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Los estudios comparados permiten comprender mejor los fenómenos sociales, toda vez que contribuyen a identificar variables coincidentes en el comportamiento de las sociedades y determinar posibles escenarios derivados de la interacción de tales variables. En el caso de las elecciones federales de 2000 y de 2012 encontramos algunas similitudes que les quiero compartir.

En ambos casos fueron elecciones organizadas y calificadas por autoridad electoral fortalecida por sendas reformas electorales. En ambas contiendas participaron una pluralidad de fuerzas políticas, tres de las cuales concentraron las preferencias ciudadanas, dando lugar a un congreso plural, donde ninguna fuerza alcanza la mayoría absoluta, lo que obliga a los grupos parlamentarios a buscar entre sí la construcción de consensos.

La reforma electoral de 1996 fue el marco referencial de las elecciones del 2000, y la reforma 2008-2009, fue la base de la recién elección federal de este año. Por la coincidencia en sus resultados generales, pondremos atención en las elecciones federales de 2000 y 2012, en las que se registró una alta participación ciudadana y donde las elecciones presidenciales trajeron consigo la alternancia de partidos en la titularidad del Ejecutivo Federal, así como una conformación plural de las Cámaras de Diputados y Senadores.

En efecto, tanto en las elecciones de 2000 como de 2012, la participación electoral rebasó el promedio de participación ciudadana en elecciones presidenciales de los últimos cincuenta años, registrando los siguientes datos: en 2000, de una lista nominal de electores de 58,782,737, participó el 63.97%, mientras que en 2012, de un listado nominal de 77,738,494 (incluyendo a los mexicanos residentes en el extranjero que solicitaron registro), participó el 63.14%.

Otra coincidencia importante es que en ambas elecciones federales, el candidato con mayor número de votos en la elección presidencial, presentó una distancia de alrededor de siete puntos porcentuales respecto del segundo lugar. En 2000, el candidato que encabezó la Alianza por el Cambio, Vicente Fox, obtuvo el 43.53% de los votos, mientras que el candidato de Partido Revolucionario Institucional, Francisco Labastida, alcanzó el 36.11% de la votación.

Con una diferencia porcentual semejante, que eventualmente podría modificar el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) próximamente, el candidato en 2012, de la coalición Compromiso por México, Enrique Peña Nieto, obtuvo el 38.21%, mientras que el abanderado de la alianza Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, alcanzó el 31.59%. Ciertamente, en ninguno de los dos casos el candidato ganador o virtualmente ganador como es el caso de Peña Nieto, alcanzó la mayoría absoluta de los votos.

Esta circunstancia no se presentó en la elección presidencial de 2006, donde el ganador obtuvo solamente el 35.89% de los votos, por lo cual se ha venido planteando la pertinencia de la segunda vuelta para elecciones presidenciales, a fin de que el candidato triunfante en la elección presidencial tenga la legitimidad del respaldo de la mayoría absoluta de los votantes.

Otra semejanza entre ambas elecciones presidenciales 2000 y 2012, la encontramos en la concentración del voto en tres candidaturas, ya que la suma de los porcentajes de votación de los tres principales candidatos en 2000 (Vicente Fox, Francisco Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas) constituyó el 95.27% de los votos, mientras que, de acuerdo con los datos más recientes del IFE, el total de sufragios obtenidos por los tres primeros candidatos presidenciales en 2012 (Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez Mota ) fue de 95.21%

Por cuanto a la composición plural de las Cámaras de Diputados, en las elecciones de 2000, la Alianza por el Cambio alcanzó 223 diputados (206 del PAN y 17 del PVEM), el PRI logró 211 diputaciones y la Alianza por México 66 (50 del PRD, 7 del PT, 4 del CD, 3 del PSN y 2 del PAS).

Las cifras correspondientes a 2012 nos señalan que la alianza Compromiso por México tendrá 208 diputados del PRI y 33 del PVEM, el PAN tendrá 114 diputaciones y la coalición Movimiento Progresista 135 curules (100 del PRD, 19 del PT y 16 de Movimiento Ciudadano), mientras que Nueva Alianza estará representada por 10 diputaciones.

Como se puede notar, a diferencia de los dos sexenios anteriores, en esta ocasión podría consolidarse una mayoría simple que, sin embargo, requiere de consenso y diálogo para obtener mayoría calificada que le permita al partido gobernante reformas a la Carta Magna.

Ciertamente, hay una diferencia importante que se debe destacar entre ambos escenarios: se ha pasado de un virtual bipartidismo en 2000 (PAN-PRI) a un tripardismo (PRI-PAN-PRD) en 2012, ya que hace doce años el PAN y el PRI tenían mayoría calificada para reformar juntos la Constitución, mientras que ahora el PRI podrá construir ese tipo de bloques tanto con el PAN como con el PRD, dependiendo de la materia de que se trate y en función de las plataformas electorales o de las agendas legislativas de cada partido.

Por cuanto al Senado de la República, en 2000 la Alianza por el Cambio obtuvo 51 escaños (46 del PAN y 5 del PVEM), el PRI 60 senadores y la Alianza por México tuvo 17 senadurías (15 del PRD, una del PT y una del Centro Democrático).

El panorama en 2012 en el Senado es el siguiente: 59 escaños para el PRI, 38 del PAN, 25 del PRD, PT 2, PVEM 2, mientras que el Movimiento Ciudadano tendrá un escaño al igual que Nueva Alianza.

Mi interés en mostrar este comparativo numérico fue evidenciar que el voto ciudadano no es homogéneo y que tiende a diferenciar en su ejercicio, el peso político que otorga a cada uno de los contendientes en la integración de los Poderes de la Unión, en aras de lo que a mi parecer podría manifestar la intención del elector en generar contrapesos en el ejercicio del poder.

Si bien es cierto es una afirmación aventurada, me parece que las cifras comparativas nos permitirían tener indicios que, de analizarse a mayor profundidad, podrían arrojar datos interesantes del comportamiento del voto en nuestro país.

El nuevo entorno electoral se ha diversificado y es más complejo. Ello implica romper paradigmas en su estudio y aproximación no sólo desde el ámbito académico, sino político, tanto para la autoridad, el gobierno y por supuesto, los ciudadanos.

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