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No sé ustedes, amables radioescuchas, pero a uno le da por pensar que hubo momentos en la historia que habrían sido dignos de escucharse a través de la radio. Sobre todo, cuando en mi caso, la historia de mis primeros acercamientos con el aparato receptor, fue cuando mi abuela gustaba de girar la perilla a placer de ese pequeño artefacto café -nada comparado con la radio consola Silverton que tenía en la sala- en el que disonantes ondas se extendían por el cuadrante hasta dar con Radio Centro.

Y, así, en la amplitud modulada, ella escuchaba con la mirada fija en el silencio de su habitación las letanías de las misas dominicales. A veces, incluso, hacía anotaciones del evangelio; cuidaba que no se le escapara referencia bíblica alguna, y luego pedía que me sentara junto a ella para orar, mientras la ceremonia religiosa terminaba. Otros, en los que me quedaba acostada a su lado, al tiempo que atendía al finísimo sonido de su delgada voz mientras cantaba la “música ligada a su recuerdo” que el 1150 modulaba.

Ella daba cuerda al fonógrafo de su adolescencia, y se imaginaba, otra vez, cómo se vería aquel Agustín Lara sentado al piano en la XEW, en la plena dedicatoria que hacía para alguna de sus mujeres, o de últimas a su María bonita. Y en el estribillo “alumbran mi existencia tus lindos ojos, y borras mi tristeza con tu boca sensual” -que no era de la autoría de Lara- mi abuela se veía a sí misma bailando cadenciosa “Muñequita de squire”, en resonancia con la orquesta de Luis Alcaraz, antes que la radio grabada terminara con esa ilusión. A varios años de distancia, hago de ésas, sus imágenes sonoras, mis recuerdos de los días que no viví.

El cuadrante de la ficción

No es cosa fácil hacer una selección de los episodios en los que su transmisión por la radio hubiera significado el cambio en el rumbo de la historia. Para eso, se requiere aguzar el oído de la memoria, y sumergirse acaso en la ficción que posibilita dar otra versión de los tiempos que no se vivieron. Otros momentos serán, otros. Tal vez ustedes comiencen a hacer el recuento de los suyos, una lista infinita de lo que no sucedió. De esos mitos que habrían tomado una dirección distinta, si alguien hubiera podido transmitirlos; si la radio quizá hubiera existido en el lugar de los hechos, operando como testigo y voz de muchos al mismo tiempo.

Y en estas anotaciones de los momentos no habitados por la radio, se me ocurre escribir fragmentaria y aleatoriamente un corolario de posibilidades.

Arrebatos rítmicos

Antes de que pasaran por esa consola ritmos antillanos, rumbas; danzones y cumbias. En aquellos momentos en los que mi abuela jugaría a ser una bailarina del Tívoli o del Esperanza Iris. El México de los años 20 transmitía sus teatros sinfónicos y clásicos, al compás de los valses y reminiscencias filarmónicas del gobierno porfirista. Una época, en la que gente de gusto “refinado” y “airecito de aristócrata” como el de las duquesitas Job, (a quienes Nájera haría referencia) gustaba de sintonizar la XEH para deleitarse con las veladas de música clásica, que la radio fundada por Tárnava en 1919, transmitiría en consonancia con la “Tocata y Fuga de Bach”.

Si se trataba de interpretaciones musicales en vivo, el programa Desde el corazón de la música se pintaba solo. Transmitido al medio día por la XEH y más tarde por la XEW, esta emisión radiofónica es ahora recordada por muchos románticos nostálgicos, como la época de oro de la radio en nuestro país. Pero en este juego de la imaginación, me permito idearme no en México, por ahora, sino en la capital del imperio Austriaco, en la que permaneció un joven pálido, enfermizo de poco más de 20 años, luego del levantamiento de Noviembre en Varsovia. Sitúese ahí, en 1830, prenda la radio y escuche en vivo a Chopin, deleitando con su piano melancólico e intimista y su Nocturno no. 20 a un auditorio exigente, acostumbrado hasta entonces a escuchar los valses de Strauss. Un Fréderic, dispuesto a unirse al ambiente musical vienés, y a convertirse en el compositor de los arrebatos románticos más influyente de todos los tiempos.

A modo que la música no se quedara en el ambiente palaciego y aristócrata de los recitales de la Corte, ¿no habría querido escuchar algún duelo musical con otros pianistas por radio? No vayamos muy lejos -aunque sí en el tiempo- enciéndalo, es Viena en 1800 dentro del palacio de Lobkowitz, la gente se amotina por escuchar el duelo pianístico de Daniel Steilbelt, compositor de la ópera de Romeo y Julieta, con el joven que amenaza cambiar el rumbo de la historia de la música, Beethoven. Sintonice de nuevo, ahora es 1805 y está a punto de presenciar la ruptura clásica de la composición musical, escuche en vivo desde el palacio, el nacimiento del romanticismo, es la “Tercera sinfonía” de Beethoven.

El megáfono de los descubrimientos

En este abrirse paso con los acontecimientos que cambarían el rumbo de la historia, si la radio los hubiera transmitido (y si la mayoría de la gente hubiera contado con él), imaginemos cuántas sensibilidades teológicas habría herido la difusión de la noticia en aquella Inglaterra de 1836, en la que un hombre realizaría un largo viaje, con el que intentaría demostrar su teoría de la evolución. Y con un libro bajo el brazo titulado Principles of Geology de Charles Lyell, Darwin, se arrojaría a la tierra de fuego en América del sur, a las Islas Galápagos; a Sudáfrica y Australia, en un trayecto que duraría varios años, en el que pondría en duda la teoría de la estabilidad de las especies, y comprobaría, mediante agudas observaciones, las diferencias entre los animales del mismo género.

Ante tal noticia, que anticiparía una serie de tesis progresistas, no se hubieran hecho esperar las reacciones creacionistas de aquellos que aseguraban que Dios, luego de haber concebido la tierra, culminaría su obra con la confección del hombre a su imagen y semejanza Aunada a los múltiples cuestionamientos e inquietudes que causara en hombres como Alfred Russell Wallace, un naturalista quien años más tarde, visitaría las islas Malayo, para hacer sus propias investigaciones. Sin duda, la ciudad entera estaría al tanto del viaje de Charles Darwin. Cada semana sintonizaría la radio para imaginar el día a día en su expedición. Escucharían, por vez primera de arrecifes, de corales; de distintas plantas, de hábitos animales. Atenderían a las anotaciones de un diario que publicaría más tarde, antes que apareciera el libro que cambió el paradigma de la humanidad. Sintonice la radio, es 1859 y está a la venta El origen de las especies. Un aviso que sin duda se habría unido, al fenómeno -como sucedió- en el que los ejemplares se agotaron el mismo día de su aparición. Acalorando las críticas de la comunidad religiosa y científica, de las que la prensa sería testigo.

La radio geoide

Antes de la noticia que desatara la explicación del proceso de la selección natural y de aventurar cómo evolucionarían las especies, podríamos pensar -casi en un ejercicio imprudente de la imaginación- lo que hubiera significado si la radio, en ese entonces, hubiera difundido la noticia de que había un clérigo católico que llevaba 25 años estudiando otra forma de mirar al universo; que, asimismo, preparaba un libro en que sustituiría la idea de que el cosmos era un espacio cerrado, en el que ni el hombre, ni la tierra eran su centro. Y, en cambio, demostraría que el universo era infinito. Una teoría revolucionaria que se convertiría en el punto de partida para futuros hallazgos científicos.

El único problema habría consistido en que por difundirlo se ponía en tela de juicio la verdad religiosa del Medioevo, al transmitir lo que hasta ese entonces eran meras especulaciones. Pues, ¿cómo se habría de explicar que el cielo no era creación divina? Quizá por eso el libro De Revolutionibus de Copérnico no estuvo al alcance de la mayoría, sino hasta 1878. Aun viendo la luz por vez primera en 1543.

Los marcianos llegaron ya…

Dicen que Orson Welles, en 1938, fue el responsable de que en Estados Unidos se cometieran varios suicidios. Luego de que la gente escuchara atónita y presa del pánico que se avecinaba la invasión alienígena en el mundo. Lo que no sabía este “público ingenuo que aún no conocía la televisión”, según Welles, era que se trataba de la lectura adaptada para radio, de la novela La guerra de los mundos, publicada en 1898 por Herbert George Wells. No era verdad, es cierto, luego vendrían las explicaciones y disculpas públicas, “pero todo es posible a condición de ser lo suficientemente insensato”. Vaya lección de Welles.

Hubo otro locutor, a quien le tocó anunciar una invasión al exterior “esta vez, es cosa segura. Un hombre ha volado al cosmos esta mañana. Se llama Yuri Alexeievich Gagarin…”.

Tal vez no aseguraron que habría vida extraterrestre en otros planetas. Pero lo que sí sería una realidad, hasta los años 60, en plena Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la URSS se debatían en la lucha por el espacio, es que la Unión Soviética ganaría la batalla al enviar el primer hombre al universo.

“Lágrimas y susurros” de Einstein

La XEW transmitió durante los años 40 un sinnúmero de radionovelas, muchas adaptaciones de narraciones sentimentales , que guardaban las reminiscencias de las novelas de folletín del siglo XIX. El público femenino era, sobre todo, quien sintonizaba la emisora para escuchar los melodramas, como si se tratara de una historia por entregas periódicas.

La vida de Einstein sin duda hubiera sido una radionovela, luego de que se le adjudicaran más de 4 mil cartas. Pero el capítulo de mayor audiencia pudo haber sido en el que Einstein escribe al presidente Roosevelt, advirtiéndole del peligro que significaría que los nazis elaboraran una bomba atómica. Y quizá ante la respuesta alarmante del público, Einstein pudo haber abandonado el programa nuclear, y pudo evitar que 60 años después, él tuviera que confesar su arrepentimiento, y aclarar también que ante tal programa no podía hacer nada para impedirlo.

En nota amable: cuánto no hubiera dado usted por escuchar en viva voz de Marilyn Monroe la declaración que le hizo a Einstein y terminar de una vez con el “según cuentan” en el que Marilyn se acerca al físico y dice “si usted y yo nos casáramos, y tuviéramos un hijo, ¿se imagina un bebé con mi belleza y con su inteligencia?”, a lo que Einstein respondió: “¿y si fuera al revés?”.

Cuando el Fuhrer prohibió el jazz

Era cierto cuando Hitler aseguró que la radio “era un arma terrible en las manos de quien hiciera uso de ella”. Él la usó y sembró el terror entre la gente. Lo de menos fue quitar el jazz y poner en el oído de todo el país las piezas clásicas alemanas. Muchos escucharon la guerra en avanzada, mientras Hitler utilizaba la radio como un medio de propaganda. Pero también en ese entonces, la radio funcionaba como un medio para establecer el contacto con los países aliados. A través de ella se escuchaban las listas de los soldados que se adherían a las fuerzas militares, y los nombres que dictara la radio soviética de los presos alemanes. Este aparato difundiría, asimismo, el descontento de Inglaterra ante la guerra, y su futura incursión a ésta, luego de su declaración radiofónica en 1940.

El camino de la revolución

A 100 años de la Revolución Mexicana, a uno le gustaría haber escuchado, más que versiones oficiales de la revuelta, las distintas voces que reuniría el proceso de esta lucha, como aquella expresión de Aquiles Serdán en 1910 transmitida por la radio inexistente: “¡Pues que sea! ¡Pues mañana estalla la Revolución!”. Y con esta declaración, iniciar la crónica del día a día del movimiento que inauguraría el México contemporáneo. Ya luego vendría, en 1923, la radiodifusora XEFO del Partido Nacional Revolucionario. Pero haber escuchado los avatares de la Revolución Mexicana, las diversas versiones de la misma, ante el panorama de insatisfacción que se respiraba en el México de Porfirio Díaz, se antoja revelador; al igual que el rumbo que habría tomado la guerra si desde la radio se incitara a sumarse a la primera revolución social del siglo XX.

Transparencias de la radio

Amable radioescucha, haga su repertorio de los instantes más emblemáticos de la radio. ¿Qué momento hubiera preferido escuchar y qué otros borrar de esa música ligada a su recuerdo? Una historia, imantada, quizá de nostalgia personal, en la que permanecerá el sonido como un constructor de la imagen. Nada habrá más verosímil que elaborar a través de los vericuetos de la memoria, las realidades más inasibles transmitidas por el aparato, que es capaz de construir los más íntimos sentidos humanos.

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