Ha sido recurrente preguntarnos cómo vamos a salir de la crisis por el coronavirus. Viendo el tamaño del problema se presume que debieran cambiar nuestras vidas, pero vemos difícil que muchas cosas puedan ser diferentes en cuanto a la convivencia.
Quizá sin darnos cuenta estamos en medio de un proceso de cuestionamiento profundo respecto a nuestras vidas y a lo que hacemos de ellas.
En plena crisis ha sido materialmente imposible atemperar los ánimos. Las confrontaciones en las redes no han parado y así como es criticable la defensa a ultranza que se hace del Presidente al grado de llamarle “santo”, es brutal que haya grupos que a través de las redes estén confrontando y desacreditando todo, llegando incluso, en el absurdo, a pedir la renuncia de López Obrador.
Cada vez que lo hacen terminan por darle la razón al Presidente. Si bien es cierto que el Ejecutivo no ha bajado un ápice su tono confrontativo, también es cierto que las críticas hacia él y su gobierno cada vez tienen más tintes clasistas.
En el día después de lo primero en que hay que pensar es en trabajar decididamente en un proceso de conciliación. Es paradójico que en medio de la crisis en la que estamos no podamos bajarle “unas rayitas” a la confrontación.
Todo lo que estamos viviendo tiene consecuencias. Una de las más graves es la división que seguimos teniendo y que nos está llevando a no tener puertas de salida para entendernos, la confrontación se ha ido enquistando.
El año político que tendremos en el 2021 puede ser una caja de pandora. La oposición está perdida y Morena va perdiendo fuerza. Es claro que si se empieza a presentar una tendencia a la baja en popularidad de López Obrador a quien primero le va pegar es a Morena.
A esto sumemos que en algunos estados gobernados por el partido los problemas y los desfiguros son constantes, vea lo que pasa en Puebla y Morelos.
El panorama puede ser brutal, atomizado y bajo una suerte de todos contra todos. No está fácil que el Presidente pueda retomar sus niveles de popularidad en el corto plazo como los tenía hace un año, por más que si algo sabe es reinventarse.
Las elecciones del año que entra van a ser la opinión vía sobre el desempeño del Presidente, lo cual va estar marcado por filias y fobias y por la sistemática confrontación en la que tiene mucho que ver él y su gobierno.
Quizá no se perciba que en medio de la crisis de alguna forma estamos construyendo el futuro y quizá también nuevas formas de convivencia. El mantenernos guardados nos va haciendo conscientes del valor de nuestro entorno, de nuestra libertad para entrar y salir, y para entender que socialmente vivimos cargados de pendientes y con una mayoría bajo la adversidad.
Hemos ido avanzando en la crisis por el Covid-19. Junto con la Semana Santa estuvimos en buena parte del país guardados, la excepción terminaron siendo algunas pequeñas comunidades y los mercados de mariscos. Avanzamos, pero también avanza el coronavirus y habrá que entender, según la información oficial, que ahora sí vienen los días más difíciles.
Existe una demanda colectiva de que los actores políticos, en este caso el Presidente y los empresarios, se entiendan.
López Obrador sabe que sigue caminando por la libre. No tiene oposición enfrente, tiene un poder real y legítimo al cual sistemáticamente apela. Sin embargo, está enfrentando el momento más difícil de su gobierno, se le aparecieron dos temas que le cambiaron su esquema: las mujeres y el coronavirus.
Insistimos, sin darnos cuenta estamos construyendo nuestro futuro, la cuestión está cómo lo queremos y vale la pena empezar a imaginarlo.
RESQUICIOS.
Es tiempo para empezar a reconocer al personal de salud que con vocación y capacidad está haciendo un esfuerzo mayúsculo y también es tiempo de protegerlos y defenderlos. No sé que esperan para hacer una campaña en redes y medios; para ello tienen todavía, insisto todavía, los menospreciados tiempos oficiales.
Este artículo fue publicado en La Razón el 13 de abril de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.