De fuentes y filtraciones

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López Obrador se ha abierto muchos frentes. Como fuere, da la impresión que los tiene bajo control, por más relativo que esto parezca.

No se sabe en qué pueden terminar muchos de los temas de la agenda, pero por lo pronto, los tiene bajo su ámbito. No ha dejado de tener popularidad y aceptación y con base en ella se mueve. Tiene la certeza de que si se equivoca, por lo menos en esta etapa, sus furibundos seguidores lo van a perdonar o van a pasar de largo las cosas.

El Presidente busca sentir y medir a la gente. A menudo se expone en las calles, incluso afuera de Palacio Nacional, para conocer qué se dice y también para que lo vean.

Lo de ayer en Morelos, con motivo del aniversario de la muerte de Emiliano Zapata, tiene que ver con todo esto, más allá del respeto y admiración que le tiene al Caudillo del Sur. No sólo fue un acto en memoria del revolucionario; también fue un espaldarazo que le dio la gente al Presidente y a su gobierno, cercano a lo apoteósico.

Con quien no se ha podido entender, y somos de la idea de que no va a ser posible en todo el sexenio, es con la crítica; no sólo con los que goza llamando fifís. No hay indicadores hasta ahora que hagan ver que las cosas vayan a cambiar. El Presidente no es afecto a escuchar con paciencia la crítica; a veces da la impresión que le termina desesperando.

En estos meses se han intensificado las voces que señalan y critican al Presidente. En algunos casos están claramente fundamentadas; el Gobierno debería ser pausado y atenderlas como principio para una mejor gobernabilidad del país.

Pero también hay otros casos en los que la crítica termina siendo banal y cargada de filias y fobias. Poco o nada aporta, pero es también una manifestación de un sector de la sociedad que conviene conocer y estar al tanto. No sale sobrando hacerlo; sería algo así como tener la película completa.

En el camino están los defensores del Presidente. Están los que debaten en serio y plantean ideas;  y también quienes lo defienden a ultranza en medio de descalificaciones y hasta insultos. En esto nos la hemos pasado varios meses.

López Obrador con la prensa se ha ido metiendo en un callejón sin salida. No hay día en que no haga referencia a ella. Tiene el mejor mecanismo para hacerlo todas las mañanas. Las afamadas “mañaneras” son uno de sus instrumentos clave para informar, señalar, criticar, fustigar, evidenciar y gobernar.

Cada vez que algo no le parece, no tiene reparo alguno, y también el derecho, de dar su punto de vista; apela al derecho de réplica. Cuando se trata de diferencia de opiniones el debate puede subir de nivel.

Sin embargo, cuando pasan cosas como las de ayer, cuando el Presidente le pide a Reforma que dé a conocer sus fuentes, en relación con la difusión de la carta al rey de España y al Vaticano por los 500 años de la Conquista, las cosas adquieren totalmente otra dimensión.

El secreto periodístico es un mecanismo de defensa de los periodistas. Es un asunto que obliga a la profesionalización, la ética y los principios. La libertad de expresión no significa poder decir lo que se quiera; en esto hay reglas escritas y no escritas.

No es un tema de transparencia, porque las reglas del periodismo se rigen bajo otros parámetros; son medios de comunicación y no entes gubernamentales.

Éstos son los asuntos en que López Obrador no debe tener salidas falsas. Las fuentes se defienden, porque al hacerlo se protege todo el proceso periodístico.

La justicia de EU entendió en medio de un gran debate que The Washington Post no debía revelar sus fuentes, sin ello no  hubiera habido Watergate y el periodismo sería otro en todo el mundo.

RESQUICIOS.

Hace un año era diferente. Texcoco era el futuro del país. Hoy es un desastre, una trampa y un monumento a la corrupción. Según el sexenio es la pedrada.


Este artículo fue publicado en La Razón el 11 de abril de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

Autor

  • Javier Solórzano

    Javier Solórzano es uno de los periodistas mexicanos más reconocidos del país, desde hace más de 25 años. Licenciado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó estudios en la Universidad Iberoamericana y, hasta la década de los años 80, fue profesor de Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana.

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