Hoy sabemos mucho más de lo que sabíamos sobre lo sucedido en Culiacán. Sabemos de más: el nombre que no deberíamos saber.
Sabemos que en estos tiempos la diferencia entre táctica y estrategia se entiende en maneras —seré generoso— raras. Y sabemos que en estos tiempos las decisiones de quién debe saber qué, son nebulosas.
Me explico: hoy sabemos, gracias a la cronología hecha por el gobierno, y lo que el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, ha dicho, que él no sabía que, por una petición de extradición, el ministerio público federal había girado una “orden de investigación” a la Guardia Nacional, que a su vez había pedido a la Secretaría de la Defensa Nacional una solicitud de colaboración que, después de cumplida, se había vuelto a entregar a la Guardia Nacional, que a su vez había entregado al ministerio público federal ese informe policial. Tampoco sabía Durazo que la Guardia Nacional se había constituido en la Fiscalía el día 17 para obtener una orden de cateo y que la Sedena haría ese día el operativo para detener al hijo del capo de la droga más famoso de las últimas décadas en México.
Sabemos que no sabía nada de esto porque también sabemos que cuando las cosas se complicaron, en la tarde de aquel jueves alguien le dijo a Durazo que todo había sido producto de un patrullaje como tantos que había sido agredido por quién sabe quién y ahí se dieron cuenta de que andaba Ovidio.
Y eso salió a informar aquella noche.
Como lo dijo ayer él mismo —y le sigo creyendo como escribí la semana pasada—, esa noche no mintió, pero queda claro que el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, principal civil a cargo de la estrategia (¿y de la táctica?), responsable de la Guardia Nacional, quien que se reúne todas las mañanas con el gabinete de seguridad, no sabía lo que ese día sucedería, y alguien no le informó con la verdad cuando las cosas se pusieron mal.
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