La política del bravucón. Ésa que, a pesar de lo que la realidad expresa, se aferra a la alternativa que le resulta más cómoda, acaso una más a “su altura”. La Casa Blanca prepara ya la transición, aseguró ayer el secretario de Estado, pero rumbo a un segundo mandato de Trump. El mismo presidente afirmó que cuando comiencen a llegar los resultados, estado por estado, la próxima semana, las tendencias cambiarían y él, a pesar de la enorme diferencia, ganaría. Aunque sepamos todos que eso es matemáticamente imposible. Se ha encargado de presionar dentro de su gabinete y del Partido Republicano para que sigan su narrativa. Ya lo dijo Mike Pompeo, ya lo ha dicho también el líder en el Senado, Mitch McConnell. Nada que sorprenda. El pataleo ha sido siempre una marca en el republicano. Cuando pierde una elección, cuando lo acusan de no pagar impuestos o cuando lo señalan de casi extorsionar a un país. Estos últimos cuatro años, Trump ha jugado con dos mismas cartas, la del pataleo y la de la realidad alternativa.
Así ha sido la “era Trump”, con confrontaciones en varios frentes, incluso previo a la pandemia. Se enfrentó con el resto de los líderes del G7, cuando aquella foto histórica donde Angela Merkel lo mira, como madre que espera que el niño coma su sopa, y él, Trump, sentado con mirada retadora y brazos cruzados. El presidente de EU no quiso firmar una declaratoria conjunta en ese entonces, ya se había envalentonado ordenando aranceles a México, Canadá y la Unión Europea, ahí se abrió el paso para el desdén a otros mandatarios. A la misma Merkel le negó la mano. Lo hace también con nuestro país, no sólo cuando amagó en varias ocasiones con romper las negociaciones del T-MEC, también cuando amenazó con consecuencias si nuestro país no evitaba la llegada de las caravanas migrantes a su frontera sur o cuando, al tercer día de su mandato, firmó una orden ejecutiva para construir el muro fronterizo; lo hace insistentemente cuando no deja de insistir que pagaremos por él, a pesar de la tersa relación que presume con López Obrador.
Acusaciones de acoso sexual de al menos 26 mujeres, todas negadas por él, a pesar de la evidencia y testimonios que dan algunas afectadas. Realidad alternativa. Aunque su abogado aceptó que pagó a actrices del cine para adultos para acudir con Trump, fake news.
Absuelto en su juicio político, se cantó inocente, no porque el Senado, quien lo enjuició, fuera republicano, sino porque insiste en que no cometió delito alguno, a pesar de la transcripción de la llamada. Inocente, realidad alternativa. Lo mismo cuando el primer intento por someterlo a un impeachment. En la investigación por la trama rusa no se encontraron elementos suficientes, pero indicios de actos ilegales sí aparecieron. Para Trump fue una sentencia que lo exoneró, no se ha enterado que cuando deje de ser presidente los delitos no habrán prescrito y no tendrá fuero.
El republicano tiene un récord de 200 tuits en un solo día. El que ha hecho de Twitter su vía de comunicación. La usa a diario. No importa lo que se reporte en los medios o lo que digan sus colaboradores, para él lo único que vale es lo que publica ahí. Al menos seis funcionarios de alto rango se enteraron con un trino que su trabajo ya no era requerido. La velocidad y la inmediatez lo hacen saltarse cualquier tipo de filtro y a su equipo de asesores, que no ha reparado en las 17 mentiras que escribe en promedio cada día, según lo ha documentado The Washington Post. A Trump no le importa que sea verdad, le importa que lo que expresa tenga un eco exponencial. El viejo adagio: una mentira dicha muchas veces se convierte en verdad. Por eso construyó su carrera política a base de “realidades alternativas”, porque así es como las llama. Por eso se aferra a la narrativa del fraude. Las fake news, ésas son otras, son las que buscan perjudicar. Sí da aliento saber que esa era está por terminar.
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