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creamos la palabra el viento ya estaba creamos el verbo la luna ya estaba creamos adjetivos había luz y tiempo estamos tan solos es intolerable el silencio

 

Alina está comiéndose las uñas, despacio, lentamente, come, rasga, pica, muele, escupe, siente la dureza, el sabor del día que se acumuló ahí abajo, entre sus dedos, otras partes de su cuerpo saben también, pero distinto, nunca le gustó, no le gusta el sexo oral, no le gusta que le chupen la concha, le parece algo tan repugnante como comer un conejo o salir de viaje, como esperar el amanecer sola y escuchar desde la cama a los zorzales silbar entre los árboles, no le molesta chupármela, lo sé, es un acto mecánico, una manera más de complacerme, pero otra cosa distinta es dejarse, estar ahí abandonada a mi lengua caliente, perdida de ser, nadie la comprendería, ansiosos todos por recibir calor y humedad entre las piernas, algo tan primario como cagar, mear, escupir, estornudar, eso es el sexo, sin duda, poca cosa, casi nada, como para que la gente se haga tanto problema, se escriban cientos de libros sobre la manera de gozar en la cama, de encontrar el orgasmo, de retrasar el orgasmo, de acabar con el otro, de retener, expulsar, sostener, mantener la erección, la lubricación, el deseo, Alina piensa que el problema es que alguien mezcló el sexo con la moral, está segura, para ella es tan simple, abrazar, besar, mojarse, relajarse, esperar, detener, pedir, suplicar, dejarse ir, tan simple, pero llenaron la cama de deberes a cumplir, de papeles a representar, de meritorias tareas manuales, el sexo es otra cosa, es instinto y ya, piensa Alina mientras se muerde las uñas y me cuenta que su amiga le dice no puedo, no puedo llegar al orgasmo, me cuesta, me tengo que tocar mientras él me la pone, eso me incomoda, parece que soy una pajera, alina piensa que es normal ser una pajera y muerde un poco más, le dice, le subraya a su amiga que no llega porque no se concentra, porque está pendiente de lo que le pasa al otro y no puede conectar con sus sensaciones, la amiga la mira desdichada, no, si yo estoy, estoy concentrada, pero no puedo, alina le pasa una receta para acabar con el asunto rápido, sin escalas en ninguna parte, le dice que monte a su amante, que le pida que suba la pelvis un poco y que entonces propicie, fomente, dibuje un círculo sobre él con la concha, con qué si no, y que presione y que si no llega unos buenos dedos en el culo, bien puestos, y listo, pero nada, la amiga sigue descorazonada, no sabe cómo puede ser que alina le diga todo esto como si fuera el paso a paso para preparar una torta de manzana, alina se ríe cuando dice torta, porque se acuerda de su otra amiga lupe, deliciosa, de las noches que jugaron juntas a la tortilla, besándose, tocándose y acabando como locas, fueron tantas veces que alina pensó que ya no le importaban los hombres, tenía la vulva roja de manosearse y lupe estaba rosada y feliz, sin ojeras, relajada, no como cuando salía con neno que la tenía a mal traer, o no la pasaba a buscar o terminaba en dos minutos o se drogaba tanto que no podía ni siquiera acordarse de cómo se hacían las cosas en la cama, alina no tiene idea, ni quiere tenerla, de por qué la gente está tan acongojada, escuchó decir que es por la imagen, todos quieren ser perfectos, algo absolutamente imposible para el 99.9 por ciento de los humanos, por eso, le dice a su amiga, que tal vez ella está preocupada por cómo se ve y no por disfrutar cuando está con un hombre en la cama, la amiga le dice que sí, que es cierto, que se mira de reojo en el espejo para saber si sus tetas se ven bien, si la panza está para adentro, si las piernas no están muy expuestas, alina le dice que así no, que así no se coge, que cuando se coge no hay que pensar en eso, hay que dejarse llevar, como las cosas que arrastra la corriente, allá van, flotando sin rumbo pero hacia un final seguro, eso, así es el sexo, una balsa en el río que se deja arrastrar, invadir y hasta quebrar, pero nada, la chica no se consuela, no llega, no goza con el otro, goza sola, le mostró a alina el vibrador que se compró, algo cutre el aparato, con las venitas marcadas, rosadito chancho, siempre erecto y algo brutal por su tamaño, alina piensa que el tamaño es importante, claro, pero también es importante que la sepan mover, que la sepan dejar adentro por lo menos quince minutos, un tipo que no la puede dejar adentro quince minutos es un pajero, repite, no importa si la tiene de veinte o de doce, es un pajero que acaba rápido por costumbre, alina es implacable cuando opina, por eso el vibrador gigante de su amiga le causa un poco de gracia y de tristeza, por lo monumental y porque no viene con bolas, es como una pija sin testosterona, alina prefiere los vibradores con forma de patito feo o de perrito faldero porque si quiere una pija sale y se la procura, el realismo pornográfico le parece patético, lupe, me cuenta mientras se arranca la pielcita del borde de la uña, compartía con ella ese gusto por lo simple, disfrutaban juntas enjabonándose y deslizando las manos resbalosas por los pliegues de sus nalgas, así, despacio, iban demorando el orgasmo y cuando una de las dos parecía llegar, la otra se detenía para hacerla sufrir, en cambio conmigo es distinto, no soporta estar pajeándose dos horas, alina siempre quiere que se la ponga y se la deje, y los tipos leímos los mismos libritos de divulgación popular y pensamos que hay que empezar por acariciar desde la punta de los dedos, seguir por las piernas, y así por todo el cuerpo, incluso quieren chupártela, se queja, que se la chupes, hacerte la paja y que se la hagas, todo antes de ponértela, es insoportable, dice alina, yo quiero que me la pongan, para eso la tienen, después de acabar, si quieren me pueden hacer todo lo demás, pero sólo después, nada de aburrirme estimulándome trescientas horas como si yo fuera un coche viejo al que hay que calentar antes de arrancar, más bien alina disfruta de esa sensación incierta que le queda después del orgasmo, una mezcla de saciedad y de necesidad que no termina de imponerse, en ese momento ella mide a su amante, me lo confiesa, están los que inclinan la balanza por la saciedad y todo termina, bien, pero termina, y están los otros, los que saben encontrar el punto en el que está instalada esa necesidad, esa cosquilla de lo que todavía palpita, y entonces encuentran otro punto para estimular, otro distinto a ese que aún late, saben que ir de nuevo al lugar de donde partió el placer es cerrar la puerta del deseo, entonces buscan otra puerta, la abren lentamente y así hasta agotarse, pero de todas las maneras que existen para estimular su sexo, la que menos disfruta alina es el sexo oral, no se relaja, no encuentra la manera de dejarse ir hasta acabar, será porque no soporta estar pasiva, dice que cuando está así abierta de par en par no registra el cuerpo del otro y le da miedo perderse sola en un laberinto sin días y sin noches, prefiere que le diga cosas, que le hable, que la monte y le susurre palabras desesperadas, lo descubrí con las clásicas, puta, qué buena que estás, o que buen culo tenés, pero después ya no la calentaban, quería otras y yo no las encontraba, pensaba en lupe, en qué le diría ella cuando la besaba y la penetraba con los dedos, y empecé a decirle cosas como amiguita, linda, bonita, cosas más delicadas, hasta que un día, ya sin saber qué decir, en broma y en medio de ese estado de desesperación que tiene uno cuando quiere alcanzar como sea el placer y dárselo al otro le dije quiero darte un pensamiento, y ella se quebró debajo de mí, como si mi pija fuera una lanza aguda con un extremo de nácar brillante, ella no pudo responder porque estaba tensa y muda, y entonces le dije es azul y se torna violeta cuando llueve, y ella casi que no respiraba porque las palabras eran como una melodía suave a la que su cuerpo iba dándole ritmo, como el de mi mano ahora mientras me acaricio y la imagino hamacándose sobre mi cuerpo, acercándose y alejándose de mi centro, con el pelo desordenado y la boca brillante de sudor, fue en ese momento y necesito traerlo ahora para acabar de una vez que le dije estoy solo meciéndome cerca de un precipicio y ella me respondió, lo sé.

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