Para AMLO los mexicanos tenemos de dos sopas. O apoyar al régimen corrupto del PRIAN o apoyarlo a él. Este es el dilema que nos plantea casi todos los días. Con esa narrativa piensa llegar a la elección en el 2021.
El jueves calificó como defensores del corrupto régimen del pasado a los 30 intelectuales que firmaron un desplegado donde critican la centralización del poder, el mal manejo de la pandemia y la erosión institucional, y piden una amplia alianza electoral para tener un país más plural y con contrapesos. Todos los firmantes del documento también fueron críticos del gobierno anterior en uno u otro sentido. Incluso cuando AMLO era un empleado del gobierno de Miguel de la Madrid, muchos de ellos ya buscaban la democratización del país.
La gran mayoría de sus críticos apoyamos su principal bandera, la lucha contra la corrupción. Estamos hartos de ella y no queremos ver estafas maestras como las del pasado. Se trata no solo de traer a México a un prófugo de la justicia, Emilio Lozoya, lo cual celebro, sino de hacerle un juicio honesto y transparente. Pero el objetivo del gobierno es otro: es recordarles a los mexicanos la corrupción del PRIAN y reducir el debate público al dilema AMLO vs. la corrupción del pasado, por más que él carga con sus propios corruptos.
Lo más irritante es ver políticas gubernamentales que tienen un altísimo costo para el país, las cuales nos venden como si fuera el precio inevitable a pagar para cumplir con la transformación prometida en la campaña electoral. No es así. Para combatir la corrupción y poner fin a la impunidad no hay que aceptar los muertos en exceso por una pésima estrategia contra la pandemia; ni hay que hacer fuertes recortes presupuestales que dejan sin computadoras a los funcionarios públicos. Todo se confunde en la retórica, pero no tiene relación una cosa con otra. Incluso se dijo que los ahorros por erradicar la corrupción permitirían ampliar el gasto público. ¿A dónde se ha ido el dinero de la corrupción?
Con toda proporción guardada, no estamos como cuando Winston Churchill, primer ministro del Reino Unido, decidió enfrentar a Hitler. Entonces hubo que hacer una serie de sacrificios, poner en riesgo la vida, redirigir la economía a la producción de armamento, racionar alimentos y otros insumos. Sin esos costos, no se podía ganar la guerra. ¿Qué es lo que justifica, ahora, dejar al Estado tan raquítico que no pueda cumplir con su principal función, que es servir a los ciudadanos?
La personificación del poder dificulta saber si no se están gestando nuevamente escándalos de corrupción. Sobran las notas de prensa respecto a contratos asignados no a quien ofreció el servicio más barato y eficiente, sino a alguna empresa de reciente creación y con relaciones cercanas con algún miembro del gobierno actual. No pasa de la nota de prensa porque los contrapesos no se activan ante estas historias. La oposición está desarticulada y la hasta hace un año agresiva Auditoría Superior de la Federación en la revisión de la última cuenta pública del gobierno de Peña Nieto no ha presentado el análisis de la cuenta pública del año pasado, bajo pretexto de la pandemia de coronavirus.
Por 19 meses AMLO ha tenido todo el poder para construir un país más justo y con menos marginación y pobreza. La pandemia pudo haber sido una oportunidad para llevar a cabo una política de apoyo a los que más lo necesitan de manera inteligente y honesta. Prefirió hacer lo mínimo. Ni siquiera en una emergencia como la que vivimos hoy hemos visto a AMLO preocupado por el sufrimiento y muerte de la gente ante el virus, sino solo en seguir polarizando para poder construir y contar su cuento.
AMLO vive de presentar falsos dilemas. El verdadero dilema es por qué no puede ser el suyo un gobierno transparentemente honesto y competente a la vez. Ésta es la opción que debemos exigir esté en el menú.
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