No esperaba nada de AMLO –nada- en el mensaje de ayer y aun así fue imposible no enojarme.
¿Qué dijo? Nada. Nada que sea un plan para lo que tenemos enfrente. Debió ser algo como lo planteado por Ricardo Becerra (economista de izquierda) y eso no es lo que leyó el presidente. No creo que corrija en los próximos días, pero pase lo que pase, es válido concluir hasta este momento: López Obrador se planta ante la crisis manco del lado izquierdo y sin responsabilidad de Estado.
Hubo en su discurso, por estar todo eso en su cabeza, un mejunje de grilla fuera de lugar, patrioterismo, ceguera, confusión, ignorancia e inercia neoliberal. La competencia –en el doble sentido- de nuestro presidente está hasta abajo, allá donde escupen y chapotean Trump y Bolsonaro. Así como no es Hidalgo, Madero ni Cárdenas, AMLO no es Roosevelt. Éste es un apellido más que respetable; López Obrador lo cita mientras lo deshonra (no hay que esperar que los fanáticos obradoristas sepan dónde queda su dios si se le compara con FDR: los fanáticos son ignorantes por definición; alguien que grita a los cuatro vientos que está 100% con AMLO siempre está diciendo que estará con él sólo creyendo, sean cuales sean los hechos, sin pensar sobre ninguno de ellos, como en una religión).
López Obrador no carece de ignorancia sobre Roosevelt, pues no es un conocedor de la Historia sino un creyente manipulador de los héroes de historieta; de lo que carece es otra cosa: visión de Estado y de izquierda. Por lo mismo, no sabe aquello que sentenció Keynes: “el auge, no el bache, es el momento correcto para la austeridad”. O no lo sabe o no lo entiende. México no estaba ni está en auge, pasó de un bache grande a uno mayor. Y así vimos ayer al presidente “de izquierda” neceando sobre la austeridad como lo haría el peor de los neoliberales. No es la eventual austeridad justificable con Keynes, no, es un dogma que ha viajado de la retórica total a una parte de la práctica pejista: austeridad, austeridad, austeridad. Austeridad, no invertir sino ahorrar, deuda jamás. Todo junto con gastar sólo en lo que ya quería el presidente sólo porque sigue queriéndolo. Puede sonar correcto a oídos tan maltratados como los mexicanos, pero es equivocado. No es la solución a esta crisis. Parece que el neoliberalismo está muriendo a lo largo del mundo pero no en México. Aquí, gracias a López Obrador, se adelantó su muerte en el discurso, no en la realidad. Este neoliberalismo populista, o este raro populismo neoliberal, sigue vivo. Seguirá haciendo mal.
Algunos siguen insistiendo en que AMLO es la peor izquierda, una izquierda extremista, o un chavista, o un simple hijo de Echeverría. No se han dado cuenta de que el nuevo presidente es tan viejo como original, la mezcla de priismo con un tanto de neoliberalismo y otro tanto de populismo. Lo viejo nuevo del PRI, o lo nuevo viejo del PRI. El discurso pro-austeridad de López Obrador es el noviazgo enfermo de retórica populista y asimilación neoliberal. En ciertos casos hace lo que los neoliberales pero regalando a los medios y “las redes” un discurso con moño popular.
Rumbo al final, un poco más del gran Keynes: “Los economistas se delinean una función, aparentemente sencilla, que es inútil en épocas problemáticas cuando sólo nos pueden decir que una vez que ha pasado la tormenta el océano estará plácido nuevamente”. El pequeño AMLO se parece a esos economistas. No es lo que sus fanáticos creen. Su discursito del 5 de abril de 2020 pasará a la Historia como decepción para unos, revelación para otros y engaño a los de siempre. La pieza es un mamarracho. López Obrador es un mamarracho presidencial. Ya era un mal presidente, ayer se graduó como uno pésimo.
Vean bien la foto que acompaña a este texto… Es una metáfora casi perfecta del gobierno obradorista: la soledad del autoritario –esa soledad que es la sombra de dictadores y también de otros autoritarios como AMLO-, el vacío de colaboradores, la pequeñez del presidente mamarracho. Pequeño, cada vez más pequeño.
