoy mismo desarrollan las agencias. No seremos, ni por asomo, un remedo de una unidad arrogante que se siente plenipotenciaria.
Tenemos la obligación, eso sí, de ofrecer información sistemática, cierta y comprobable a lo largo de las siguientes semanas y meses. Ordenar, sistematizar, jerarquizar todas esas acciones y sus datos, para control del Jefe de Gobierno y para ofrecerlos inmediatamente al público. Ésa es la petición central que desde ahora solicitamos a nuestros compañeros.
Todo lo cual me lleva a la pregunta cardinal, que algunos astutos compañeros de la prensa me hacían: ¿qué es, exactamente para qué está la Comisión de Reconstrucción?
Podemos resumir su misión en cinco bloques:
Primero: elaborar el Programa de Reconstrucción y Transformación de la Ciudad en tres tiempos: en lo inmediato, en el mediano y en el largo plazo. Esta es una tarea de elaboración técnica y científica, pero también fruto de la escucha y la conversación con los ciudadanos, los damnificados y afectados por supuesto, pero también con todos los demás.
Quiero ser muy claro: no tenemos “el” plan, lo vamos a elaborar apoyados en la ciencia y en la técnica, pero también bajo consulta, escuchando a cada ciudadano que quiera decirnos su propia versión y su propia verdad. El plan de reconstrucción surgirá de esa escucha y de esa nueva sensibilidad que ha emergido de entre los escombros y de las acciones de rescate.
Segundo: La Comisión tiene la delicada misión de dirigir y transparentar cada peso que llegue bajo la forma de ayuda a los damnificados, los daños estructurales y las necesidades de modernización de la infraestructura pública de la Ciudad.
La ayuda recibida por la amplia colaboración de otros países y de la sociedad mexicana, que será más intensa conforme la magnitud de los daños se contabilice con exactitud ante los ojos de los observadores nacionales e internacionales. El uso, destino y rendimiento de los fondos de esa ayuda deben ser transparentes y estar vinculados orgánicamente al plan de reconstrucción, bajo la supervisión permanente de los órganos representativos, la sociedad civil, la prensa, los centros de enseñanza superior, los colegios de profesionistas y las asociaciones de vecinos y usuarios inmediatos.
La idea del Fondo Único –auditable, claro, transparente en su aportación como en su destino– es una de las alternativas más importantes para generar confianza y por tanto, para multiplicar las aportaciones de privados, públicos, nacionales e internacionales. Como pocas medidas, el Fondo Único conviene y potencia la reconstrucción y los proyectos a largo plazo.
Otro punto crucial ha sido señalado hasta el cansancio por el Jefe de Gobierno: la necesidad de liberar re-cursos públicos federales para destinarlos a la reconstrucción, de Chiapas, Oaxaca, Morelos y la Ciudad de México. No hace falta insistir en la difícil situación económica que atraviesa el país, pero esa realidad no obliga al determinismo ni a la fatalidad de la “austeridad” mal entendida y con los apellidos que sean. Se impone revisar las condiciones del manejo de deuda, hoy incompatibles con la salud de la sociedad entera. Digámoslo de este modo: la llamada “austeridad” o “disciplina” no puede ser el pretexto para no emprender, desde ya, un masivo programa hidráulico y de recuperación de los mantos acuíferos en la Ciudad. Es ya una cuestión de vida o muerte: dejar de gastar en esas obras será más costoso y riesgoso para millones de seres humanos, que mancillar el principio religioso del superávit primario, esa supuesta disciplina “pase lo que pase”, incluyendo el terremoto más intenso en 32 años.
Cuarto: administrar y actualizar la Plataforma CDMX, ese sitio en Internet único, representativo del conjunto del gobierno, que brindará la mayor y mejor información a los ciudadanos sobre los riesgos y las vulnerabilidades de la Ciudad en la que viven. Dicho de modo ambicioso: sembrar, cultivar y cosechar un futuro y moderno Sistema de Vulnerabilidades y Riesgos de la Ciudad, que tenga la solidez científica, el dinamismo y la actualización, la transparencia y la debida interacción con la ciudadanía.
Quinto: a la Comisión le corresponde un amplio trabajo de producción jurídica bajo la forma de propuestas de decretos, lineamientos, acuerdos, etcétera, para atender cada zona y cada problemática que detonó el sismo. Además, una serie de actos jurídicos y administrativos para responder a los grupos vulnerables. Es decir: un camino legal practicable para transitar una situación de absoluta excepción.
Y seis: por sobre todas las cosas, estar cerca de la ciudadanía, de los damnificados, de los afectados y de los interesados en influir en las decisiones de la ciudad futura. Crear empatía, producir confianza, canales adecuados y particularmente, dar un espacio legítimo a toda esa movilización espontanea que reclama su lugar y su voz en la reconstrucción.
Tendremos un Consejo Consultivo de 27 dependencias a las que vamos a convocar para definir y evaluar los asuntos absolutamente centrales.
Tendremos la figura de los subcomisionados honoríficos, varios de ellos aquí presentes, que han aceptado colaborar con nosotros para diseñar las respuestas desde los campos cruciales de la ingeniería, la economía y su reactivación, la transparencia, los derechos humanos, la comunicación y la participación ciudadana, y la sustentabilidad a largo plazo, para empezar.
Tendremos toda la experiencia del Comité de Emergencia y trataremos de estar a la altura de lo que ellos hicieron.
Tendremos un Comité Científico, conformado por nuestras mejores universidades, centros de investigación y académicos, para dar dos pasos atrás y mirar el mediano y largo plazo. Hay nuevo conocimiento científico sobre la Ciudad que debe alimentar a una nueva normatividad constructiva y los nuevos planes urbanos. El Comité Científico, creado a propuesta del Jefe de Gobierno y del Presidente del CES, Eduardo Vega, viene a romper la inercia y proponer los nuevos patrones de desarrollo que –bajo la certeza sísmica– deberá adoptar la ciudad, insisto, con rapidez pero sin precipitación.
Y tenemos, sobre todo, a una ciudadanía alerta con ganas de cambiar las cosas, de sacarnos de la inercia, dispuesta a ayudar con la edificación real y cultural del Ciudad de México en el siglo XXI.
Una última palabra sobre el concepto mismo de la reconstrucción. La palabra no puede llevarnos a aceptar la posibilidad de un regreso al punto de partida: restablecer lo que había, sobre bases similares. Se trata, pensamos, justamente de lo contrario. Es necesario replantearse el sentido mismo de la ciudad y su carácter, y no sólo de la parte destruida sino también, con la misma intensidad política y urbanística, de la ciudad que no sufrió daños pero que puede ser el escenario de una catástrofe por venir.
Se trata de continuar, por medios racionales y transparentes, pensar una nueva Ciudad de México impuesta dramáticamente por el sismo de septiembre. Sabemos de las intensas dificultades de replantearse en adelante la vida de la ciudad y del país, con criterios estrictos de justicia social y democratización ciudadana, pero sabemos también que el otro modelo ha llegado a su límite y nada es posible esperar de él, salvo nuevos colapsos y mayor descomposición. Para afrontar esta tarea, tenemos una de nuestras guías fundamentales: la nueva Constitución de la Ciudad de México.
Puedo decirlo así: las instancias que he enumerado aquí, desde el Comité de Emergencia hasta el Comité Científico elaborarán los primeros insumos para entregarlos al Instituto de Planeación que muy pronto nacerá al amparo de la Constitución.
Es la hora señalada para abrirse a la nueva sensibilidad, a las evidencias acumuladas por todas partes de la ciudad y empezar a poner los cimientos de otra vida urbana. Al esbozar estas primeras reflexiones insistimos en el punto de partida: el terremoto, cuyas consecuencias seguiremos viviendo dolorosamente en los días y años próximos, nos reveló la potencialidad y la fuerza de una ciudadanía, cuyo primer acto de existencia fue el ejercicio de sus deberes de solidaridad.
Finalmente: en un país con la estructura de desigualdades que arrastra México no puede permitirse desmantelar la instancia cuyas escuelas públicas, por ejemplo, dan servicio a 89% de la matrícula educativa. Al falso dilema de elegir entre la sociedad civil y el Estado, y a la propuesta simplificadora de que debe haber menos Estado para que pueda haber más sociedad, es necesario oponer, para los años por venir, una fórmula alternativa: necesitamos más Estado y más sociedad. Más Estado eficiente, descongestionado y dirigente con eficacia, capaz de garantizar la democracia y la fortaleza política interna, así como el cumplimiento de las tareas productivas y distributivas básicas de la Ciudad.
¿Qué es lo que he visto estos días en las distintas zonas devastadas, en los alrededores de los edificios desplomados, en los centros de acopio, lo mismo en la Del Valle, en Lindavista o en Xochimilco? Pues que en medio de la tragedia no hay tal enfrentamiento, sino una cooperación y ayuda mutua. He visto a los bomberos, al ejército, a la marina encabezar las tareas más duras al lado de cientos de mujeres solidarias poniendo orden en las calles y las zonas aledañas, controlando la entrada y salida de las zonas en problemas. La policía federal junto a miles y miles de ciudadanos desinteresados, actuando juntos.
Los vecinos llegaron primero, claro que sí, entre otras razones porque viven allí, al lado. En medio del nerviosismo y la prisa hubo fricciones, malentendidos (y no pocas mentadas), pero puedo constatar que poco a poco, cada quien ocupó su lugar en medio de una catástrofe desconocida por toda una generación. Hablo de este episodio de la vida nacional y no de una relación idílica, pero veo a las vecinas preparando los alimentos de cientos de rescatistas: lo mismo al soldado que al joven que llegó de Guadalajara o Nuevo León. Los ciudadanos en orden, sacando con velocidad los escombros en largas hileras. Los albañiles, especialistas en cincelar y crear boquetes. Los bomberos y los marinos en la cúspide de las ruinas pidiendo ayuda de los ciudadanos y de las empresas que pusieron sus máquinas y sus expertos al servicio del rescate y remoción de escombros.
Al menos en este episodio, aquí no existe el famoso antagonismo entre sociedad civil y Estado: al contrario, existe colaboración, respeto, y al cabo, puedo decir, admiración mutua. Unos por su entrenamiento, su valor y su experiencia; otros por su voluntad de ayudar y su solidaridad a toda prueba. Más sociedad plural y diversificada, capaz de ejercer sus derechos políticos frente y dentro del Estado; más sociedad, ni oligopólica ni usurpada en su representación por nuevas fórmulas corporativas; más sociedad abierta, igualitaria, solidaria, capaz de afirmar su iniciativa y su organización autónoma, como lo hizo precisamente durante estos días trágicos, entre cuyos escombros estamos obligados a descifrar nuestro futuro.
Tales son los principios con los que nace y se anima esta Comisión para la Reconstrucción y para el futuro de nuestra zarandeada Ciudad de México.
Discurso en la toma de protesta del Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, al Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad de México, (26 de octubre de 2017).