Desde hace muchos años defiendo la participación abierta del sector privado en la política, como cualquier otro actor que persiga fines lícitos. Pero para ello necesitan entender los procesos políticos, conocer a los actores y desarrollar capacidades estratégicas. De lo contrario, siempre estarán a merced de los partidos y a la defensiva de un gobierno que, apoyado en los lugares comunes del nacionalismo revolucionario, los presenta como los malos de la película. A ese proceso de aprendizaje y empoderamiento lo he llamado “invertir en política”.
Esta semana vimos un incidente sobre lo mucho que falta en algunas organizaciones empresariales para plantear una alternativa política sólida. El pasado martes 28 el presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana, Gustavo de Hoyos, anunció por Twitter la designación de Javier Lozano Alarcón como vocero para la defensa del Estado de Derecho. Ante las reacciones desatadas, la decisión se revocó, dejando al ex secretario de Estado como la zorra de las uvas de Esopo.
Asumiendo que es necesario, ¿cuáles son los retos de un vocero en estos momentos? ¿Por qué muchos aseguramos que Lozano hubiera sido un desastre? ¿Qué se necesita en estos momentos? Vayamos por partes.
El sector privado tiene ante sí a un comunicador que domina las emociones del espacio público, sean positivas o negativas, a través de un discurso de polarización: Andrés Manuel López Obrador. Cualquier cosa que diga despertará una reacción de cualquier tipo, y él lo sabe. Los empresarios son uno de tantos hombres de paja que presenta para justificar su discurso – con el problema que también son perjudicados por sus decisiones y omisiones. ¿Qué se debería hacer? No solo proteger los intereses del sector privado, sino plantear una alternativa: la simple reacción fortalece al presidente ante sus seguidores y puede hacerle ganar más simpatizantes mientras haya a quién culpar.
Bajo esta premisa, la designación de Lozano era el mejor regalo que se le podía dar al presidente: un vocero “entrón” que terminaría justificando todos los prejuicios que plantea un día sí y otro también en sus conferencias mañaneras. ¿Conoce Lozano los oficios de la vocería? Juzguen ustedes su desempeño durante la campaña presidencial de José Antonio Meade, en 2018.
Entiendo que para muchos era un acierto poner a un vocero agresivo frente a un presidente patán, pero en realidad habría contribuido a hacer a los empresarios más odiados por las masas en vez de ganar simpatías para el sector privado. Sin embargo, hubieran sido un espectáculo ameno.
¿Ya está lo suficientemente radicalizado López Obrador? Imaginemos un escenario de crisis económica grave como el que se avecina, y de pronto el presidente comenzase a expropiar empresas y perseguir abiertamente a “los fifís”. Alguien con el estilo de Lozano simplemente ayudaría a reforzar el odio que fomenta el presidente hacia los empresarios. Especialmente si su imagen tiene más negativos que positivos, incluso entre quienes no simpatizan con el ejecutivo.
¿Qué se necesita entonces? Si la confrontación directa sólo beneficia a quien tiene el monopolio de las emociones y la lógica no tiene muchas posibilidades de triunfar ante la polarización, la única ruta de salida es tejer una alternativa que, al menos, sea tan atractiva como lo que se tiene. Sólo de esa forma se puede movilizar apoyo al sector privado y ganar la imaginación de los indecisos.
Sin embargo, es imposible plantear una alternativa desde el desprestigio que dan los estereotipos y la inacción. Es preciso, antes de convencer, hacer una autocrítica: la liberalización económica no trajo prosperidad en parte porque se mantuvieron esquemas de compadrazgo poder-negocios. Se sigue creyendo que un “entrón” es mejor que un estratega en las relaciones con el gobierno. Hay que ceder en temas como acceso a mercados y competitividad. Es la única forma de recuperar la credibilidad.
En este marco el vocero debe ser, al menos, bien visto por todos los frentes. Eso no implica ser “tibio” o “queda bien”: significa tener el reconocimiento suficiente para, al menos, ser escuchado por todos. Y eso no lo podía dar Lozano.
Una vez más, la política es un juego que requiere inteligencia, visión táctica, información y sobre todo, cabeza fría. Es momento para invertir en política.