Un desfiguro recurrente de la idiosincrasia mexicana lo encuentro en su búsqueda por justificar la infracción de la ley porque el otro lo hace también, porque no queda de otra o porque hay que procurar justicia de la manera que sea. Por eso tienen fama las epopeyas literarias e incluso cinematográficas, los mitos y las leyendas de los hombres que obligados por las circunstancias hacen justicia. "Chucho el Roto" tiene su arrastre en las preferencias del respetable, igual que Robin Hood o el Subcomandante Marcos apenas a mediados de los noventa pasados. Esas expresiones justicieras se emparentan con su opuesto al que dicen perseguir y entonces en vez de exigir el fortalecimiento del Estado de derecho se convierten en aliados de su debilidad. Creen que este es un tema de experiencia personal, impotencia y desesperación, aunque, en realidad, exhiben su aceptación porque la ley se transgreda nada más que ellos lo hacen con fines éticos y los otros no; por eso Rambo, entre otras fantasías histriónicas, tiene buena presencia en la taquilla. Y entre todo ese amasijo de emociones hay otros extremos que se juntan: la derecha y la izquierda más encendida e ignorante que declaran el Estado fallido o lo culpan ("esto es culpa del Estado") en vez de participar del reclamo ciudadano para que la autoridad en todos sus niveles se haga cargo de su responsabilidad y para que desde las instancias legislativas haya un diseño normativo que enfrente a la inseguridad. Pero no, esas prácticas ideológicas asumen una posición similar a la de promover la corrupción al fin el Estado es corrupto o si al delincuente no se le castiga entonces lo hago yo, aunque yo mismo viole la ley para hacer justicia. Sí, es el síndrome de "Chucho el Roto", otro aliado de la impunidad sólo que éste con nobles fines.