Este 8 de marzo, miles de mujeres fuimos jacarandas en flor. Bajo los árboles de flores moradas de esta temprana primavera, ríos, caudales de mujeres vestidas de morado, blanco o negro marchamos por las calles de la Ciudad de México, mostrando nuestro repudio al machismo que nos ha atormentado toda la vida.
Organizadas por medio de las redes sociales, se hicieron presentes grupos formales e informales. Contingentes de obreras, indígenas, universitarias, de madres de víctimas, de feministas radicales, de madres con sus hijas. Muchas ancianas, muchas niñas. Por supuesto, una mayoría de hermosas jóvenes, mi hija incluida.
El Primer Macho de la Nación
Al tiempo, el presidente de la República daba una muestra más de su misoginia y su desprecio al movimiento feminista. Se fue de la Ciudad de México, a Zacatecas, mientras el Centro Histórico se cubría de pintas llamándolo “macho”, “feminicida” y “represor”. Al día siguiente, el 9 de marzo, no dejó de cavar su tumba política al evadir el tema todo lo que pudo y el martes 10 de marzo se quejó, ¡se quejó!, de que los medios nunca dieron a sus marchas la misma cobertura que la que se dio a la marcha del 8 de marzo. ¡Pobrecito! Además de mentiroso, sensible.
El Primer Macho de la Nación mostró así de qué está hecha la masculinidad frágil: de inutilidad, dependencia del trabajo de la mujer, protagonismo herido, ceguera, paternalismo, desprecio e ignorancia. La frágil masculinidad de AMLO se muestra también en el control que ejerce sobre su esposa, en su forma de dirigirse a las reporteras y en la manera en que trata a las mujeres de su gabinete: como servidumbre, como seres de segunda, como meros adornos para fingir que le importan las mujeres.
Por supuesto, como buen macho, se dice “feminista” y hace que las mujeres de su séquito lo encumbren como tal. El señor cree que USAR a muchas mujeres como subordinadas en su gabinete equivale a equidad de género. Y lo peor es que ellas lo avalan, sueldazo de por medio.
Por eso, era de esperarse que la poderosa marea violeta lo aterrorizara. AMLO tiene miedo. No sólo de la prensa crítica, no. Tiene miedo de las mujeres. Porque algo que define al macho es su atávico miedo a lo femenino, ya que, al contrario de lo que dijo Freud, las mujeres no sufrimos “envidia de pene”.
Los machos, ancestralmente (y los mitos de todas las culturas lo demuestran) sienten un irracional y primitivo pavor por la vulva femenina. No lo digo yo, lo afirman numerosos estudios antropológicos.
Ay, señor presidente.
Beatriz
En una pose de supuesto feminismo, Bety aseguró que ella sería la primera esposa de presidente en renunciar a ser llamada “Primera Dama”. Se presenta aquí y allá en programas de radio y televisión, en entrevistas a modo demostrando su dizque empoderamiento femenino, pero, usualmente, quemándose solita por su gran incultura.
Parecía que se iba a redimir cuando, por medio de sus redes sociales, la semana pasada se manifestó a favor del paro del 9 de marzo. Pero… oh-oh. Su señor esposo dijo públicamente que eso del paro era una artimaña de “la derecha” y “los conservadores” y pues ni modo, mi wera, a retractarse por habladora y desobediente.
Y así, todo el barnicito feminista de Bety estalló en mil pedazos, mientras las redes sociales no le perdonaron que fuera tan sumisa y reventaban en estruendosas carcajadas.
Claudia
Durante sus años de activista política se ostentó como de izquierda y feminista. Mantiene una imagen “progre” en su arreglo personal, siempre que puede asegura que las mujeres son su prioridad y que está en contra de la violencia machista. Pero cada que tiene frente a sí a López Obrador su mirada se llena de embeleso. Siempre que el presidente la elogia o la protege, sonríe estúpidamente. Es una tonta abnegada enamorada de un macho.
Claudia Sheinbaum intentó boicotearnos la marcha, al ordenar el cierre de estaciones del metro claves para el acceso. Ante la intensa presión en redes sociales, reculó y dijo que “en apoyo” a la marcha había ordenado que todas las estaciones del metro estuvieran abiertas, cuando fue ella quien ordenó cerrarlas en primer lugar. No así las estaciones del Metrobús cercanas al punto de encuentro, el Monumento a la Revolución.
Durante su gobierno, Claudia no ha hecho más que idioteces en lo que se refiere al feminismo. Ella fue la causante de la furia de la diamantina rosa de agosto del año pasado, por su insensibilidad y torpeza. Y al momento, seguimos esperando que las cosas mejoren, tal como prometió.
No solo es insensible, es miserable: esta mañana, los nombres de las asesinadas que el domingo fueron pintados en la plancha del Zócalo ya no estaban. Ordenó limpiarlos. Pero queda la memoria, Claudia. La de todos los registros visuales que manifestantes y periodistas tomamos como recuerdo de tu estulticia.
Irma
Otra de las súbditas de López Obrador. Su rottweiler. Corrupta, cínica, sardónica, Irma Eréndira Sandoval defiende, por órdenes de AMLO, al muy corrupto y también misógino Manuel Bartlett Díaz. Es esposa de John Ackerman, quien dedica su muy considerable talento mediático para ensalzar al Primer Macho a niveles deleznables.
Irma se ha atrevido a afirmar que López Obrador es el presidente “más feminista” de la historia de México, insultando así a millones de mujeres que sufren violencia; a miles que somos conscientes de la naturaleza del machismo y de lo que es el feminismo. A todas las que sabemos que un grupo de mujeres lideradas por un hombre es la antítesis misma de lo feminista.
Ella, por supuesto, pone por encima su cargo público y ejerce un remedo de discurso de género que no, no engaña a nadie.
Patricia
Durante mi labor periodística en la marcha pude platicar con Patricia, mujer de 56 años que accedió dulcemente a una entrevista y que, luego de unos minutos me dijo, llorando, que ella acude a todas las marchas acompañada de su hija. Que su primera vez manifestándose fue después del feminicidio de Lesvy, la joven asesinada por su expareja en Ciudad Universitaria, cuya memoria las autoridades de la UNAM intentaron enlodar.
Patricia me contó que su primer abuso sexual lo sufrió a los 10 años, cuando un sujeto se paró a su lado en el metro y eyaculó sobre su ropa. Criticó duramente, con lágrimas en los ojos, la indiferente actitud del presidente Andrés Manuel López Obrador ante la violencia que sufrimos las mujeres y también su ineptitud en el manejo de la economía que ha dejado a tantas personas sin trabajo.
Patricia platicó conmigo 6 minutos. Tristemente, el video de la entrevista se dañó en mi celular y no puedo compartirlo con ustedes. Era un documento maravilloso. Gracias por platicar conmigo, Patricia.
Mujeres periodistas
La marcha fue convocada a las 2 de la tarde. Mi compañera Alejandra Escobar y yo llegamos antes del llamado, recorrimos las calles y todo parecía agruparse en perfecto orden. A la 1:55 se nos cayó el internet y durante casi cuatro horas estuvimos con la señal sumamente restringida. Durante largos periodos tampoco se podían hacer llamadas.
Preguntando y escuchando, pudimos constatar que a todas las presentes les sucedió lo mismo. Por ese motivo, nuestra planeada cobertura en vivo se frustró, pero aún así, recogimos testimonios, videos y fotografías de lo que fue la marcha feminista más significativa y poderosa en la historia del país.
Quedamos prácticamente a la retaguardia de la marcha. En cierto momento nos separamos. No sabíamos que mientras estábamos todavía en las cercanías del Monumento a la Revolución una compañera periodista de El Universal y una mujer policía resultaban lesionadas por bombas molotov. No teníamos acceso a la red.
Otra compañera periodista, de El Heraldo de México, informó que fue testigo de que entre los atacantes se encontraban hombres encapuchados.
Yo fui testigo de la presencia de hombres entre quienes vandalizaron el Caballito de Sebastián. Los vi muy de lejos. Esto me fue confirmado por mi compañera aquí en etcétera, Regina Freyman quien también los vio.
Mi amiga Ana Luisa Arenas me informó que ella vio hombres encapuchados a la altura del Hemiciclo a Juárez. Sin embargo, la narrativa en todos los medios señala que se trató de grupos radicales compuestos exclusivamente por mujeres.
Mariana
Es mi hija. Fue su primera marcha. Mariana, como todas, ha sufrido acoso y violencia de parte de varones machistas. Tiene muy claro de qué trata todo esto y es ella quien con frecuencia aclara mi mente con respecto a lo central.
Es mucho más firme y segura de lo que yo era a su edad y no soporta ni un solo desplante misógino de nadie. Se burla de los argumentos tramposos del tipo “a los hombres también nos matan” o “esto no es una guerra de hombres contra mujeres”. Es clara defensora del derecho a decidir sin que yo haya dirigido jamás su opinión, ya que mi convicción feminista me obliga precisamente a dejar que cada mujer se autodetermine.
El domingo, con todo el nerviosismo del mundo, accedí a que se uniera a un contingente, Las Rosas. Se las “encargué mucho”, puesto que yo tenía que trabajar. Ella estaba exultante, feliz y fue recibida con una gran calidez.
Y aquello se llenó más allá de toda expectativa. Durante alrededor de dos horas no supe donde andaba y mi imaginación me empezó a jugar malas pasadas. De manera pavorosa, me imaginé buscándola por hospitales, delegaciones, Ministerios Públicos, circulando su foto en grupos de Whatsapp y todo eso por lo que pasaron tantas de las mujeres que marchaban junto a mí.
No había señal de teléfono, ni red, no entraban las llamadas. Durante casi una hora la esperé de pie sobre el pedestal de un monumento en el entronque de Reforma y Avenida Juárez hasta que pasaron todos los contingentes. Nada. Entonces, bajé y corriendo por la banqueta avancé hasta, por fin, localizar su grupo. La chica que lo encabezaba me reconoció. “Por ahí anda su hija, señora”. Pero yo no la vi. Le grité y nada. Todas me dijeron lo mismo: “aquí estaba hace ratito”. Mi alma quedó congelada. Me obligué nuevamente a moverme. No miento si digo que pensaba en las madres que no se dan permiso de descansar, buscando a sus hijas.
Avancé junto con ellas, íbamos frente a la Alameda. “¡Están soltando gases lacrimógenos!”, dijo una chica. Alcé la mirada y pude ver, de lejos, a una policía apagando una quema con un extintor. “No”, le dije. “Son gases de extintor”. Me quité el pañuelo morado del cuello y saqué mi botella de agua. Lo humedecí y me lo amarré para cubrir nariz y boca. “Chicas, mojen sus pañuelos”, les grité.
Reaccionaron de inmediato. Tomaron mi botella y la pasaron entre varias. Se cubrieron. Busqué otro poco y decidí avanzar más, dejando el contingente atrás. Caminé eternos minutos y llegué a una banca en la Alameda. Seguí marcando cada tres minutos al celular de Mariana. Vi, al pie de un árbol, una muñeca hecha de pantimedias, tirada, representando una de nuestras niñas muertas. Lloré de angustia.
Mi razón me decía que no había motivo para que mi hija estuviera extraviada. No hay lugar más seguro para una mujer que una marcha feminista. Volví a caminar. En tanto, observaba, tomaba fotos y videos. Por fin, llegando a Eje Central, entró la llamada. Ella estaba bien. Tuvimos que cortar y volver a marcar siete veces más para entendernos. Quedamos de vernos en el Zócalo.
Ahí encontramos también a Alejandra. Mariana se trepó a una tarima para mirarlo todo desde arriba. Iba y venía para informarme de sus observaciones. Se rio cuando le dije que de las rejas de la Catedral colgaban brasieres y que un señor estaba muy enojado tratando de quitarlos.
Seguimos viendo, grabando, fotografiando. Fuimos a cenar y de regreso, pasamos de nuevo por el Zócalo, ya de noche. Casi vacío ya, se celebraba una velada. Los nombres de las asesinadas pintados en el piso brillaban a la luz de la luna. Una cruz rosa estaba amarrada al asta y más muñecas hechas de medias reproducían la crueldad de los cuerpos mutilados.
Lentamente, volvimos, andando de nueva cuenta la Alameda. Vimos cómo muchas pintas ya habían desaparecido, gracias al afán del gobierno de no dejar ni rastro del paso de la marea violeta, tan ofensiva a la “Cuarta Transformación”.
Mariana iba feliz como pocas veces la he visto. Me regañó por haberme preocupado y me dijo que todo el tiempo estuvo perfectamente. Seguía platicando y platicando, como siempre hace que está contenta. Contenta de haber aportado a corregir una injusticia. ¿Hay mayor satisfacción?
De repente, me abrazó fuertemente y me dijo.
–Ay, mamá. ¡Me siento tan realizada!
Y nos fuimos a casa.