Como en todo régimen centrado en el culto al líder, el de López está obsesionado en establecer una doctrina que lo distinga y, como en todo modelo mesiánico, esa doctrina pretende desechar las previas y presentarse como la realidad hasta ahora oculta, la nueva piedra angular.
En esa labor de revelar την αλήθεια αὐθεντῐκή, la auténtica verdad, López —al igual que Mao o Stalin— intenta establecer su libro rojo, pero con tan mala fortuna —y pocas luces— que carece de originalidad e inteligencia: es un conjunto de distintos ingredientes mal guisados, entre los que sobresalen algunas de las fórmulas fracasadas del estatismo echeverrista, una visión falsa e idílica del liberalismo juarista, un socialismo ramplón que no se atreve a decir su nombre y un moralismo público —que es nocivo para cualquier democracia pluralista—. El bodrio obradorista hace eco de algún lugar común invocado por el autócrata: su evangelio no es más que vino acedo en odres viejos, pero repintados.
La nostalgia del presidente, que parece sacada de algún libro de texto del lopezportillismo, hace que la conferencia mañanera se asemeje a un mal programa de La Hora Nacional de 1978: esa necedad de usar una historia de estampita —errónea y caricaturizada— para justificar la acción de gobierno contemporánea, tiene episodios dignos de pasar a la crónica del ridículo nacional, como el de hacer a Carmelita Romero Rubio esposa de Benito Juárez. Sea por falta de complejo B en la dieta, arterioesclerosis o franca ignorancia, los disparates de López Obrador evidencian que su obsesión con el pasado no responde a un sano historicismo, sino a una añoranza irracional por un pasado que nunca existió. En esa obcecación asnal —como la menciona Almafuerte— se debe adscribir el uso lopista de la cartilla moral de Alfonso Reyes y la invocación de una constitución moral como panacea contra los males de México.
En una deformación de los tres enemigos del alma, López señala como adversarios del pueblo bueno al neoliberalismo, el conservadurismo y la riqueza excesiva (whatever that means). Los tres son avatares del mismo Satán capitalista y corrupto de la escatología de la 4T. Así, el presidente se ostenta como un liberal juarista, pero revestido de la justicia social estatista del nacionalismo revolucionario priista y un contradictorio moralismo gubernamental, mismo que nada tendría que hacer en un modelo de pensamiento que separa lo público de lo privado y que se nutre de las libertades y el relativismo.
El último dislate de esa historia nacional de la infamia es la acusación al neoliberalismo de la ola misógina y feminicida que azota a México, como si el juarismo, porfiriato y priismo no hubieran hecho de la mujer violento empleo y vil despojo, de formas que Sor Juana no hubiera imaginado. En el paroxismo de su dogma, López sostiene que la constitución moral hará que desaparezcan esos males causados por el neoliberalismo.
Y antes de que el presidente conduzca un rezo que diga “del neoliberalismo malo, defiéndeme”, resulta indispensable que los críticos del régimen resalten algunas cosas sobre el discurso obradorista: que el conservadurismo viene del titular del Ejecutivo; que la 4T no es liberal, ni siquiera en su acepción juarista; que la riqueza excesiva, que a López tanto le repugna, es la misma que su gobierno pretende expoliar; que la corrupción no solo no disminuyó, sino que aumenta con ejemplos groseros y burdos; and last but no least, que México jamás ha sido ese lugar moral cuyas narraciones evoca… sino que siempre ha sido un páramo carente de Estado de Derecho.
López ha dicho que, si quisiera darle un nombre a su modelo antineoliberal, sería el de economía moral: en realidad es un sistema copropolítico, con medios y fines que merecen desecharse, como los excrementos intelectuales que son.
Autor
Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.
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