Hay dos tipos de reporteros en la conferencia mañanera de López Obrador, los que están en primera fila y les dan hasta 5 turnos a la semana y apuestan por la propaganda oficial y quienes optan por la transparencia y la rendición de cuentas y que en seis meses no han tenido turno.
La propuesta circense de un viaje de despedida al avión presidencial, para pasear a niños pobres, destapó antipatías y furias durante la mañanera.
Son ya desencuentros añejos, y quizá próximos a los golpes y a las amenazas personales, de mantenerse el modelo discrecional.
La discordia se da entre quienes acaparan la primera fila para musitar dulzuras pagadas al mandatario y entre quienes, desde hace años, pese a los bozales del poder, intentan ejercer un periodismo al menos más vigilante.
Unos, los primeros, apuestan por la propaganda oficial y se reproducen como microbios en tiempos de coronavirus, al grado de apropiarse casi por completo de la hilera más cercana al Ejecutivo; los segundos, por la transparencia y la rendición de cuentas, aunque son cada vez menos. Hay quien incluso ha dejado de asistir con regularidad a la cita, “porque esto ya se volvió un montaje, y AMLO sólo apunta a los lambiscones”.
Mientras algunos suman cuatro o seis meses sin la oportunidad de preguntar, otros se regodean con cuatro o cinco turnos a la semana, ansiosos por cobrar las cuotas pactadas…
Ayer, la conferencia volvió a terminar entre zarandeos, advertidos incluso por integrantes del equipo de comunicación social de Presidencia, quienes al final reconocieron la urgencia de enderezar el rumbo de un ejercicio cada vez más asfixiante y viciado, usado para promociones individuales, para amarrar negocios perversos o para sembrar intereses de grupos políticos cercanos a Morena.
Los coordinadores prometieron, al menos, empujar un método para la asignación de turnos más justo, plural, transparente y sin sospecha, opuesto al de ahora, ya controlado por quienes llegan a Palacio Nacional aún de madrugada, dispuestos a rentar su voz por tres míseros pesos; se sientan en lugares estratégicos, apartan lugares, recurren a los gritos y a otras artimañas baratas para captar con éxito la atención de AMLO y rolarse el micrófono. ¿O es acaso un guion teatral ya acordado?
“Ya les hemos dicho que no se valen las gestiones, pero no entienden, ya no sabemos qué hacer, llegan a las cuatro de la mañana o antes. Lo mejor será insacular las preguntas, se lo vamos a plantear al presidente”, dijo una de las jefas de prensa.
Al interior del salón Tesorería se les conoce como “las mascotas del presidente”, “los mimosos” o “la fauna nociva”. En todos los casos es comprobable su pasado morenista o perredista, tanto en gobiernos delegacionales como en ámbitos legislativos; algunos incluso sirvieron como mandaderos de diputados y senadores o acudían a las estaciones de radio o canales de televisión a ofrecer entrevistados, conforme al testimonio de diversos reporteros de la fuente. Otros fueron hasta funcionarios menores, investigados e inhabilitados por corrupción, cohecho y otros actos realizados en pandilla; algunos más han servido siempre a manejos publicitarios o a la venta de espacios “periodísticos” al mejor postor.
En el encuentro de este jueves con el mandatario, predominaron, otra vez, los farsantes especializados, los enviados del soborno y los gestores profesionales: desde quienes solicitan beneficios para grupos o personajes específicos hasta quienes piden sin tapujos ayuda monetaria (chayote) porque no tienen para vivir o les quitaron su casa, o quienes ofrecen sus servicios profesionales a la 4T, “sin costo para el Estado mexicano”.
De entre el festín melcochero, salió la propuesta:
“En nuestra plataforma ha habido una sugerencia, como despedida al avión presidencial, que niños pobres y con discapacidad tuvieran el acceso a éste, que como despedida tuvieran un viaje”, dijo uno de los consentidos, a quien el presidente suele concederle la palabra en momentos de apremio o como una simple concesión sin criterios claros.
Desde la segunda fila, como una reacción derivada del hartazgo compartido por otros compañeros, cuyas muecas y susurros denotaban un desencanto desmedido, a este reportero se le escapó una frase espontánea:
“Tú preguntas puras mamadas”…
“Sí se puede (lo del paseo a los pequeños marginados), porque quien ofreció rentarlo no lo hace con propósitos únicamente comerciales, lo hace para ayudar y estoy seguro que pondrían a disposición horas de vuelo para estas actividades, que los niños puedan volar en el avión presidencial”, se daba vuelo el presidente, mientras el aludido enviaba por WhatsApp mensajes de auxilio al resto de los “mimosos”.
Concluida la conferencia, todos los miembros de la célula rodearon al enemigo, entre arrebatos, acusaciones e insultos. “Vamos a la calle y allá arreglamos todo”, decía uno, mientras otro comenzaba a grabar la escena con su celular.
—¡No grabes!, fue la exigencia.
—Sí voy a grabar, porque lo que se diga contra uno de mis amigos, es como si se me dijera a mí —decía el pequeño hombre, avezado en argucias propagandísticas y conocido en el medio por sus zalamerías desmesuradas. Su distintivo es un moño multicolor y ha sido protagonista constante de memes y otras postales cariñosas.
“¿Quién es tu jefe?, ¿Pablo o Raymundo? Allá afuera lo resolvemos”, hostigaban.
La escaramuza prosiguió en los pasillos, rumbo a la salida de la calle de Moneda ante la mirada incierta de los encargados de prensa. Algunos reporteros, más comprometidos con el oficio, instaron a la calma, aunque en general ganó el disgusto, la decepción: “Esto ya se salió de control. ¿Quién está detrás del incienso o quién está interesado en pervertir de esta manera la conferencia?”. Y todo por la demanda de golondrinas tristes, con chiquillos a bordo, para el avión presidencial…
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