Legiones cínicas

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De entre la compleja diversidad social mexicana entresaco una expresión intelectual, política y cultural que se expresa con una gran vitalidad dentro del ethos público, y en especial en las redes sociales. Me resisto a endosarle adjetivos al menos en este principio con el que busco caracterizarla como una expresión fundamentalmente juvenil, y no me refiero a cierto rango de edad sino a esa actitud que se manifiesta lo mismo en el muchacho de veintitantos años que en el de treinta y cuarenta o más. Esa actitud tiene donarie desenfadado y a veces como harto de los otros que piensan y actúan con pasos cansinos a los de su intrepidez intelectual.


Esa porción social ostenta, y a veces parece que la pretensión tiene base, algunos asideros de formación académica pero sobre todo instrumentos retóricos para descalificar al otro que tiene opiniones distintas a las de su realismo iconoclasta. Y es que a eso también remiten las legiones de las que hablo, a un puñado de hombres y mujeres que hallan sentido en mostrar que ellos sí observan lo que otros no (según ellos) por ejemplo: la inutilidad de los esfuerzos colectivos, la denuncia sobre la inequidad social, la pobreza y la miseria que también existe en el país y en más regiones de las que los medios de comunicación registran.


Desde luego que no pienso en los Millenials –esos sí pertenecen a un rango de edad y tienen características singulares–, sino en aquellas hordas que se burlan de quienes anotan cierta injusticia social desde la comodidad de sus computadoras, y lo hacen también desde la comodidad de sus computadoras (nada más que con ellos eso sí está bien, se supone). Se trata de sujetos conectados que en la web, aunque no lo acepten, también hacen activismo para descalificar el activismo de los otros, y para ello lo que hacen es cazar errores de esos otros antes que exponer argumentos razonados –por lo regular no construyen textos sino fórmulas para la descalificación: son puntillosos, irónicos, burlones, festivos, iconoclastas y atrevidos, divertidos, porque ellos sí aceptan tal y como es, la realidad (ellos no andan de puñeteros). O sea que también son realistas, no conocen de ideologías, y se cagan en los sueños de otro (un “chairo” por definición); en su aparente transgresión pueden cantar y bailar –de hecho lo ostentan– “la suavecita” pero le sacan la lengua a quien gusta de Serrat por citar un caso, y es que ellos, que quede bien claro, no son pendejos y menos cursis o viejos iconos de otros tiempos. No, no, entiéndase bien: son desmadrosos y libre pensadores que se han despojado, al fin y son la encarnación para que la humanidad lo haga, de cualquier esfuerzo político o social. Por eso les resulta más fácil criticar (y festejar a veces) la atrocidad de eso que en efecto se construyó en Cuba que cuestionar el enorme dominio de EU en este continente (eso no es lo de ellos); por eso son más críticos de los críticos del gobierno que del gobierno mismo, y muchos desempeñan gustosos ese papel.


Ustedes no los verán posteando alguna de las escenas estrujantes que hay en el país sobre los servicios de salud o cualquier otra que contemple los desastres de la ineficacia oficial y la corrupción; lo suyo no es ponerse tenso con esas cosas sino intensos para cazar cualquier error que cometa el denunciante y así, casi les da el soponcio por “el nuevo tren del…” (aquí las sales, doña Eduviges, por favor) y enseguida inician el sacrificio de exhibir las fallas del otro que sí viaja en lo que llaman mame. Entre ellos hay quienes creen que hacen música o pintura y literatura y se la creen, en serio, a fuerza de distorsiones de la sintaxis o de decir las palabrotas como si ellos fueran sus descubridores y siempre para provocar al respetable ( y si es mujer a veces incitar si no con las letras sí con las nalgas o las piernas). Ah la porción de esas legiones que descalifica siempre los derechos humanos, que ríe de todas nuestras miserias racistas y discriminadoras y, a la menor oportunidad, esa misma porción la reproduce para enmarcar su atrevimiento en las nalgas portentosas de alguna mujer que así, con ese prodigio de la naturaleza, no le hace falta ni hablar.


Ahí están, festivos, triunfantes, brillantes y astutos; sin valores políticos ni convicciones en favor de la democracia y sin disposición por la gesta colectiva. Son ligeros y simultáneamente extravagantes y sin ninguna otra disposición más que interactuar viviendo el aquí y el ahora; su realismo es el cinismo para aceptar que las cosas sigan como están. Casi lo olvido: también se sitúan, en sus desplantes claro está, por encima de los demás. Parecen uno más de los engendros sociales que ha desencadenado la ruta sinuosa de la historia, aunque en realidad son expresiones de la diversidad con las que ocurre el dinamismo social cotidiano.


 

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