Argumentado “nuevas lógicas en la comunicación” en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) decidieron despedir a la maestra Beatriz Barros Horcasitas, quien se encargaba, precisamente, de la dirección general de comunicación social.
Barros Horcasitas tiene una larga trayectoria y es respetada, y además había trabajado en la CNDH cuando la fundó el doctor Jorge Carpizo en los años noventa.
A diferencia de muchos integrantes del equipo de Rosario Piedra, la ex funcionaria sí cuenta con experiencia.
El trato que le dieron fue injusto y para colmo le señalaron que sólo había sido contratada por tres meses, ya que se encontraba “a prueba”. Menuda forma de violar derechos tienen en una institución que se dedica –o lo hacía—a defender derechos.
La maestra Barros Horcasitas inclusive escribió una carta abierta al presidente Andrés Manuel López Obrador narrado lo ocurrido y mostrando su decepción con lo que ella creía sería una forma distinta y mejor de encarar los retos que enfrenta México.
Lo que pasó con Barros Horcasitas es solo una muestra del proceso de descomposición en el que se encuentra la CNDH y que tiene mucho que ver con la idea de que hay que desmontar todo lo que se hizo en el pasado, inclusive lo que funcionaba.
Hace unos días le preguntó el periodista de Milenio, Alejandro Domínguez, a la presidenta de la CNDH sobre la recomendación del caso Ayotzinapa que emitió su antecesor, Luis Raúl González Pérez. Piedra Ibarra confesó que no la había ni leído y esto sorprendió porque desde hace meses se dedica a la descalificación el contenido y los alcances de una de las investigaciones más rigurosas sobre un hecho criminal de esa magnitud.
Es más, si se cumpliera esa Recomendación, se ayudaría a que el caso de los 43 estudiantes no se desvanezca en un mar de impunidad.
En efecto, una de las explicaciones del atolladero en que se encuentran diversas instituciones, tiene que ver con la soberbia, con la falta de institucionalidad.
Por momentos sospecho que la designación de Piedra Ibarra, saltándose la legalidad en el Senado, tuvo la finalidad de que ocurriera lo que está ocurriendo.
Al fin y al cabo, en la narrativa oficial la CNDH forma parte de ese pasado réprobo y lejano al pueblo que ahora se encarna desde el poder mismo.
Triste asunto, porque la CNDH era una de las instituciones más eficaces y competentes, con un prestigio que se explica en sus recomendaciones, como aquellas de Norma Corona, Aguas Blancas, Ernestina Ascencio, la masacre de El Charco, las generales sobre seguridad –sí, el ombudsman se ocupó del tema de modo reiterado–, las del programa de personas desaparecidas, que entre otras cosas motivó un amplio informe, y las de migrantes. Están ahí, solo es cuestión de leerlas, no es fácil, pero es lo mínimo que debiera hacerse.