En 2019, consideré que Estados Unidos colocaba a México en una posición imposible de cara a la crisis migratoria y que, pese a la crítica unánime de la oposición, y a mis propias y graves reservas morales, el gobierno federal hacía lo correcto en ceder a las presiones y amenazas de Trump, so pena de colapsar una relación política y económica indispensable para la subsistencia de México. Y así lo publiqué.
Ese mismo año, condené la decisión presidencial de desaparecer el Fonca, así como el discurso criiminalizador de la comunidad cultural enarbolado tanto por la secretaria de la Función Pública como por varios legisladores de Morena. Pero también saludé los esfuerzos de la secretaria de Cultura por convencer a su jefe de conservar una figura jurídica para el financiamiento público a la creación. Y así lo publiqué.
Retrato del doctor Gachet, Van Gogh 1890
Creo que la política del gobierno federal, y de su mayoría en el Congreso, con respecto al salario mínimo es un acierto. Y así lo he publicado.
Como se verá, he podido dedicar casi mil 600 caracteres a las cosas que me parece que el gobierno actual y su partido han hecho bien, y consagrado varias cuartillas –deben sumar una decena– a su lectura favorable.
No puedo negar, sin embargo, haber escrito acaso centenas de miles de caracteres, en cientos de páginas, sobre todo aquello de este proyecto de gobierno que, a mi juicio, es lesivo para el país. Haré una lista no exhaustiva: su sistemática destrucción y/o cooptación de órganos autónomos, su desdén por el debido proceso y el Estado de derecho, su centralización del poder y el presupuesto, sus ejercicios de simulación anticonstitucional de democracia directa, su rentabilización electorera y propagandística del dinero público, sus frecuentes (y denegados y tolerados) episodios de corrupción, su rechazo al disenso, su doble discurso ante el empresariado, su salida fácil de culpar a las administraciones anteriores de cualquier problema, su doble rasero para el procesamiento de los presuntos corruptos del pasado, su política económica tan orondamente neoliberal que abandona la cultura y la ciencia al mercado y que es incapaz de generar medidas para apoyar a la población en una emergencia (más allá de la anticipación de los mismos recursos ya asignados a sus propios programas sociales), su empecinamiento –y más en este contexto– en proyectos millonarios que son caprichos propagandísticos –dos de los cuales no hacen sino refrendar su adscripción a los combustibles fósiles–, su política sanitaria criminal, que no atiende vidas sino variables simbólicas: ocupación hospitalaria, cifras maquilladas por el bajo número de pruebas, un semáforo que cambia de color a conveniencia discursiva, un cubrebocas que el presidente evita por razones misteriosas pero férreas.
Ante la publicación de una entrega reciente de mi columna en etcétera sobre la enajenación de las directrices sanitarias de la Ciudad de México en el gobierno federal y su costo en vidas, un internauta me preguntó en mi cuenta de LinkedIn si no me cansaba yo de “despotricar contra Morena y sus figuras”, y me exhortó a escribir de otros temas. No le respondí porque no hay respuesta posible para quien a priori equipara el ejercicio de la reflexión crítica con “despotricar”: el diálogo está por definición cerrado. Airado, publicó después que no le sorprendía mi silencio porque ése es “mi estilo”. (Me pregunto: si ya me conoce “el estilo”, y lo reprueba, ¿a qué buscar un intercambio?)
La provocación me sirve, sin embargo, para formular mi última idea escrita de 2020: cansado estoy. Y no del partido en el poder –ése me angustia– y no de la pandemia –ésa me preocupa– sino de ese tipo de intercambios ciegos, promovidos en redes sociales. Estoy cansado de una sociedad polarizada, presta al adjetivo, ayuna de formas republicanas, cerrada al verdadero diálogo, pletórica de estridencia.
Estoy muy cansado del estado de nuestra democracia. Aun así, en 2021, habré, habremos, de seguir bregando.
Instagram: nicolasalvaradolector
