El descrédito de las instituciones y sus representantes (casi) siempre provoca suspicacias y éstas son alentadas o magnificadas por los personajes antisistema que hacen política con estas instituciones y quienes las representan. Por ejemplo desde ayer se expandieron distintas reacciones, todas amparadas por la convicción de que estamos frente a un complot, que van desde asegurar que Javier Duarte no es Javier Duarte o que el exgobernador y el gobierno federal pactaron su captura, hasta asegurar que esto es una confabulación para enfrentar los apuros que tiene el PRI en el proceso electoral del Estado de México – junto con la aprehensión de Tomás Yarrington en la que, vale insistir, no participó la PGR-. Delirante.
Quienes enarbolan esas supersticiones tienen seguidores por ese descrédito de las instituciones, sin duda. También lo tienen porque parte de nuestra frágil cultura política sustituye a la sospecha por el análisis y quien analiza para ellos es ingenuo, por decir lo menos. Esa masa se escuda en la creencia de que siempre hay “gato encerrado” y que esa masa es más lista que todos los demás porque siempre ve lo que los otros no: todo está perfectamente alineado para tender una cortina de humo sobre lo que ustedes gusten y manden.
El formato nunca falla, incluso es una respuesta antisistema deliberada: si la captura de Duarte ocurre en enero, seguramente es para distraernos del aumento del precio de la gasolina, si es en febrero para ocultar la devaluación del peso o si es en abril para disminuir los efectos de escándalos de corrupción o para incidir en las urnas mexiquenses. Su fragilidad intelectual es notoria pero la astucia se sitúa por encima del dato duro y el pensamiento atemperado, pero esa masa aprovecha y expande la poca credibilidad, en este caso, de las instituciones de procuración de justicia. Estamos frente a una danza macabra entre fanáticos y militantes políticos y un sistema político debilitado, por eso se abren paso las expectativas providenciales.