(*) Aquello sucedió el 16 de agosto de 1969, diez años después de la edición de Kind of Blue, tal vez el disco más hipnótico (y seguro, el más vendido) en la historia del jazz. Su mente creadora, Miles Davis, organizó la celebración en un bar discreto cerca del que fue su “oficina” a la vuelta de Barrow Street en el Greenwich Village. El festejo coincidió en fecha y ciudad con el gran reventón hippie y contracultural de Woodstock. Puestos a escoger ¿a dónde hubieran acudido ustedes? No respondan -por ahora- quizás esta historia les haga cambiar de opinión.
Resulta que aquel trompetista, en plena forma, pudo generar varios discos importantes entre 1958 y 1959 (su propia versión de Porgy and Bess, Jazz Track, Workin’ y Relaxin’) y trabajar simultáneamente en varios proyectos y giras dentro y fuera de E.U.
Pero mientras hacía todo eso, amalgamaba y reclutaba al grupo de músicos más brillante del amplio torrente norteamericano, los mejores en su instrumento en aquellos años y quizás de todos los tiempos, si los ponemos en perspectiva histórica. Vean si no: el saxofonista John Coltrane, el pianista Bill Evans y por supuesto el propio Davis; además del bajista Paul Chambers, el baterista Jimmy Cobb con el apoyo de Wynton Kelly y Cannonball Adderley.
“Cansado de siete meses de trabajo, nunca más adquirí más seguridad como músico que en aquellas sesiones intermitentes. Fue la mejor banda que jamás escuché”, recordó ya viejo, el maestro Evans.
Pues estos tipos, trabajando en diferentes formaciones de Davis, como piezas de su rompecabezas, unos en esta gira, otros para aquel álbum, todos especialmente convocados para Kind of Blue, le dieron al jazz una dirección que nunca había experimentado, más tenue, más sutil, minimalista, atmosférica.
No se trataba de tejer música distinta sobre una melodía conocida, ni introducir infinidad de variantes en ella. Tampoco de acelerar tiempos o hacerlo más lento, intercalar sorpresivamente a los músicos, lirismo desbocado o ejecutar esta parte de la pieza con instrumentos insospechados. Lo que buscaban con este disco era “un tono”, poner a la música en una escala poco escuchada hasta entonces, para hacerla dominante.
Porque Kind of Blue trata de eso: imponer un tono en el jazz y en toda la música que le siguió. Un tono en la justa escala media, algo que los metales habían perdido desde el barroco, pero definitivamente arrasado por el torrente virtuoso de Charlie Parker, Dizzy Gillespie y antes, de Louis Armstrong. El tono que requiere de un disciplina y de un estado anímico templado.
“Prefiero un sonido redondo sin afectación, como una voz bien equilibrada, sin demasiado trémolo ni demasiados graves. Justo en el medio. Si no podía conseguir ese sonido no podía tocar nada más. Aunque mis mayores me dijeran que tocaba yo, un sonido plano”, declaró Davis, y era la verdad. Lo que ofrece ese disco es una enorme diversidad de sonidos que saltan sobre una sola línea intermedia nunca demasiado alta, ni demasiado baja, pero infinitamente variada, matizada en un equilibrio extraño. Como si con una sola cuerda de guitarra pudieras producir una inmensa variedad de arpegios.
Es música que viene de un sueño, casi siempre lenta, insinuada y que le da un montón de espacio al silencio. En el libro de Ashley Kahn se calcula que una séptima parte del disco es eso: silencio. ¿El disco más vendido en la historia del jazz, está lleno de silencio? Irónicamente, sí, como si su éxito residiera justo en ofrecer quietud, mudez, una economía de notas para ensanchar nuestra contemplación y prepararnos para la sorpresa por el siguiente matiz.
Es asombroso que este portento fuese grabado en dos sesiones (el 2 de marzo y el 22 de abril de 1959) pero también lo es, la estudiada espontaneidad con la que aquel sexteto enfrentó la tarea. Es cierto que las cinco piezas que lo conforman fueron garabateadas en sobres de correo con unas cuantas líneas y que de ellas sobrevino una magia de improvisación y espontaneidad, pero hay que decir también que fue una magia muy trabajada en los meses anteriores durante sesiones, grabaciones de discos y giras que Miles ejecutó con esos músicos.
Porque el jazz había alcanzado la calidad exigida para la música de cámara. Y lo hizo al encontrar una dimensión musical en lo fundamental desconocida: un tono que no necesita la estridencia, ni los gritos, ni un instrumento lleno de sorpresas. Lo que ofrece en cambio es una manera de interpretar la música entre la novedad y la melancolía, toda una corriente que influiría al jazz pero también a la música clásica y a otros géneros incluyendo al rock.
Kind of blue es un disco tan influyente para la música de fin del siglo 20 como la cuarta sinfonía de Mahler lo fue para la música que siguió al fin del siglo 19. Dice Philip Glass “Con ese disco aprendí que dos frases pueden expresar más profundamente una circunstancia de la existencia que veinticinco pentagramas”.
La estética musical moderna devino en síntesis, en brevedad y concisión, como en su tiempo hicieron Satie o Debussy para la forma sonata y ese hecho abrió más cabezas que todos los discos de rock producidos en Woodstock. Ahora si respondan ¿a dónde hubieran querido estar hace exactamente medio siglo?
(*) Para elaborar este texto se consultaron: Kahn, Ashley. Miles Davis y Kind of Blue: la creación de una obra maestra. Alba Editorial, Barcelona, 2000. Carr, Ian. Miles Davis. La biografía definitiva. Global Rhythm Editores, Barcelona, 1998. Glass, Philip. Palabras sin música. Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017
Autor
Economista. Fue subsecretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México. Comisionado para la Reconstrucción de la Ciudad luego de los sismos de 2017. Presidente del Instituto para la Transición Democrática.
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