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La crisis de Venezuela es un clavo ardiente para América Latina y en particular para una parte significativa de la izquierda latinoamericana. Representa el intento mayor de un proyecto social alternativo post socialista y relativamente anticapitalista, deudor de una larga tradición política que tuvo sus cimientos en el periodo entre guerras del siglo pasado, y que hoy parece a punto del colapso democrático y de su cubanización postrera.
El chavismo no es el único exponente pero sin duda es el más significativo de los experimentos populistas contemporáneos de la región: Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, el Kirchnerismo en Argentina, los Ortega en Nicaragua y AMLO en México, son los compañeros de ruta actuales de un antiguo, recurrente, cíclico y pese a todo resilente proceso de anhelo inicial de justicia y progreso; auge económico y social en una primera etapa; deterioro y colapso posterior; y decepción final ante la caída (a veces catastrófica) del experimento.
Los defensores del proyecto propugnan en mayor o menor grado por férreos controles estatales, mercados autistas y proteccionistas, un nacionalismo defensivo, cierto antinorteamericanismo militante, fuertes dosis de intolerancia y autoritarismo y un preocupante antiintelectualismo.
Sus gobiernos tienden a torcer o cambiar la ley para perpetuarse en el poder, y suelen acabar mal (política y/o económicamente), quedándoles a deber el futuro a sus clientelas históricas: los pobres y desposeídos, sí; pero sólo los organizados en grupos corporativos de presión y cooptación clientelar.
Sin embargo, pasadas unas cuantas generaciones, pese a las derrotas y la decepción, vuelven por sus fueros e intentan cambiar; y tras retomar el poder, naufragan otra vez. ¿Por qué la persistencia? ¿De dónde viene la obcecación?
Desde su surgimiento con los populismos clásicos de Perón en Argentina, Cárdenas en México y Vargas en Brasil, el “experimento” crece; luego, tras grandes ofensivas ‘neoliberales’ (o su equivalente en cada etapa), parece que se apaga definitivamente. Pero pasado un tiempo resurge.
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El populismo, sintetizó alguna vez Héctor Aguilar Camín:
“Es una especialidad de la política latinoamericana porque las modernizaciones inconclusas son una especialidad de América Latina.
“Las modernizaciones inconclusas: procesos de desarrollo trunco o incompleto. Grandes transformaciones de la economía y de la sociedad que terminan dejando fuera más de lo que incluyen. Son grandes cambios que desacomodan todo, pero no incluyen a todos. Queda fuera de sus beneficios una masa heterogénea descolocada de sus antiguos referentes: viejas reglas, viejos negocios, masas urbanas empobrecidas, minorías étnicas marginadas, antiguos oficios, restos de la economía tradicional.
[…] “Esto es lo único verdaderamente común a los populismos latinoamericanos: todos son intentos políticos de dar respuesta a la diversidad de lo excluido, lo insatisfecho, lo marginado, esas consistentes mayorías desprovistas que pueden uniformarse en la palabra ‘pueblo’, un concepto vacío pero de extraordinarias resonancias emotivas, justicieras, originarias. No es casual que dos valores constantes en el discurso populista sean de un lado la estimulación del resentimiento social, del otro la promesa de revancha” (“La Tentación Populista”: http://m. milenio.com/firmas/hector_aguilar_camin_dia-con-dia/ tentacion-populista-Origenes_18_503529683.html).
La Revolución Bolivariana de Chávez se hizo del poder mediante elecciones democráticas, cuando su discurso (sorprendentemente coincidente con muchos actores del presente) cautivó al electorado ante la bancarrota política y moral de los partidos tradicionales, a finales de los 90.
“El Discurso de poder de Chávez pasa por dos etapas claras en su construcción, una 1era Etapa correspondiente temporalmente al período que va de la estructuración del Movimiento Bolivariano 200 a la cohesión como Movimiento Quinta República (1982-1996) y una 2da Etapa, que parte desde principios del año 1996 y que llega hasta la actualidad”, nos explica Juan Eduardo Romero (“El Discurso político de Hugo Chávez”: http:// www.redalyc.org/pdf/122/12210204.pdf).
“En la primera etapa, encontramos un Discurso del Contra-poder, caracterizado por señalar los vicios del sistema político democrático manteniendo la matriz de acción insurreccional […] Chávez creía que las condiciones provistas por los canales de participación del sistema democrático, no brindaban la seguridad de una modificación de las actitudes de los actores políticos y la subsecuente satisfacción de las necesidades sociales del ciudadano común. Esta creencia propició el acercamiento por parte de Chávez con sectores ligados tradicionalmente a los movimientos de izquierda”. (ibid)
En 1996, se transformó el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 en un aparato político que aglutina otros sectores que se sentían insatisfechos con el sistema político venezolano y Chávez “trasmuta su Discurso político [… al] Movimiento Quinta República, en casi todo el territorio nacional, haciendo de este una maquinaria electoral […] altamente efectiva” (ibid).
De la mano con este pacto multisectorial, y amparado en un tremendo auge en el precio del petróleo, el Chavismo reconstruyó el arreglo constitucional al fortalecer las facultades del Ejecutivo y su capacidad de permanecer en el cargo; su gobierno nacionalizó industrias estratégicas, creó los Consejos Comunales de participación democrática e implementó las Misiones Bolivarianas para ampliar el acceso de la población a la alimentación, la vivienda, la sanidad y la educación.
Con los gigantescos beneficios por la venta de petróleo subsidiando el descenso de los índices de pobreza y la desigualdad en los ingresos, la calidad de vida mejoró sobre todo entre 2003 y 2007, cuando obtuvo cerca de dos tercios del apoyo ciudadano tras las sucesivas ocasiones en que se postuló al cargo.
Sin embargo, bastó que los precios del petróleo se desplomaran para que las fallas estructurales del esquema salieran a flote y comenzara a minar el ‘paraíso socialista’ del chavismo. Para 2012, pese a vencer de nuevo en las elecciones, quedó claro que el chavismo iba en declive tras dos lustros de desgaste. Así, comenzó a perder su hegemonía en la elección presidencial de 2013, en la que ya Maduro obtuvo una exigua mayoría ante una oposición cada vez más fuerte y agrupada.
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Maduro ha ejercido una presidencia intransigente y hostil con la oposición, pese a que la mitad del país está representada por esos grupos, y ante la creciente bancarrota económica se precipita en la fórmula petrolizadora, subsidaria y desindustrializante que los ha llevado al precipicio, en lugar de corregir el curso y afrontar una indispensable reconsideración del proyecto.
Para 2016, el acumulado de atropellos a la oposición, descalabros económicos y el desorden gubernamental ya era tan profundo que el chavismo sufrió una dolorosa derrota en las elecciones para la Asamblea Nacional, dándole a la oposición el control sobre uno de los tres poderes nacionales y el mecanismo institucional para corregir o al menos atenuar la política económica suicida del último decenio. Henry Ramos Allup, líder del nuevo organismo, lo declaró con absoluta claridad: “que nadie se equivoque; éste es ahora un poder nacional autónomo que va a legislar, debatir y controlar”.
Entonces comenzó el conflicto que hoy vivimos: Maduro le restó autoridad a la Asamblea vía un régimen de facultades presidenciales especiales (el decreto de emergencia económica), el albazo en el nombramiento del Tribunal Superior y su primera sentencia acotando al Parlamento. Más tarde, decretó un estado de excepción y emergencia y la Asamblea respondió con: el juicio político, primero, y el proceso de referendo revocatorio, después. En cada estación del conflicto, la Corte y los demás organismos (como el electoral) han fallado en favor de Maduro una y otra vez. En este punto, los principales países de la OEA, el Papa y algunos polos en Europa dejaron escucharse por primera vez, cuestionando al madurismo y su peligrosa pendiente autoritaria y represiva.
Entonces Maduro empezó su fuga hacia la cubanización mediante un constituyente corporativo y clientelar chavista, que una vez instalado descabeza la fiscalía nacional (que se había destacado por su independencia) y hace de todo menos redactar una nueva constitución. Su gran líder, Diosdado, ya se dio un margencito de dos a tres años para ponerse a trabajar, convirtiendo al organismo en un suprapoder de facto, por encima de todos los poderes establecidos por la ley.
Las amenazas de Trump de intervención militar no hacen sino consolidar al madurismo y su aleve proceso de desmantelamiento de las ya menguantes instituciones democráticas venezolanas, empezando por la Constitución que tiene previsto realizar elecciones presidenciales en 2018. ¿No hay mejor manera de darle salida a este choque de trenes que mediante la voluntad popular en elecciones generales y universales? Sí, pero ese fue el verdadero propósito de la maniobra del constituyente politburocrático: regatearle a Venezuela el derecho a elegir a sus gobernantes.
Me temo que la única fortaleza económica de Venezuela (la reserva de petróleo más grande del planeta) le dará al chavismo un buen margen de maniobra para sortear el temporal, soportar la condena internacional y aplacar a la resistencia opositora interna (si bien a un alto costo de represión y torturas, que a la larga le saldrá muy caro).
No creo que la OEA logre juntar los votos para hacer algún posicionamiento institucional; no creo que Estados Unidos haga algo más que la bravata trumpiana. Porque mantener esta situación no es desventajoso para EU: por eso mandó segundones a la reunión de la OEA en Cancún; no está comprometido con una verdadera solución política.
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Al gobierno estadounidense le desagrada el chavismo, pero Venezuela le vende todo el petróleo que quiere y le compra gran parte de los alimentos y bienes que consume. Hasta ahora las sanciones han sido dirigidas contra los gobernantes. Hasta ahora el ‘boicot imperialista’ no es realmente más que un amague. Wall Street prestó fondos al chavismo con intereses fabulosos, aprovechando el aislamiento y el descrédito del gobierno; no hay un bloqueo financiero clásico. Maduro ha malbaratado concesiones estratégicas de explotación de oro y petróleo a China, sobre todo, para allegarse recursos en esta hora crítica, pero a un alto costo que también a la larga le significará una terrible condena al chavismo.
La verdadera izquierda, o es democrática, o no es izquierda
Es increíble que debamos insistir y remachar esta premisa, pero da la impresión que hemos borrado de nuestra cosmovisión el fardo que significó para la izquierda superar la lección que el estalinismo y sus versiones locales de regímenes autoritarios y represivos, desde Cuba hasta Vietnam, nos demostraron: un régimen que condena a su pueblo a una creciente pauperización y un intolerante autoritarismo es absolutamente opuesto a cualquier registro sensato de un ideal de izquierda.
Cualquier proyecto social de justicia, equidad y reivindicaciones sociales es simplemente inviable a largo plazo sin un compromiso serio con la democracia.
Muchos sacrificios en pérdidas humanas y materiales significó superar esas intolerables dictaduras que asolaron la región por décadas, desde Videla en Argentina, Pinochet en Chile, los gorilatos en Bolivia y Brasil, Somoza en Nicaragua, etcétera. Instaurar regímenes democráticos fue un avance y una victoria de la izquierda (no exclusivamente, cierto, pero sin duda con el orgullo de su concurso y compromiso).
No podemos darnos el lujo de arriesgar el régimen político alcanzado aunque el electorado nos dé la espalda en alguna elección. De eso se trata la democracia: Nadie gana de una vez y para siempre y, por ende, nadie pierde de una vez y para siempre. Ese es el principio de la circulación de élites y de la competencia política al que como izquierda debemos apostar. La dictadura, por definición y principio, no puede, no debe ser destino de la izquierda.
Por fortuna hay todo un segmento de izquierdas en la región que aceptan y compiten con ventaja en ese terreno, ganan y pierden (y vuelven a ganar y a perder) con completa normalidad: Chile, Uruguay, recientemente Argentina y, en alguna medida, Ecuador, donde Correa al final aceptó con gracia el mandato del electorado de no intentar otra reelección.
Por ello es lamentable lo del Sandinismo, uno de los pioneros de esta saludable idea de abrazar el juego democrático al reconocer su derrota ante Chamorro en 1990, después de gobernar desde la revolución Sandinista… En su retorno al poder ahora, oblitera la democracia nicaragüense con una vergonzosa maniobra:
“El Tribunal Electoral entregó al presidente Daniel Ortega el control total del Parlamento, al despojar a los diputados de la oposición de sus escaños. El mandatario nicaragüense consolida así todo el poder en su figura, con tintes cada vez más autoritarios, e impone un régimen de partido hegemónico en el país centroamericano.
[…] Sin oposición y con todos los poderes bajo su control, ahora a Ortega [y su esposa] solo le falta solucionar un problema: encontrar una fórmula más o menos legítima para garantizar la sucesión familiar en el poder y fundar una nueva dinastía”. (https://elpais. com/internacional/2016/07/29/america/1469811779_708844.html)
Brasil y México tendrán su prueba en estos años; es posible que la izquierda brasileña pague con la derrota electoral los costos del terrible escándalo de corrupción que ya ha quemado a dos presidentes y aún no termina. En México es muy posible que la capital del país sea una derrota para el gobernante PRD, aunque el sucesor viable podría ser considerado compañero de ruta ideológico.