A dos años de su contundente triunfo López Obrador asegura que dos asuntos le han “dolido muchísimo”: la explosión en Tlahuelilpan y la pandemia.
Los temas han pesado profundamente también en el ánimo social. En la explosión quedó al descubierto la corrupción, imprudencia y paradójicamente las innumerables necesidades de mucha gente.
En el caso de la pandemia, llegará el momento en que en medio del dolor, que no termina, se haga un balance sobre los tiempos y la estrategia por los que el Gobierno optó para enfrentarla.
En ambos casos hay muchas preguntas sin responder. Sigue siendo cuestionable el hecho de que en Tlahuelilpan no se alertara a la gente y no se supiera con antelación lo que estaba pasando con el ducto. Sobre la pandemia hay preguntas que requieren de tiempo para responderse, las cuales deben partir de una autocrítica gubernamental. El Presidente destaca con razón estos acontecimientos por lo que significa la muerte de muchas personas.
Con Covid-19 hay signos inquietantes que hacen ver al Gobierno insensible ante la muerte. Lo hemos referido en el Quebradero, pareciera que lo importante es responder con números sobre fallecimientos de personas con nombre y apellido y con familias y amigos que se han quedado sin los suyos.
En el inventario de asuntos que ha enfrentado el Presidente ha roto esquemas y efectivamente ha afectado intereses. López Obrador no ha dejado pasar un solo minuto para ejercer su gobernabilidad. A los dos días que ganó le pasó por encima a Peña Nieto, quien materialmente desapareció, para empezar a dirigir el tránsito como si ya fuera Presidente.
Sin embargo, en otros asuntos se ha mostrado taciturno y por momentos contradictorio. Sigue siendo un dolor de cabeza para el país el tema de seguridad y la economía, le gusten o no al Presidente los indicadores para medirla.
El gran reto está en el futuro inmediato, porque no hay indicios de que llegue en el corto plazo la recuperación, con todo y el discurso propositivo que nos rodea al que a diario persigue la terca realidad.
Han sido dos años frenéticos. La sociedad mexicana tiene a López Obrador como su único referente. El Presidente ha sabido colocarse en el centro y también convertirse en el factor y como uno de los ejes de la polarización.
En esto no hay casualidades, cuesta trabajo pensar que sea gratuita la estrategia con todo y las consecuencias que va provocando. Por lo pronto, no se alcanzan a apreciar otros motivos que no sean el de utilizar a la polarización como extensión de la gobernabilidad.
López Obrador deberá considerar las consecuencias que tiene provocar la polarización. Cuando se viven escenarios tan encontrados los procesos de reconciliación son de enorme complejidad y sobre todo requieren de tiempo para conciliar, sin perder de vista que los enfrentamientos son profundamente riesgosos y pueden llegar a ser violentos.
Lo que no hay que perder de vista es que López Obrador responde a lo que la mayoría de la sociedad mexicana quería en su momento. La votación se definió entre el hartazgo de gobiernos panistas y priistas y los proyectos rentables que ofreció, al tiempo que la sociedad decidió que en función de la historia política del tabasqueño era su oportunidad.
Han sido dos años de muchas contradicciones en que la construcción del presente está augurando un futuro indescifrable.
Han sido dos años en que la esperanza es una montaña rusa y todo indica que será el signo de los próximos 4 años. Lo que es definitivo es que no se puede vivir sólo bajo el amparo de una esperanza que va siendo cuestionada.
RESQUICIOS.
La investigación sobre la desaparición de los normalistas en Iguala fue irregular desde el inicio. Muchos testimonios probablemente sean ciertos, lo que los pone en duda es la forma en que se obtuvieron. No hay que generar tanta expectativa, porque la detención de dos personas no termina en automático con la odiosa pero atendible “verdad histórica”.
Este artículo fue publicado en La Razón el 1 de julio de 2020, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.