“No hay hallazgos en la serie `1994’” leo y escucho decir a varios periodistas – algunos admirables- y de manera instantánea, la sentencia se convierte en canon. Un documental televisivo sobre una serie de hechos históricos, para ser relevante (se nos dice) deben producir nuevos “hallazgos”.
Si a esas vamos, el monumental reportaje literario “Oswald: un misterio americano” de Norman Mailer (ni mas ni menos) tampoco tendría relevancia. Y no obstante, el libro (como la serie) recuerda, reconstruye, rescata a la discusión contemporánea aquellos hechos y muchos detalles archiconocidos y desapercibidos, pero al hacerlo, les da un valor nuevo: una herramienta para la comprensión en el presente.
Y como el libro, la serie es mucho más: por la calidad de su manufactura televisiva, por su labor archivística, por su música, pero sobre todo, por su ambición de hacer buen periodismo en el que la secuencia de preguntas a centenas de personajes, se estrellan contra el muro de la impresionante acumulación de datos y de hechos producidos desde aquel año.
Hay que reconocer cuando menos eso: el esmero y el trabajo invertidos para dar paso a una enorme empresa narrativa, tejida con solvencia mediante entrevistas, informes, transcripciones e informaciones de las sucesivas y dispares fiscalías, el diario de Aburto, las biografías de los implicados y los estudios imprescindibles (como el de Héctor Aguilar Camín o Héctor de Mauleón).
La montaña de documentación –nada más del caso Colosio- es tan grande y tan contradictoria, e insisto, su articulación narrativa tan bien resuelta, que cabe preguntarse si el mérito de “1994”, no consiste precisamente en eso: en los procesos de búsqueda, selección, comprobación y contrastación del material.
Por otra parte, es realmente notable el logro de que una historia tan enredada y a ratos, absurda, sea contada de manera polifónica, coral, sin que se necesite ninguna voz en off, ninguna conducción “por arriba” de la historia que los propios protagonistas cuentan (con diversos grados de sinceridad).
Creo que ese es otro de sus alcances mayores: consigue una narración hilada y entendible a pesar de las circunstancias que se enredaron diabólicamente durante aquel año.
De la serie emerge un hecho esencial fulminante que llega hasta el presente: México no cuenta con un sistema de investigación policial mínimamente digno y la Procuración de Justicia no es imparcial, ni objetiva, pero sobre todo, no es profesional, y no solo por consigna política. Cuando Zedillo, candorosamente, le entrega a la oposición panista la Procuración de Justicia del Estado, buscando la eliminación del sesgo político, paga muy caro su experimento (como la implementación de la farsa montada por Chapa Bezanilla). Bien visto, el hilo conductor de la serie es el desastre de nuestra procuración de justicia, en el que seguimos metidos.
Es cierto que “1994” otorga más tiempo a la idea-sentimiento “aquí hubo un complot realizado por intereses descomunales, capaces de borrar toda huella”. Pero la verdad es que no hace sino reflejar al sentido común dominante desde entonces. La nuestra, como otras muchas sociedades, no está dispuesta –aún hoy- a creer que un inesperado personaje menor, pueda sin embrago, infringir un gran daño, un daño histórico, a una nación.
Pero no es la única versión que expone. De hecho la exposición del “asesino solitario” es mucho más sólida y cuenta con un arsenal de elementos de prueba (gracias al talmúdico expediente del fiscal Luis Raúl González Pérez). El gran desafío periodístico consiste, precisamente, en darle relevancia a esta versión a pesar de su carácter claramente impopular, minoritario, rechazado por instinto y muy difícil de encontrar en personajes relevantes a menudo indispuestos a dar su testimonio.
Y como telón de fondo, “1994” aparece como el año donde emerge la libertad de expresión en México.
Antes del movimiento zapatista no existía esa libertad de publicar, de decir, de criticar en la amplitud y la intensidad que estalló en ese año. Como se puede ver, los medios entonces dominantes -las televisoras- estuvieron aún, atrás de los acontecimientos. Pero semanas después, con el asesinato de Colosio, la cosa se volvió un viento imparable.
Dicho de otro modo: la amplia libertad de prensa en México es hija de la tragedia y de la infamia, lo que constituye toda una paradoja. Aquel alzamiento armado ayudó a asentar en definitiva, una libertad cívica y democrática básica: la libre expresión, publicación y la prensa, desordenada y tumultuosa, que en su propio festín inaugural se destapa precisamente para defender un ilegal grupo armado que había declarado la guerra al Estado mexicano.
En estos muchos sentidos, parece que la relevancia de un trabajo periodístico no consiste –sobre todo- en su carácter detectivesco (revelar hallazgos) sino, precisamente, en refinar nuestra mirada sobre la realidad de viejos hechos, y en esa medida en escribir nuevas preguntas.
La lección de “1994” y su éxito entre los más jóvenes a quien se les revela un país desconocido, consista, quizás, en subrayarnos que, cuando se hace bien, vale la pena recordar.