Somos periodistas. Ya saben que no aplaudimos

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El presidente regañando a la prensa y dando lecciones de periodismo.

Este 31 de octubre quedó de manifiesto, más que otras veces, la naturaleza retorcida, servil y miserable de la propaganda gubernamental. Fue el día en que el gobierno federal dio la muestra más perfecta y más pulida de su miseria hacia la prensa. En que López Obrador llamó a los periodistas “perros”. Perros que muerden a quien les quitó el bozal.

Porque López Obrador cree que con él se inauguró la libertad de prensa. Cree que él, y solo él “permite” hablar a los periodistas. Todo, porque realiza cada mañana una conferencia de prensa pensada para su lucimiento personal y para controlar de cerca las preguntas y reacciones de los periodistas. Para impresionarlos con los “logros” de su gobierno. Pero no le ha funcionado. Ni una sola vez. Y eso le frustra.

Al observarlo cada mañana, uno se da cuenta como ninguno de sus chistes hace reír a los periodistas, que lo observan analíticamente. Cómo, cada que hace una declaración “impactante” que asombra a públicos más sencillos, los periodistas callan, toman nota y le reviran con una pregunta incómoda. Por supuesto, hablo de los periodistas verdaderos, no de los comunicadores de baja estofa que Jesús Ramírez Cuevas siembra entre los asistentes, con la encomienda de lanzar preguntas amables, que pongan de buen humor a López Obrador y le permitan lucir el carisma que cree que tiene.

Perros sin bozal

El 30 de octubre, el gobierno presentó durante la conferencia mañanera la relatoría del fallido operativo de captura del narcotraficante Ovidio Guzmán. Se hizo énfasis continuo en el afán del gobierno de decir la verdad, no ocultar nada y en cuidar las vidas humanas.

El gobierno federal esperaba que la prensa quedara impactada. Que en sus notas destacara el gran cambio que ello significaba con respecto a la “política de exterminio” del gobierno de Felipe Calderón. Nada más lejano. La prensa crítica destacó los hoyos e inconsistencias en el relato y regresó al día siguiente con numerosas dudas. No hubo aprobación, no hubo aplauso.

La conferencia de prensa del 31 de octubre arrancó con la participación de algunos de los YouTubers consentidos del vocero presidencial. Lord Molécula, a quien le dan la palabra casi todos los días, llevó la conversación al tema del béisbol, lo que hizo sonreír ampliamente al presidente.

Una periodista perteneciente a una comunidad indígena provocó la primera molestia de la mañana. Dijo al presidente que su gobierno no toma en cuenta a las comunidades.

Luego, vino la participación de Nely San Martín de Proceso, quien con sus preguntas hizo a AMLO tomar la decisión estúpida de obligar al titular de SEDENA a revelar el nombre del encargado del fallido operativo. Nuevamente, el presidente destacó su deseo de transparencia, de decir siempre la verdad. No le importó el alcance de tal decisión, ni la humillación a las Fuerzas Armadas.

Después, el periodista Luis Cardona se puso incisivo y cuestionó insistentemente al mandatario. A partir de ahí, los ánimos se caldearon y el protocolo de la mañanera se rompió, pues varios colegas gritaban sus preguntas. A los pocos minutos, el presidente se ensarzó en un ríspido intercambio con un joven reportero de Televisión Azteca.

Colmada ya su poca paciencia, AMLO perdió del todo el estilo y dedicó al reportero de TV Azteca un regaño grosero, altanero y prepotente sobre los deberes de la prensa. Ya estuvo de amarillismo y espectacularidad, lo regañó. El reportero no quitó la mirada del presidente y tras decirle “pues perdón por la duda”, reforzó sus cuestionamientos.

Furioso, y con la actitud de un abuelo hacia su nieto, reclamó que la prensa no fuera capaz de ver que lo ocurrido era “un parteaguas” en la historia del país, ya que se privilegió la vida de la gente.

La exasperación de López Obrador llegó al grado de decir, casi a gritos, “bueno, lo dejamos para mañana, porque están muy excitados”. Nadie le hizo caso. Luego, llamó a tribuna a Alfonso Durazo, quien también estaba alterado, visiblemente agotado y que en un alto volumen de voz dijo que el dar información equivocada no equivalía a un deseo de mentir.

Luego, entre más alegatos y preguntas respondidas a medias, vino la ofensa. López Obrador citó a Gustavo A. Madero para decir que hay periodistas que muerden a quien les quitó el bozal.

Naturalmente, todo ello estuvo salpicado de los acostumbrados “con todo respeto” y “apoyamos la libertad de expresión” propios del presidente.

El parteaguas

López Obrador se enfureció porque la prensa no destacó la “importancia” del operativo, que–según él–si bien falló en capturar al narcotraficante, fue muestra de lo mucho que su gobierno valora la vida.

Por supuesto que no. Como gremio, hemos visto muchos, muchísimos “parteaguas”, momentos “históricos” y acciones “inéditas”.

Los periodistas no nos impresionamos. Al menos no los que tenemos claro nuestro papel.

“Estimulante ejercicio de comunicación pública”

Lo ocurrido el 31 de octubre fue una confrontación en que la prensa salió dignificada. No fue, por supuesto, el “estimulante” y “fascinante” ejercicio comunicativo que dijo Carmen Aristegui, en uno de sus “análisis” más lastimosos, más oficialistas.

No, Carmen, no tuerzas las cosas. La prensa respondió, cuestionó, rebatió, sí, pero no es, como tú dices, porque el gobierno se preste a la cercanía. Lo que tú afirmaste, en esencia, es que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido lo bastante amable de dejarnos pasar a su presencia y lo bastante magnánimo como para responder nuestras preguntas, de igual a igual, de tú a tú, como ningún gobierno lo había hecho.

Parece mentira que se te tenga que explicar: Lo que en realidad está ocurriendo es que el gobierno ha querido usarnos (como los anteriores) pero para ello ha cambiado las formas: ha instituido una conferencia diaria en el fútil intento de dictar la agenda, de conseguir que los periodistas quedemos encandilados por la “simpatía” del presidente y seamos benignos con él.

La miseria del vocero, la vileza de su estrategia

La estrategia de propaganda y “comunicación” que–en abyecto servicio a su jefe–cada día implementa el vocero de la presidencia no solamente es burda y grotesca. También es miserable y rastrera, pues además de propalar infundios, tiene como uno de sus evidentes objetivos el debilitamiento de la prensa.

Lo hemos visto en muchas ocasiones. Un presidente que ofende, que se mofa, que evade y que culpa. Un vocero que da trato de periodistas a comunicadores de baja estofa. Y al menos un hashtag diario en Twitter apoyando al presidente o insultando a sus adversarios.

Este 31 de octubre, tras el intenso bombardeo de preguntas que exhibieron los agujeros de la relatoría del operativo, el equipo de Jesús Cuevas puso en marcha el hashtag #PrensaProstituida, que se esparció por Twitter a través de la habitual red de simpatizantes del gobierno y se aplicó lo mismo a los reporteros que cuestionaron esa mañana a AMLO que a otros periodistas que han sido críticos con él

Por supuesto, el gobierno niega el uso de bots. Y llega a tal grado su cinismo que cada que puede, López Obrador acusa a sus “adversarios” de lanzar ejércitos de trolls y bots en su contra. Así de descarado.

Pero algo sí es cierto: si el objetivo de la estrategia es que la prensa “le baje” al tono de sus preguntas y no se fije en lo que al gobierno no le conviene, ha fracasado.

De nada le han servido sus numerosos hashtags, ni tampoco sembrar las conferencias mañaneras de repugnantes personajes que hacen preguntas simpáticas, comentarios chispeantes u observaciones llenas de cariño hacia el presidente para armar un ambiente en que los periodistas se suavicen y omitan cuestionar al poder.

“Haz mañaneras y te sacarán los ojos”, podríamos decir. En el gobierno han subestimado a la prensa auténtica.

Lo que sí han conseguido y eso es preocupante, es saturar las redes sociales de canales de abierta propaganda (con contenidos basura) que se han posicionado entre la la población más fanatizada y/o menos instruida como medios que “sí dicen la verdad”.

Jesús Ramírez Cuevas promueve o tolera–o ambas–que los YouTubers ProAMLO exageren y manipulen a su favor todo lo que dice el presidente, utilizando titulares estilo TvNotas y difamando a quien sea, quien esto escribe incluida.

Al tiempo, Ramírez impulsa y admite (y el presidente también) que dichos YouTubers aseguren que el periodismo “de antes” ya no sirve, porque las cosas “ya cambiaron”.

El objetivo es claro: vencer a la prensa crítica, sustituyéndola por aplaudidores acríticos, incultos y carentes de oficio periodístico.

Ya saben que no aplaudimos

Los periodistas no aplaudimos, eso lo dijo con amargura Enrique Peña Nieto, cansado de dar conferencias anunciando “logros” en los que los reporteros permanecían impávidos, sin mostrar asombro.

Los periodistas no felicitamos. Los periodistas no agradecemos al gobernante cuando cumple con su trabajo. Los periodistas no somos amigos del poder.

Los periodistas cuestionamos y sí, nos fijamos en el pelo en la sopa, indefectiblemente. Buscamos lo no dicho. Contrastamos inconsistencias, investigamos, preguntamos sin descanso.

Aunque López Obrador ha dicho lo contrario, hemos estado ahí en sexenios anteriores haciendo lo mismo que hacemos ahora: romper con la complacencia del gobernante en turno, callar ante la insinuación de que elogiemos, hablar cuando se nos sugiere que callemos. Él mismo se benefició de esa prensa, cuando fue opositor.

Ahora que es poder, López Obrador quiere que se piense que nunca antes de ahora la prensa había abierto la boca. Que él es el primer presidente que es “atacado” por los periodistas. Que es el primer presidente que nos ha dado “libertad”. Es parte de su estrategia vil y deleznable.

Por supuesto, no es el caso de todos los periodistas. Siempre están los que han claudicado ante el poder el turno. Son los falsos periodistas, los que ponen el oficio al servicio de la propaganda. Publirrelacionistas. Ahí están Julio Astillero, Carmen Aristegui, Álvaro Delgado, antaño feroces críticos del priísmo y el panismo y en su momento, referencias obligadas del periodismo independiente.

Los (falsos) periodistas que han claudicado, que han puesto su oficio al servicio de la 4T se están equivocando. No solamente porque esta profesión exige distancia del poder. Sino también porque estamos viviendo uno de los gobiernos más desafortunados de los últimos 50 años.

Toda mi solidaridad a mis colegas, los periodistas que resisten, que cumplen y que ejercen la profesión con ética. Sigamos trabajando. Seamos contrapeso del poder.

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