Aunque plagada de silogismos simplistas del tipo “copio, luego existo”, no hay en la cultura digital discusión más vigente ni praxis más novedosa -lo caracterizo, sin duda, en medio del entusiasmo que me causa- que la noción de conocimiento colaborativo. También llamado “wikificación” u “ontología pedestre” (éste último término usado, más bien, por sus detractores), el conocimiento colaborativo estuvo ya presente en la génesis de la web estática, atraviesa de manera definitiva las interacciones y los cruces semánticos de la web 2.0 y se instituye como una de las posibilidades más claras -de manera contundente, piensan algunos- para la futura evolución de la red en lo que ya se entiende como Web Semántica (o, para los que quieren tozudamente reducir las ideas a números consecutivos, la “web 3.0”).
Aunque, como siempre, la “novedad” del concepto pretende negar su evolución intrínseca, es posible rastrear la lógica de la Web Semántica incluso en los albores del código de la web estática. En aquel entonces (decir “en aquel entonces” no tiene aquí implicaciones casuísticas -del tipo “in illo témpore”-, ya que estas prácticas siguen siendo vigentes hoy en día, todos los días) quienes codificábamos páginas de Internet acudíamos al uso de pequeños trozos de código llamados metatags (o meta-etiquetas, si quien lee es enemigo de los anglicismos) que tenían una doble, sencilla y vital función: permitir por un lado que los primitivos buscadores “tomaran en cuenta” nuestra página web (es decir, que la encontraran en relación con los términos de búsqueda introducidos por el usuario) y, por otro lado, lograr que ese resultado arrojara suficiente información, concisa y coherente, para lograr que el usuario escogiera, de todas las opciones a la mano, la nuestra. Esto, por supuesto, no únicamente implicaba una lógica rampante de marketing y targeting (lector anti anglicismos: “mercadeo” y “caracterización del público meta”), sino que introdujo un concepto que aún hoy atraviesa todo el mundillo digital en lo que a posicionamiento de páginas web y contenidos se refiere: la curiosidad por saber qué están buscando las personas y por entender cómo lo están buscando; esto, por supuesto, para luego relacionarlo con el contenido que queremos generar (es decir, para deducir cómo los usuarios podrían buscar el contenido que queremos que encuentren).
Es interesante entender que lo que actualmente ha cambiado en la relación particular de esta primitiva lógica de etiquetado y los resultados de los buscadores es que hoy esos resultados se venden, en dólares y centavos (pesos y centavos no viene al caso, ¿cierto?) principalmente en los buscadores más usados; lo que no debería sorprendernos, pero sí debería alertarnos sobre la forma en la que escogemos y editamos esos resultados cuando la búsqueda la hacemos nosotros. De hecho, en el espacio digital se está viviendo actualmente una especie de gentrificación1 de los espacios de conocimiento, no únicamente por la irrupción de los resultados de búsqueda pagados sino porque el espacio digital en sí mismo se constituye ahora como uno de los terrenos más pertinentes para el posicionamiento hegemónico de productos, marcas, ideas, dogmas, discursos, noticias y todas las otras formas de la información; lo que lleva a los poderes hegemónicos a invertir no solamente en la generación de sus propios contenidos -terreno en el que, conociéndolos, siempre llevarán desventaja- sino en la imposición de éstos a través de su exaltación pagada y de la anulación sistemática de los competidores (que hoy no son sólo otras corporaciones, estados o “poderosos”, sino todo sujeto capaz de generar sus propios contenidos -potencialmente, toda persona sobre la faz de la tierra).
Sin embargo, a la web estática le siguió el desarrollo de la Web 2.0. La lógica iterativa de las redes sociales (es decir, la lógica según la cual el “éxito” de un contenido es mensurable en la medida en la que éste se repite hasta convertirse en “viral”) comenzó a caracterizar una nueva forma de “encuentro” con la información, si bien más caprichosa y fortuita también más colaborativa y dictada por las preferencias y la praxis digital del usuario. De hecho, el valor estricto de la acción de “gustar y compartir” que es uno de los centros de la praxis digital en las redes sociales, sería inimaginable sin un desarrollo previo: la aparición y la aceptación masiva (principalmente -aunque no privativamente- en las escenas artísticas, científicas y culturales del primer mundo) de la idea del licenciamiento Creative Commons. Es decir, en expandir -que no en negar, como simplistamente quieren caracterizarlo sus detractores y sus activistas más frívolos- las limitadas implicaciones del derecho de autor para abrir una serie de posibilidades (inéditas en términos prácticos y legales hasta ese momento) para la reproducción, la modificación y la distribución física y digital de los bienes culturales.2 Este licenciamiento no nació únicamente como una necesidad intrínseca para todos aquellos que entendíamos que la siniestra caracterización del copyright como baluarte estatal de la “propiedad de la obra y su conocimiento resultante” era no sólo inadecuada sino limítrofe y ridícula, sino como resultado de la puesta en práctica de la construcción colectiva del conocimiento; particularmente la ligada a la lógica wiki, según la cual no hay una “entrada definitiva” en la construcción del discurso o del conocimiento, sino que éste se constituye como un bien común a todos los participantes y es modificable desde la perspectiva de su enriquecimiento y de su debate.3
Así pues, en una web que comenzaba a desestructurar a gran escala el paradigma de la “propiedad” y a resemantizarlo -al menos en ciertos círculos- en el de la “apropiación”, la llegada de las redes sociales resultó en una nueva forma de traer a colación contenidos no ligados a las hegemonías culturales o políticas a un público con el que nos unían toda una diversidad de afinidades (de intereses, ideológicas, geográficas, etc). Todo era cuestión, como casi siempre en la red, de saber buscar; la afinidad estaba puesta de antemano por las vincularidades que, de manera más o menos arbitraria, nos obligaba a barajar la red social (¿recuerda, estimado lector, que cuando inició su vida en la red social de su preferencia, se vio obligado a hacer toda una lista de sus intereses, su ideología, su religión, su educación, su edad y demás? Una de las funciones de esta molesta auto-referencialidad era poder venderle a usted porquerías; pero también poder ponerlo a la mano de otra gente linda, o casi tan linda, como usted). De esta forma, el usuario y su red de contactos pasaron a constituirse en “las etiquetas”; es decir en una ontología vinculada de manera evanescente, pero también definitiva, a la praxis digital del usuario en sí. Fue por esto que se hizo tan importante saber escoger a quién agregar en las redes sociales, bajo el constante riesgo de que el flujo de información se nos convirtiera en una larga e insoportable concatenación de basura (sentimiento que a casi cada usuario de Internet, sobre todo en estos tiempos y por diversas razones, nos ha embargado).
Ahora bien, la caracterización de la Web Semántica pasa por estos estadios de la construcción de la cultura digital y la información que le da forma, y retoma como principios fundamentales la producción de contenidos, la ontología “manual” que llevamos a cabo casi cada usuario de Internet y las distintas formas del “encuentro” con la información, y lanza una pregunta fundamental: ¿qué pasaría si permitiéramos que las computadoras reaccionaran a nosotros, nos previeran, nos decodificaran y organizaran el conocimiento disponible para nosotros?
Seguramente George Orwell se debate en la tumba y, entusiasmado, declara: “Sí, ¿qué pasaría?”
Notas:
1 Gentrification (traducido directamente al español como gentrificación) implica el desplazamiento de los sectores más priviliegiados de una población a los espacios donde antes residían los sectores más desfavorecidos, desplazando a estos a nuevos cinturones de marginación. Éste fenómeno es especialmente significativo en grandes urbes donde ciertas zonas como las cercanas a los puertos, las zonas industriales o los lindes urbanos son ocupadas sistemáticamente por grandes y medianos desarrollos arquitectónicos, educativos y empresariales que “elevan” el nivel de vida, el costo inmobiliario, etcétera.
2 Si usted quiere saber más sobre Creative Commons y sus implicaciones prácticas y legales, visite www.creativecommons.org
3 Por supuesto, esta lógica no es privativa de Wikipedia (probablemente el bien cultural digital más conocido en este formato) sino que ha afectado a muchas variables de la construcción del conocimiento. Si usted visita www.wikimedia.org encontrará muchos sitios relacionados con esta fundación y que funcionan de la misma manera. Si busca más profundamente, encontrará muchos sitios relacionados con casi cada área de interés (desafortunadamente, todavía no muchos en español). Y si es todavía más emprendedor, puede iniciar gratuitamente su propio wiki yendo a www.wiki-site.com. Lo único que usted tiene que poner, es el interés.
Autor
Miembro del equipo de Gestión y Formación de AMARC-México. Presidente de La Voladora Comunicación A.C. www.danielivan.com.
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