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jueves 07 noviembre 2024

Red de rumores, del lenguaje oral al lenguaje virtual

por Sergio Octavio Contreras

El rumor, cotilleo, chisme o habladuría es una actividad humana que consiste en difundir a través de formas simbólicas sobre alguien o algo –que por lo general no está presente durante el acto comunicativo– información que es desconocida para terceros. Esta práctica por lo general es desfavorable para el referente y tiende a desencadenar futuros problemas.

Durante gran parte de la historia el cotilleo se practicó en forma oral. Fue hasta la invención del alfabeto cuando los chismes se trasladaron al lenguaje escrito. Es común que las murmuraciones lleven implícitas insinuaciones sobre personas o situaciones vinculadas con la violación de códigos, normas o leyes establecidas. Para ser efectivas, tales insinuaciones deben ubicarse entre la realidad y la ficción. Puede que sean una mentira o bien que confirmen la sospecha.

Con la era de Internet la cultura del rumor se amplificó. Las murmuraciones que circulan en espacios electrónicos se expanden a la velocidad de la luz. La red es un fecundo terreno para cultivar los chismes.

En los últimos años las nuevas prácticas de los navegantes del ciberespacio han convertido la red en una espiral de información no verificada. Debemos aclarar que la murmuración a la cual se hace referencia en este texto no es la misma que aquella que sostiene las noticias falsas o fake news. La diferencia radica en la estructura sobre la cual está construido el contenido. Tanto el rumor como la noticia falsa provienen, por lo general, del anonimato, se refieren a alguien y para su distribución se pueden utilizar los mismos canales. Sin embargo, las fake news son formas comunicativas propias de la era de Internet que están confeccionadas como una noticia: tienen encabezado (por lo general llamativo), párrafo introductorio y desarrollo. La información de las fake news está disfrazada como si fuera periodismo (Leonhardt y Thompson, 2017). Este tipo de noticias se difunden desde sitios que dan la apariencia de ser medios de comunicación: portales web, perfiles en redes sociodigitales, blogs, etcétera. El rumor no tiene esta estructura, su organización está separada de las formas periodísticas. Las fake news pueden dar lugar a rumores, o bien éstos pueden convertirse en fuente de noticias falsas.

Si bien las habladurías son más comunes en campos donde sus referentes gozan de cierta popularidad, como la política y los espectáculos, este fenómeno social está presente en todos los espacios donde sea posible la comunicación. Por ejemplo, desde 2016 se difunden en Internet rumores sobre una película que nunca fue filmada: “Los Thundercats”. En el sismo del 19 de septiembre de 2017 en Ciudad de México, a través de Facebook se murmuró sobre más movimientos telúricos y la posible erupción del volcán Popocatépetl. Durante 2018 el mundo de la farándula dio a conocer la supuesta separación entre la conductora Andrea Legarreta y el cantante Erik Rubín, así como la existencia de un hijo de la actriz de telenovelas Adela Noriega y el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari. En Instagram se difundió el rumor de un concurso de la empresa Adidas para reclutar “embajadores” de la marca, quienes recibirían paquetes mensuales de ropa y accesorios. Durante agosto de 2018, en Baja California, Veracruz, Oaxaca, estado de México, Zacatecas, Coahuila y Chihuahua se difundieron rumores en redes sociodigitales sobre la presencia de bandas dedicadas al robo de infantes.

Institucionalización

De acuerdo con Kapferer (1989), los chismes pueden originarse como mecanismos de frustración social y como una necesidad de alguien de hacer visible algo que había permanecido oculto hasta que tuvo conocimiento de su existencia. Para este autor, los rumores pueden inscribirse en los individuos dentro de sus marcos de fantasías y ser sazonados por otras historias transmitidas mediante el rumor, como los mitos, las leyendas, las historias urbanas, etcétera. Si bien los rumores se ubican en un estado donde no se tiene la certeza de lo que se afirma, tampoco se puede tener la certeza de su refutación. Es decir, no siempre los rumores son falsos a pesar de su connotación negativa (Vélaz, 1993). Según Nicholson (2001), las murmuraciones son parte instintiva del ser humano y tienen su origen en la Edad de Piedra. El cotilleo permitió a las anteriores generaciones sobrevivir y organizar el mundo que les rodeaba. Desde esta perspectiva los chismes son más que una simple transmisión de información: completan mapas donde faltan espacios. Otros autores consideran que los chismes dan orden a los sistemas sociales y fomentan el respeto a las reglas (Wert y Salovey, 2004).

Tal vez por esto el rumor se nutre del miedo a ser visto. Las habladurías más poderosas son aquellas que desnudan la violación de las normas. Esta visibilidad mediante la comunicación de rumores se ha convertido en nuestra sociedad en la hipertransparencia desde la sospecha. Es por esto que el escándalo es uno los rasgos que caracterizan a la sociedad de la comunicación. Antes de que la habladuría se convierta en una gran bola de nieve es necesario detenerla.

En junio de 2018 el exjugador y director técnico argentino Diego Armando Maradona ofreció una recompensa de 10 mil 700 dólares a quien proporcionara información sobre las personas que difundieron el rumor de su muerte. A finales de agosto de 2018, el gobierno chino anunció la puesta en marcha de más de 40 plataformas electrónicas que serán administradas por dependencias centrales con la finalidad de desmentir en internet los chismes que dañen al Estado.

Durante el último siglo los medios de comunicación tradicionales parecen haber institucionalizado el chisme. La cultura mediática alojó el rumor como forma de difusión de “acontecimientos” o “información”. Entre 1895 y 1898 el diario New York World, de Joseph Pulitzer, y el New York Journal, del magnate William Randolph Hearst, protagonizaron una lucha mediática para ganar lectores. En esta guerra de medios lo que menos importó fueron los hechos. Ambos periódicos se dedicaron a amplificar sucesos y escandalizar asuntos que en realidad no eran tan importantes; incluso inventaron noticias de hechos que nunca ocurrieron. Este fue el nacimiento del término “prensa amarilla” y del rumor como motor de “noticias”.

Hoy los medios tradicionales continúan realizando esa práctica como si fuera periodismo simplemente porque se institucionalizó a finales del siglo XIX. La difusión en los medios de “trascendidos”, “filtraciones”, “cotilleo de pasillo”, “se dice en las redes sociales”, “denuncias ciudadanas”, etcétera, no es información que provenga de un ejercicio profesional, sino de la habladuría. Mediante los géneros opinativos se colocó al chisme en el pedestal del periodismo: si aparece determinada información en la columna de un diario tiene mayor credibilidad que si el mismo rumor es difundido por un bloguero adolescente que no es periodista. Los medios han contribuido a la estabilidad del rumor para contar aquello que está oculto, aun cuando sus audiencias o consumidores desconocen si lo que están presenciando, escuchando o leyendo es algo cercano a la realidad o simplemente proviene de la fantasía de sus creadores.

Con la expansión de las redes de internet el fenómeno del chisme adquirió mayores dimensiones. Los chismes, como materia prima de la prensa amarilla como del periodismo de sociales o de espectáculos, ya no son privilegio de los medios tradicionales. En bastantes espacios de la vida colectiva los medios han dejado de ser los principales referentes informativos. Ahora los usuarios de las redes son capaces de elegir sus rumores. Es este espacio comunicativo donde gran parte de la sociedad de la comunicación se informa, donde el imaginario colectivo adquiere datos, conceptos y adjetivos para nombrar al mundo que le rodea. En internet los rumores transitan con mayor libertad por la red dado que es un lugar donde la habladuría no permite el diálogo racional, sino la exaltación emocional ante lo desconocido que permanecía en las penumbras. Estamos a la espera de que se levante el telón para ver el fondo, pues la realidad que está frente a nuestras narices no es lo que creemos que es. En la era de la información la creencia en rumores por encima de la realidad parece imponerse a la percepción que tienen amplias franjas de seres humanos sobre la realidad.

Como apunta Kapferer, si bien la cultura del rumor puede tener diversos orígenes, también puede derivar en múltiples resultados. Socialmente, el chismoso es visto como una persona perjudicial, dado que sus actos pueden generar consecuencias nocivas para terceros. En algunas creencias religiosas, como en la tradición judeo-cristiana, el chismoso no sólo es un informante de la vida de los otros sino también un responsable de los actos que podrían desencadenarse. Bajo esta perspectiva, quien distribuye rumores tiene una intencionalidad: dividir amistades, afectar una relación amorosa, minar la credibilidad de alguien, dañar la imagen de una institución, liquidar la fama de una persona, etcétera. En otras palabras: lanzar intencionalmente una piedra de dudosa procedencia y esconder la mano. Un ejemplo de los efectos del cotilleo lo demostró un célebre estudio publicado en 2007 por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) con el nombre de “Gossip as an Alternative for Direct Observation in Games of Indirect Reciprocity”. El experimento, encabezado por los investigadores Sommerfeld, Krambeck, Semmann y Milinski, consistió en la formación de 14 grupos de nueve estudiantes cada uno, a quienes se les entregó un sobre con dinero para repartir entre los participantes. En parejas se organizaron videojuegos mientras los jugadores recibían comentarios positivos o negativos de sus adversarios. Los individuos cooperativos recibieron chismes más positivos que aquellos que no cooperaron. Quienes recibieron comentarios positivos fueron al final recompensados con dinero. Según los científicos, el chisme funciona como un vector para la transmisión de información social, puede tener gran influencia en el comportamiento de las personas hacia otras personas y son una poderosa fuente de manipulación.

Irrealidad y decadencia

Como se expuso anteriormente, la nueva tecnología amplifica la información, como una caja de resonancia que posibilita la circulación de mensajes y la producción y reinterpretación de los mismos por los usuarios. El 17 de enero de 1998 el portal electrónico Drudge Report reveló un chisme que posteriormente se convirtió en realidad: el presidente norteamericano Bill Clinton, de 49 años de edad, mantenía una relación extramarital con una becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinski, de 22 años de edad. Desde los albores de Internet colectivos de hackers denunciaron que los gobiernos empleaban la red para espiar a los ciudadanos. Estas denuncias llegaron a las películas y a los libros, como Cypherpunks, escrito por Julian Assange fundador de WikiLeaks. Desde que en 2013 Edward Snowden, extécnico de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad, reveló los programas empleados por el gobierno norteamericano para espiar a las personas en internet el cotilleo adquirió realidad. El espionaje dejó de ser un chisme. No sólo EU sino una gran cantidad de países emplean en forma clandestina software de espionaje para vigilar la vida en el ciberespacio. En 2010 el cantante Ricky Martin publicó en Twitter “Hoy acepto mi homosexualidad”. Tal declaración no fue más que la confirmación de las murmuraciones que tanto en los medios tradicionales como en las redes sociodigitales las personas hacían sobre su preferencia sexual.

En México, durante 2018 los rumores traspasaron la virtualidad y desencadenaron acciones colectivas. Una serie de linchamientos en contra de presuntos delincuentes fueron potenciados por el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Esto se debe a las estructuras de violencia que se montan sobre la comunicación en red: la agresividad colectiva en Internet nace en la mente y se enmarca en el campo simbólico del lenguaje. Las palabras contienen la potencia de la acción: si son capaces de convencer a los demás sobre su discurso, la colectividad actuará en consecuencia. El 29 de agosto de 2018, en el poblado de Acatlán de Osorio, Puebla, dos hombres de 53 y 21 años de edad fueron golpeados e incinerados por los pobladores. Su ejecución se transmitió en directo por Facebook. Los hechos ocurrieron después de que varios habitantes recibieron en sus teléfonos mensajes donde se alertaba a la población sobre la presencia de robachicos. A raíz de una denuncia anónima, elementos de la policía municipal detuvieron a los sospechosos, que se encontraban en estado de ebriedad a bordo de una camioneta, y los trasladaron a la comandancia. Una turba entró con violencia a los separos y se llevó a los detenidos, acusados de intentar raptar a dos menores de la junta auxiliar San Vicente Boquerón. Después de golpearlos, fueron rociados con combustible e incinerados mientras aún estaban vivos. Según las autoridades, las personas asesinadas no eran delincuentes, sino campesinos.

Un día después, en la comunidad Santa Ana Ahuhuepan, Hidalgo, una muchedumbre detuvo a una pareja acusada de plagiar niños. El hombre y la mujer fueron quemados vivos. El 10 de septiembre, en el pueblo de San Mateo Tlaltenango, Ciudad de México, un hombre fue muerto a golpes por los pobladores al haber sido detenido mientras presuntamente secuestraba a un menor.

Estos hechos tienen elementos en común: rumores, víctimas, victimarios y tecnologías. A través del servicio de mensajería de WhatsApp circuló durante varios días un rumor escrito a nombre de Luis Ramón García La Roca, quien advierte a la sociedad mexicana sobre las bandas dedicadas al robo de niños en estado de México, Ciudad de México, Hidalgo, Puebla, Guerrero y otras entidades. En dicho mensaje “se le informa a todos los estados de la república mexicana, sobre todo a los padres de familia, maestros de estancias infantiles, kinders, primaria y de escuelas de nivel medio superior que, por favor, estemos todos alerta en cuestión de que una plaga de robachicos ha entrado al país”.

Otros mensajes que circularon por WhatsApp y también por Twitter advertían que los niños son plagiados para sustraerles sus órganos y posteriormente venderlos en el mercado negro. Este tipo de chismes se difundieron por Internet y lograron tener efecto en la voluntad de las personas. Las acusaciones contra las víctimas no requerían pruebas: las alertas mediante los teléfonos móviles confirmaron que se trataba de una realidad. No hubo juicio, por lo tanto los linchados no fueron vistos como sospechosos o inocentes. En la irrealidad siempre fueron culpables. A este caos debemos sumar un componente político: la decadencia de la justicia mexicana. Estos vacíos de justicia, unidos a los rumores y a la comunicación en red, se han convertido en ingredientes muy inflamables.

Conclusión

A lo largo de la historia los rumores han terminado en desquicio social. Desde los juicios contra “brujas” en el pueblo de Salem en 1692, hasta la transmisión radiofónica de Orson Wells en 1938 titulada “La guerra de los mundos”. La difusión de información no verificada puede llevar a las colectividades a la neurosis. Aunque los chismes también pueden ser positivos: por ejemplo, para posicionar una marca en el mercado o elevar la popularidad de un cantante. A pesar de que la habladuría es vista negativamente, no siempre miente: es posible que lo que se sospeche, en el futuro se confirme. El gran problema en la actualidad es que el rumor ha sustituido o complementado parte de las percepciones que tenemos sobre la realidad. La creencia en algo que podría ser verdad o no es preferible a creer que no lo es. En otras palabras: es más fácil creer en una mentira que aceptar una verdad. Las creencias y las emociones son el combustible del fanatismo.

El ágora pública, donde las personas se comunican y se informan de lo que ocurre en su contexto inmediato, está anclada a una serie de prácticas derivadas de la opulencia informativa. Los pensamientos pueden estancarse en ideas originadas en rumores, la acción puede tener como fuente la habladuría. La sociedad de la información y de la evidencia también es la sociedad de la subjetividad y la irrealidad.


Referencias

Leonhardt, D. y Thompson, S., “Trump’s lies”, disponible en: https://www.nytimes.com/interactive/2017/06/23/opinion/ trumps-lies.html.
Kapferer, J., Rumores. El medio de difusión más antiguo del mundo, España, Plaza & Janés, 1989.
Nicholson, N., Executive Instinct, New York, Random House, 2001. Vélaz, J., “Los rumores: barreras o medios de comunicación”, en Communication & Society 6 (1 y 2), 1993, pp. 259-267.
Wert, S. R. y Salovey, P., “A Social Comparison Account of Gossip”, en Review of General Psychology, vol. 8, núm. 10, 2004, pp. 122-137.

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